sábado, 17 de marzo de 2012

Capítulo 17: Charla


Los rayos del sol me acariciaban el rostro a la mañana siguiente, invitándome a despertar.
Abrí los ojos esperando encontrarme con mi habitación, pero lo primero que vi fue un piano de cola...¿un piano de cola?
Entonces lo recordé todo. ¡No había sido un sueño!
Un brazo me rodeaba la cintura firmemente, y noté una respiración acompasada en la nuca.
Con mucho cuidado de no despertar a Cristhian, me di la vuelta.
Él aún dormía. Su pelo negro estaba más alborotado de lo habitual, y tenía la boca ligeramente abierta, produciendo un suave ronroneo al respirar.
Sonreí y acaricié sus cabellos con cariño.
Era tan guapo que no parecía real, sino más bien algo imaginario, una simple ilusión que rozaba lo divino.
Pero no era hermoso sólo por fuera. Su interior era mucho más bello. Cristhian tenía un corazón tan puro y transparente que se podía ver a través de él.
En aquel momento todo parecía tan normal que resultaba casi imposible. Nada de magia, ni de criaturas extrañas, ni de sueños raros que no te dejan dormir.
Era una mañana normal de un día normal en una casa normal...eso sí, con un chico nada normal durmiendo conmigo.
Una tímida sonrisa apareció por las comisuras de labios de Cristhian como si pudiera leerme la mente, mientras abría los ojos despacio, tratando de acostumbrarse a la luz.
Yo también sonreía cuando los abrió por completo.
– Buenos días, dormilón.
– Hola Kira.
– ¿Qué tal has dormido? – le pregunté.
– Perfectamente – consiguió decir entre bostezos -, ¿tú?
– Mejor que nunca.
Me acogió en el círculo de sus brazos y me apretó muy fuerte contra él.
Después de un rato, decidimos al fin movernos para ponernos en marcha.
Recogimos las mantas y los restos de la pizza de la noche anterior y nos fuimos cada uno a nuestra habitación para cambiarnos de ropa y darnos  una ducha.
Los pasillos aún estaban oscuros, pese a que ya eran las diez y media de la mañana.
Nada más entrar en la habitación abrí las cortinas con tan solo pensarlo e iluminé la penumbra que reinaba en la habitación. Me quité la ropa y me metí en la ducha bajo el agua caliente, dejando que me empapara entera.
Sonreí, feliz. El príncipe azul había aparecido en el momento oportuno. Había sido la mejor noche de toda mi vida, pero lo mejor era tener la certeza de que no había terminado, de que Cristhian me estaba esperando.
Estaba tan sumamente inmersa en mis pensamientos que sólo me acordé de que estaba en la ducha cuando el agua me quemó y pegué un pequeño grito.
A la hora de vestirme, no lo dudé un instante: lo más cómodo que tenía en el armario y que no tuviera problema porque se manchara o incluso se pudiera romper. Por lo que tenía entendido, hoy comenzaría mi fase de iniciación y entrenamiento para ser miembro de la Orden de la Luna. ¿Quién diría que estaría con una espada en la mano el día de año nuevo?
¡Yo no estaba preparada para eso! En mi vida me había metido en una pelea, ni había discutido con nadie tan violentamente como para llegar a las manos... ¡y Vic me había dicho que debía aprender a manejar la espada! ¡Una espada! ¡Si ni siquiera había visto una en mis diecisiete años!
Estaba perdida. Más que eso. Estaba perdida y sin esperanzas de encontrarme, por mucho que Cristhian se empeñara en hacerme creer lo contrario. Cada vez dudaba más que yo fuera realmente la Elegida para, nada más ni nada menos, salvar el mundo.
En fin...me puse unos vaqueros y una sudadera vieja.
Como tenía el pelo bastante mojado, no me quedó otra opción que secármelo con el secador, por mucho que odiara ese aparatejo tan ruidoso.
Por suerte y para mi sorpresa, al terminar de secármelo no parecía una leona, por lo que me lo pude dejar suelto con una fina diadema negra evitando que se me viniera todo el rato a la cara.
Necesitaba un corte de pelo urgentemente, pues me llegaba ya casi hasta la cintura. Sólo de pequeña lo había llevado tan largo, cuando mi madre me lo cepillaba y tranzaba cuidadosamente cada día. Ella me decía siempre que mi pelo era similar al azabache, pero más bonito. Yo me daba la vuelta y le preguntaba qué era el azabache, y su respuesta era siempre la misma: algo hermoso y parecido a mi pelo. Por supuesto que siempre me quedaba con la duda...
¿Cuántos años tendría? ¿Tres? ¿Cuatro, quizá?
Cerré los ojos...ojalá que ella estuviera allí. Ahora la necesitaba, más que nunca. Necesitaba sus consejos, y que me dijera qué es lo que debía hacer, como si aún fuera muy chiquitita. Pero ella ya no estaba.
Al menos había descubierto un modo de comunicarme con ella, más o menos. La música era una puerta abierta entre ella y yo, aunque esa puerta no se abriera en este mundo, si no en otra dimensión, la dimensión de los sentimientos.
Alguien llamó a la puerta.
Terminé de abrocharme la zapatilla y me dirigí a abrir.
Al otro lado, con una cara de sueño increíble y aún en pijama, estaba Vic.
– Hola Kira.
No pude contener la risa al verla así, con esas ojeras y con unos pelos que parecía haber salido de una pelea de gatas.
– ¡Qué pintas tienes!
– Muchas gracias por el halago. Yo también te quiero.
Me reí un poco más mientras dejaba pasar a Vic y cerraba la puerta.
Ella se dejó caer en mi cama sin deshacer.
– ¿Qué tal anoche? – le pregunté.
– Muy bien, nos lo pasamos genial todos.
– Sí, se te nota en la cara – le dije sarcásticamente.
– Ja ja ja. Que gracia – dijo -. Al menos yo no desaparezco del mapa con el hermano de mi mejor amiga y no doy señales de vida en toda la noche.
No supe qué contestar a eso, sólo preguntar, un poco cortada:
– ¿T...te molesta?
– ¿Que si me molesta? – parecía un poco molesta, en efecto, pero de repente su cara cambió, y dibujó una radiante sonrisa sobre ella – ¡Pues claro que no, boba!
Me desinflé en un suspiro.
– Ya era hora – continuó Vic –. Lleva detrás tuya dos meses.
Sacudí la cabeza.
– ¿El qué?
– Pues eso – sonrió un poco más – que lleva detrás tuya mucho tiempo, esperando a que tú hicieras alguna señal.
No dije nada, pero sabía que estaba más roja que un tomate a causa de la vergüenza provocada por sus palabras.
– Bueno, y qué hicisteis.
– Eh...nos fuimos a la bohardilla con unas pizzas y unas mantas, y dormimos allí.
– Oooh, qué romántico...los dos tortolitos durmiendo juntos bajo la luz de las estrellas.
– ¡Vic! ¡No seas tonta!
– Espera, ¿Os habéis besado?
– ¡Vic! – protesté.
– Contesta.
Resoplé sonoramente, y contesté.
– Sí.
Vic sonrió y dio una serie de palmaditas.
– Y dime... ¿habéis...? ya sabes...eso – dijo.
– ¡No! – le dije en cuanto supe a lo que se refería – ¡Por supuesto que no!
– Ah, bueno, lo suponía – me dijo, encogiéndose de hombros – mi hermano no es de esos.
– ¡Ni yo tampoco!
– Lo sé, sois tal para cual.
Sonrió mientras yo sacudía la cabeza. A veces podía ser tan superficial...
– Bueno, y qué, ¿te gusta?
– ¿Va a ser muy largo tu interrogatorio?
– Dime, ¿te gusta? – repitió, ignorándome.
Noté como aumentaba el color de mis mejillas, y luego no pude evitar sonreír.
– Demasiado.
Vic se rió y me dio un fuerte abrazo.
– Me  alegro – me dijo –. Lleva sólo demasiado tiempo.
Entonces me vino a la cabeza la imagen de Cristhian bailando con aquella chica rubia tan mona, que luego no había dudado un instante en atravesarme con la mirada.
– Vic...una pregunta...¿Quién era aquella chica rubia?     
Vic alzó los ojos y los clavó en los míos.
Tras una pequeña pausa, al fin me contestó.
– Se llama April. Es la hija de Liam y Rebecca, los dos que, junto con Coraline están al frente de la Orden aquí en Inglaterra.
Asentí levemente.
– Me odia.
Vic suspiró.
– Lo sé, y tiene sus razones.
La miré, sorprendida.
– Creo que una las puedes deducir por ti misma – me dijo.
La verdad era que una la había dejado bien clara la noche anterior.
– Sí, es obvio que va detrás de Cristhian.
Vic asintió con la cabeza.
– Lleva años detrás de él, y, aunque Cristhian le ha dejado claro en más de una ocasión que no quiere nada más que ser amigos, April no se rinde tan fácilmente.
– Eso ya lo suponía... – dije – ayer me mató un par de veces con la mirada.
Se rió y luego adoptó de nuevo un gesto más o menos serio.
– La otra razón también es bastante obvia si la piensas un instante – me dijo –. Te tiene envidia.
– ¿Envidia? ¿De mí? – pregunté, sorprendida.
Vic asintió.
– Ha trabajado duro toda su vida para estar a la altura en la Orden, y de hecho, es una de las mejores. Maneja todo tipo de armas y conoce toda la historia de la Orden, desde sus inicios. Tiene también conocimientos bastante densos sobre magia, aunque no el don de utilizarla...en fin, que está bien entrenada, pero aún así, ella no es la Elegida.
Vic enarcó una ceja.
– ¿Que tiene envidia de mí porque yo soy la Elegida?
– En efecto.
– ¡Pero es que yo no he tomado esa decisión! ¡No es algo que a mí me guste!
– Ya, pero eso le da igual. En su cabeza no entra nadie más que ella. Está acostumbrada a conseguir todo lo que quiere, sin importar lo que le cueste o a quien tenga que herir en el intento. Pero esta vez es distinto. Se siente impotente porque no puede hacer nada al respecto. Por eso, la paga contigo.
– ¡Pero yo no tengo la culpa de ser la Elegida! – estallé –. Ojalá pudiera serlo ella en vez de yo. Le cedería mi puesto encantada.
– Lo sé, pero ella no se da cuenta de lo duro que es para ti.
Suspiré, y me tumbé en la cama.
– No sé qué es lo que tengo que hacer...estoy perdida.
– Nadie sabría qué hacer en tu lugar. De hecho nadie sabe qué es lo que hay que hacer ahora, sin estar en tu lugar. Pero por eso estamos unidos, para encontrar juntos una solución, para apoyarte en todo lo que hagas. Tú eres ahora la persona más importante, la que tiene que estar a salvo cueste lo que cueste. Y nosotros somos los que nos encargamos de que aprendas.
– ¿Qué es lo que tengo que aprender? – me incorporé y me senté en el borde de la cama..
– Tienes que aprenderlo todo – se sentó a mi lado – Tienes que aprender a ser una líder. Has de aprender a luchar y a invocar a la magia, debes aprender a conocer a tu enemiga, Hassia, y a combatir a su corte y al Ejército de los Consumidos.
– ¿El Ejército de los Consumidos?
– Sí, es el ejército de Hassia. Se llaman así porque su alma está completamente consumida y sometida a Hassia, su reina. Hacen lo que ella les dice sin rechistar ni diferir lo más mínimo de sus opiniones. No tienen miedo, pues no tienen corazón para sentirlo – hizo una pausa –. Son seres deformes y oscuros, que no tienen reparo en matar. Pero, para su desgracia, son enteramente mortales...por ahora.
– ¿Por ahora?
Vic asintió.
– Esa es una de las cosas que Hassia pretende hacer con los amuletos. Convertirse en un ser inmortal, y transformar con ella a todos sus súbditos. Pero para ello necesita una cosa más...
Vic me lanzó una significativa mirada.
– Me necesita a mí.
– Así es. Necesita tu magia. Por eso no ha intentado atraparte aún. Primero quiere que aprendas como utilizarla, para ella sería mucho más fácil. Pero es un arma de doble filo. Cuando aprendas a manejar tu magia, serás también una amenaza para ella – hizo una pausa –. De la parte de la amenaza nos encargamos nosotros.
Sonrió de forma enigmática y un tanto sádica, pero me hizo gracia.
– Pues creo que va a ser complicado. No me he metido en una pelea en mi vida, y...¿espadas?, ¿qué es eso?
– Sí, puede que sea una tarea difícil, pero no imposible.
– Eso espero.
Vic miró su reloj.
– Bueno, yo en realidad venía a despertarte. A las doce tenemos que estar todos abajo, especialmente tú, y ya son las once menos cuarto.
– Entendido.
– Vale. Entonces voy a vestirme ya.
– Ahora nos vemos.
Asintió mientras salía de mi habitación y cerraba la puerta.
Yo en realidad ya estaba lista, y aún quedaba una hora y cuarto para las doce, así que se me ocurrió hacer algo productivo.
Saqué de la maleta escondida debajo de la cama mi diario, al que había dado más bien poca importancia en los últimos meses.
Me senté cómodamente en la mesa y comencé a escribir. Escribí todo lo ocurrido desde mi llegada a mi nueva casa hasta el momento presente, todas esas cosas que al principio eran extrañas pero que fueron haciéndose habituales a medida que el tiempo avanzaba.
Me demoré especialmente en lo ocurrido la última semana, desde la salida al pueblo, y en concreto, la noche anterior, con todo lujo de detalles.
Describí detalladamente a Vic, a Coraline, a Norton, y por supuesto, a Cristhian. También plasmé en el papel todo lo que sabía acerca de la muerte de mi madre, y que no fue un accidente, todo lo relacionado con los amuletos, la magia, y por supuesto, con Hassia y su Ejército de los Consumidos.
Para cuando acabé de escribir, ya eran las once y media.
Me disponía a guardar el diario en un cajón cuando llamaron a la puerta.
Decidí meterlo en el mismo cajón en el que guardaba mi colgante, y luego fui a abrir la puerta.
Al otro lado apareció Cristhian, con el pelo aún húmedo de la ducha.
Llevaba una camiseta gris de manga larga que se ajustaba bastante a los músculos de su pecho, y unos vaqueros algo desgastados.
De repente dio un paso hacia mí y me tomó entre sus brazos, echándome sobre su hombro.
– ¡Suéltame! – le dije riéndome y golpeándole en la espalda para que me soltara.
Pero en vez de eso, me llevó en volandas hasta la cama, donde me tumbó, haciendo él lo mismo, a mi lado.
No podía parar de reír. Él también reía.
Me acerqué a él junté su frente con la mía.
– Hola – le dije.
– Te echaba de menos.
Sonreí.
Cristhian posó suavemente sus labios sobre los míos, regalándome un ligero beso.
– Yo también – murmuró contra mis labios.
Suspiré y cerré los ojos.
– Háblame de ti – me dijo entonces.
– ¿Que te hable de mí? – le pregunté, sin saber a qué se refería exactamente.
– Sí, quiero saberlo todo sobre tu vida.
– ¿Para qué? – dije, abriendo los ojos –. Mi pasado no es demasiado bonito ni alentador. La parte más interesante de mi vida han sido estos últimos meses.
Cristhian me sonrió con tristeza.
– No hay que enterrar el pasado, Kira. Está ahí. Es inútil luchar contra él. Pero por el contrario, puede hacernos más fuertes para afrontar el futuro.
Me acarició la cara con la yema de los dedos.
– Lo sé – le dije.
Puse mi mano sobre la suya.
No dijimos nada durante unos instantes, sólo nos miramos a los ojos en silencio. Al final fue él quien habló.
– ¿Siempre te ha gustado tanto leer?
Asentí.
– Sí. Desde que mi madre murió, los libros han sido una evasión eficaz de la realidad que debía vivir. Eran, por así decirlo, mi vía de escape más rápida y segura.
– Supongo que un libro es una buena forma de olvidar.
– No sólo se trataba de olvidar – le dije –, sino también de poder adentrarme en un mundo en el que me encantaría vivir. Leer te hace creer que todo es posible, porque no hay nada que te impida imaginar. Los libros son la fuerza que permite que la imaginación despliegue sus alas y vuele a los lugares más maravillosos jamás conocidos por nuestra mente.
– Me encantaría poder viajar contigo a uno de esos lugares.
Sonreí.
– De hecho, ahora mismo es como si estuviera dentro de uno de esos libros que tanto me gustan. Y encima parece que soy uno de los protagonistas. Lo único, que me lo imaginaba un poco menos complicado.
Cristhian se rió.
– Todas las cosas difíciles y que exigen trabajo, al final merecen la pena.
– Sí, lo cierto es que, aunque estoy más que muy asustada, me alegro de poder formar parte de esta historia – le miré fijamente, sonriendo –. Si no fuera así, puede que nunca te hubiera conocido.
Pasé una mano por sus cabellos oscuros, y luego me acurruqué cómodamente en su pecho.
Cristhian pasó sus brazos alrededor de mi espalda.
– Dime qué más cosas te gustan, qué es lo que te hace más feliz.
– Bueno, se podría decir que en estos momentos soy bastante feliz. Sólo necesito que estés a mi lado.
Me acarició el pelo.
– ¿Qué más?
– Bueno...me encantan las estrellas y el piano.
– Algo que ya no sepa, por favor.
Sonreí.
– Bien, pues...me gusta desayunar la pizza que ha sobrado de la noche anterior, y...me encanta la gente que siempre sonríe. Te alegran el día.
– Eso es cierto.
– Y también me gusta mucho escribir, así en vez de meterme en otros mundos ajenos, puedo crear los míos propios.
– Estoy seguro de que algún día serás una excelente escritora.
– Demasiado optimista – alcé la cabeza y le miré a la cara –. Y a ti, ¿qué es lo que más te gusta?
Se encogió de hombros.
– Me gustan las puestas de sol y los sándwiches de nocilla.
Me reí.
– ¿En serio? ¿Los sándwiches de nocilla?
– En serio. La nocilla es algo por lo que mataría – dijo muy serio, tanto que al final no pudo evitar reírse también.
– Bueno...¿y a quién no le gusta la nocilla? – pregunté, encogiéndome de hombros.
– A nadie más que a mí, eso seguro.
– Ya, me ha quedado claro – volví a reírme.
Se separó un poco y se incorporó, poniéndose boca arriba y apoyándose en los codos.
– Y...¿cuáles son las cosas que más te gustarían en el mundo? – me preguntó.
“Millones de cosas”, pensé para mis adentros. Pero dije la que me parecía más importante para mí.
– Lo que más me gustaría en el mundo es que todo esto en lo que estamos metidos hasta el cuello tenga un final feliz y podamos así vivir una feliz vida todos juntos.
Cristhian suspiró.
– Sí, a mí también me encantaría que todo esto acabara de nuestro lado. Pero va a haber que trabajar duro para conseguirlo.
Asentí.
– Pero es que vamos a trabajar duro.
– Lo sé – dijo, con el semblante serio. Luego, esa sonrisa que hacía que mi corazón se detuviera durante unos instantes, apareció de nuevo en su rostro angelical –. Bueno, qué más cosas te gustaría hacer.
– Mmm...no sé, no sé... – me rasqué la barbilla, como si me estuviera devanando los sesos para encontrar una respuesta –. Ir a Nueva York – dije al fin.
– ¿A Nueva York?
– Sí – contesté –. Ver los rascacielos de Nueva York siempre ha estado en uno de los primeros lugares de mi “lista de cosas que hacer antes de morir”
– ¿En serio tienes una lista así?
– Ajá. Siempre la he tenido.
– ¿Y qué más cosas hay en esa lista tuya? – preguntó, curioso.
Yo sonreí. Siempre había tenido esa lista en mi cabeza. Allí guardaba todas esas cosas que merecía la pena hacerse.
– La primera era enamorarme.
¿Era?
– Claro – dije, moviendo la cabeza afirmativamente –. Ahora que se ha convertido en algo que se ha hecho realidad, desaparece de la lista.
– Buen razonamiento.
– Otro de los lugares de honor de mi lista es escuchar las canciones más conocidas de los grupos de música que han marcado todo el panorama musical en la historia.
– Buen propósito. A nadie le viene mal nunca un poco de cultura musical.
– Estoy de acuerdo – convine –. Y bien, ¿es que tú no tienes tu propia lista?
– La verdad es que no – dijo.
– Vamos, ¡todo el mundo tiene esa lista, aunque no todos le den un nombre concreto!
– Bueno, yo siempre he querido aprender cosas sobre coches.
– Típico.
– Sí, la verdad es que suena bastante convencional.
Le di la razón.
– Lo cierto es que sí. Pero, al fin y al cabo, eres un tío, aunque seas mucho más guapo, simpático, inteligente y cariñoso que la media – meneé la cabeza de forma teatral –. Tienes instintos básicos contra los que no puedes luchar.
– ¿Así que, a fin de cuentas, estoy dentro del estereotipo? – preguntó, sonriendo abiertamente.
– Para nada – contesté yo, sonriendo también.


1 comentario:

  1. Hola he leido tu blog y me encanta! Qiero saber cuando subes el próximo, a ver que tal se le da a Kira la espada.

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