Los rayos del sol me acariciaban
el rostro a la mañana siguiente, invitándome a despertar.
Abrí los ojos esperando
encontrarme con mi habitación, pero lo primero que vi fue un piano de
cola...¿un piano de cola?
Entonces lo recordé todo. ¡No
había sido un sueño!
Un brazo me rodeaba la cintura
firmemente, y noté una respiración acompasada en la nuca.
Con mucho cuidado de no
despertar a Cristhian, me di la vuelta.
Él aún dormía. Su pelo negro
estaba más alborotado de lo habitual, y tenía la boca ligeramente abierta,
produciendo un suave ronroneo al respirar.
Sonreí y acaricié sus cabellos
con cariño.
Era tan guapo que no parecía
real, sino más bien algo imaginario, una simple ilusión que rozaba lo divino.
Pero no era hermoso sólo por
fuera. Su interior era mucho más bello. Cristhian tenía un corazón tan puro y
transparente que se podía ver a través de él.
En aquel momento todo parecía
tan normal que resultaba casi imposible. Nada de magia, ni de criaturas
extrañas, ni de sueños raros que no te dejan dormir.
Era una mañana normal de un día
normal en una casa normal...eso sí, con un chico nada normal durmiendo conmigo.
Una tímida sonrisa apareció por
las comisuras de labios de Cristhian como si pudiera leerme la mente, mientras
abría los ojos despacio, tratando de acostumbrarse a la luz.
Yo también sonreía cuando los
abrió por completo.
– Buenos días, dormilón.
– Hola Kira.
– ¿Qué tal has dormido? – le
pregunté.
– Perfectamente – consiguió
decir entre bostezos -, ¿tú?
– Mejor que nunca.
Me acogió en el círculo de sus
brazos y me apretó muy fuerte contra él.
Después de un rato, decidimos al
fin movernos para ponernos en marcha.
Recogimos las mantas y los
restos de la pizza de la noche anterior y nos fuimos cada uno a nuestra
habitación para cambiarnos de ropa y darnos
una ducha.
Los pasillos aún estaban
oscuros, pese a que ya eran las diez y media de la mañana.
Nada más entrar en la habitación
abrí las cortinas con tan solo pensarlo e iluminé la penumbra que reinaba en la
habitación. Me quité la ropa y me metí en la ducha bajo el agua caliente,
dejando que me empapara entera.
Sonreí, feliz. El príncipe azul
había aparecido en el momento oportuno. Había sido la mejor noche de toda mi
vida, pero lo mejor era tener la certeza de que no había terminado, de que
Cristhian me estaba esperando.
Estaba tan sumamente inmersa en
mis pensamientos que sólo me acordé de que estaba en la ducha cuando el agua me
quemó y pegué un pequeño grito.
A la hora de vestirme, no lo
dudé un instante: lo más cómodo que tenía en el armario y que no tuviera
problema porque se manchara o incluso se pudiera romper. Por lo que tenía
entendido, hoy comenzaría mi fase de iniciación y entrenamiento para ser
miembro de la Orden de la Luna. ¿Quién diría que estaría con una espada en la
mano el día de año nuevo?
¡Yo no estaba preparada para
eso! En mi vida me había metido en una pelea, ni había discutido con nadie tan
violentamente como para llegar a las manos... ¡y Vic me había dicho que debía
aprender a manejar la espada! ¡Una espada! ¡Si ni siquiera había visto una en
mis diecisiete años!
Estaba perdida. Más que eso.
Estaba perdida y sin esperanzas de encontrarme, por mucho que Cristhian se
empeñara en hacerme creer lo contrario. Cada vez dudaba más que yo fuera
realmente la Elegida para, nada más ni nada menos, salvar el mundo.
En fin...me puse unos vaqueros y
una sudadera vieja.
Como tenía el pelo bastante
mojado, no me quedó otra opción que secármelo con el secador, por mucho que
odiara ese aparatejo tan ruidoso.
Por suerte y para mi sorpresa,
al terminar de secármelo no parecía una leona, por lo que me lo pude dejar
suelto con una fina diadema negra evitando que se me viniera todo el rato a la
cara.
Necesitaba un corte de pelo
urgentemente, pues me llegaba ya casi hasta la cintura. Sólo de pequeña lo
había llevado tan largo, cuando mi madre me lo cepillaba y tranzaba
cuidadosamente cada día. Ella me decía siempre que mi pelo era similar al
azabache, pero más bonito. Yo me daba la vuelta y le preguntaba qué era el
azabache, y su respuesta era siempre la misma: algo hermoso y parecido a mi
pelo. Por supuesto que siempre me quedaba con la duda...
¿Cuántos años tendría? ¿Tres?
¿Cuatro, quizá?
Cerré los ojos...ojalá que ella
estuviera allí. Ahora la necesitaba, más que nunca. Necesitaba sus consejos, y
que me dijera qué es lo que debía hacer, como si aún fuera muy chiquitita. Pero
ella ya no estaba.
Al menos había descubierto un
modo de comunicarme con ella, más o menos. La música era una puerta abierta
entre ella y yo, aunque esa puerta no se abriera en este mundo, si no en otra
dimensión, la dimensión de los sentimientos.
Alguien llamó a la puerta.
Terminé de abrocharme la
zapatilla y me dirigí a abrir.
Al otro lado, con una cara de
sueño increíble y aún en pijama, estaba Vic.
– Hola Kira.
No pude contener la risa al
verla así, con esas ojeras y con unos pelos que parecía haber salido de una
pelea de gatas.
– ¡Qué pintas tienes!
– Muchas gracias por el halago. Yo
también te quiero.
Me reí un poco más mientras
dejaba pasar a Vic y cerraba la puerta.
Ella se dejó caer en mi cama sin
deshacer.
– ¿Qué tal anoche? – le
pregunté.
– Muy bien, nos lo pasamos
genial todos.
– Sí, se te nota en la cara – le
dije sarcásticamente.
– Ja ja ja. Que gracia – dijo -.
Al menos yo no desaparezco del mapa con el hermano de mi mejor amiga y no doy
señales de vida en toda la noche.
No supe qué contestar a eso,
sólo preguntar, un poco cortada:
– ¿T...te molesta?
– ¿Que si me molesta? – parecía
un poco molesta, en efecto, pero de repente su cara cambió, y dibujó una
radiante sonrisa sobre ella – ¡Pues claro que no, boba!
Me desinflé en un suspiro.
– Ya era hora – continuó Vic –.
Lleva detrás tuya dos meses.
Sacudí la cabeza.
– ¿El qué?
– Pues eso – sonrió un poco más
– que lleva detrás tuya mucho tiempo, esperando a que tú hicieras alguna señal.
No dije nada, pero sabía que
estaba más roja que un tomate a causa de la vergüenza provocada por sus
palabras.
– Bueno, y qué hicisteis.
– Eh...nos fuimos a la
bohardilla con unas pizzas y unas mantas, y dormimos allí.
– Oooh, qué romántico...los dos
tortolitos durmiendo juntos bajo la luz de las estrellas.
– ¡Vic! ¡No seas tonta!
– Espera, ¿Os habéis besado?
– ¡Vic! – protesté.
– Contesta.
Resoplé sonoramente, y contesté.
– Sí.
Vic sonrió y dio una serie de
palmaditas.
– Y dime... ¿habéis...? ya
sabes...eso – dijo.
– ¡No! – le dije en cuanto supe
a lo que se refería – ¡Por supuesto que no!
– Ah, bueno, lo suponía – me
dijo, encogiéndose de hombros – mi hermano no es de esos.
– ¡Ni yo tampoco!
– Lo sé, sois tal para cual.
Sonrió mientras yo sacudía la
cabeza. A veces podía ser tan superficial...
– Bueno, y qué, ¿te gusta?
– ¿Va a ser muy largo tu
interrogatorio?
– Dime, ¿te gusta? – repitió,
ignorándome.
Noté como aumentaba el color de
mis mejillas, y luego no pude evitar sonreír.
– Demasiado.
Vic se rió y me dio un fuerte
abrazo.
– Me alegro – me dijo –. Lleva sólo demasiado tiempo.
Entonces me vino a la cabeza la imagen de
Cristhian bailando con aquella chica rubia tan mona, que luego no había dudado
un instante en atravesarme con la mirada.
– Vic...una pregunta...¿Quién
era aquella chica rubia?
Vic alzó los ojos y los clavó en
los míos.
Tras una pequeña pausa, al fin
me contestó.
– Se llama April. Es la hija de
Liam y Rebecca, los dos que, junto con Coraline están al frente de la Orden
aquí en Inglaterra.
Asentí levemente.
– Me odia.
Vic suspiró.
– Lo sé, y tiene sus
razones.
La miré, sorprendida.
– Creo que una las
puedes deducir por ti misma – me dijo.
La verdad era que una la
había dejado bien clara la noche anterior.
– Sí, es obvio que va
detrás de Cristhian.
Vic asintió con la
cabeza.
– Lleva años detrás de
él, y, aunque Cristhian le ha dejado claro en más de una ocasión que no quiere
nada más que ser amigos, April no se rinde tan fácilmente.
– Eso ya lo suponía... –
dije – ayer me mató un par de veces con la mirada.
Se rió y luego adoptó de
nuevo un gesto más o menos serio.
– La otra razón también
es bastante obvia si la piensas un instante – me dijo –. Te tiene envidia.
– ¿Envidia? ¿De mí? –
pregunté, sorprendida.
Vic asintió.
– Ha trabajado duro toda
su vida para estar a la altura en la Orden, y de hecho, es una de las mejores.
Maneja todo tipo de armas y conoce toda la historia de la Orden, desde sus
inicios. Tiene también conocimientos bastante densos sobre magia, aunque no el
don de utilizarla...en fin, que está bien entrenada, pero aún así, ella no es
la Elegida.
Vic enarcó una ceja.
– ¿Que tiene envidia de
mí porque yo soy la Elegida?
– En efecto.
– ¡Pero es que yo no he
tomado esa decisión! ¡No es algo que a mí me guste!
– Ya, pero eso le da
igual. En su cabeza no entra nadie más que ella. Está acostumbrada a conseguir
todo lo que quiere, sin importar lo que le cueste o a quien tenga que herir en
el intento. Pero esta vez es distinto. Se siente impotente porque no puede
hacer nada al respecto. Por eso, la paga contigo.
– ¡Pero yo no tengo la
culpa de ser la Elegida! – estallé –. Ojalá pudiera serlo ella en vez de yo. Le
cedería mi puesto encantada.
– Lo sé, pero ella no se
da cuenta de lo duro que es para ti.
Suspiré, y me tumbé en
la cama.
– No sé qué es lo que
tengo que hacer...estoy perdida.
– Nadie sabría qué hacer
en tu lugar. De hecho nadie sabe qué es lo que hay que hacer ahora, sin estar
en tu lugar. Pero por eso estamos unidos, para encontrar juntos una solución,
para apoyarte en todo lo que hagas. Tú eres ahora la persona más importante, la
que tiene que estar a salvo cueste lo que cueste. Y nosotros somos los que nos
encargamos de que aprendas.
– ¿Qué es lo que tengo
que aprender? – me incorporé y me senté en el borde de la cama..
– Tienes que aprenderlo
todo – se sentó a mi lado – Tienes que aprender a ser una líder. Has de
aprender a luchar y a invocar a la magia, debes aprender a conocer a tu
enemiga, Hassia, y a combatir a su corte y al Ejército de los Consumidos.
– ¿El Ejército de los
Consumidos?
– Sí, es el ejército de
Hassia. Se llaman así porque su alma está completamente consumida y sometida a
Hassia, su reina. Hacen lo que ella les dice sin rechistar ni diferir lo más
mínimo de sus opiniones. No tienen miedo, pues no tienen corazón para sentirlo
– hizo una pausa –. Son seres deformes y oscuros, que no tienen reparo en
matar. Pero, para su desgracia, son enteramente mortales...por ahora.
– ¿Por ahora?
Vic asintió.
– Esa es una de las
cosas que Hassia pretende hacer con los amuletos. Convertirse en un ser
inmortal, y transformar con ella a todos sus súbditos. Pero para ello necesita
una cosa más...
Vic me lanzó una
significativa mirada.
– Me necesita a mí.
– Así es. Necesita tu
magia. Por eso no ha intentado atraparte aún. Primero quiere que aprendas como
utilizarla, para ella sería mucho más fácil. Pero es un arma de doble filo.
Cuando aprendas a manejar tu magia, serás también una amenaza para ella – hizo
una pausa –. De la parte de la amenaza nos encargamos nosotros.
Sonrió de forma
enigmática y un tanto sádica, pero me hizo gracia.
– Pues creo que va a ser
complicado. No me he metido en una pelea en mi vida, y...¿espadas?, ¿qué es
eso?
– Sí, puede que sea una
tarea difícil, pero no imposible.
– Eso espero.
Vic miró su reloj.
– Bueno, yo en realidad
venía a despertarte. A las doce tenemos que estar todos abajo, especialmente
tú, y ya son las once menos cuarto.
– Entendido.
– Vale. Entonces voy a
vestirme ya.
– Ahora nos vemos.
Asintió mientras salía
de mi habitación y cerraba la puerta.
Yo en realidad ya estaba
lista, y aún quedaba una hora y cuarto para las doce, así que se me ocurrió
hacer algo productivo.
Saqué de la maleta escondida
debajo de la cama mi diario, al que había dado más bien poca importancia en los
últimos meses.
Me senté cómodamente en
la mesa y comencé a escribir. Escribí todo lo ocurrido desde mi llegada a mi
nueva casa hasta el momento presente, todas esas cosas que al principio eran
extrañas pero que fueron haciéndose habituales a medida que el tiempo avanzaba.
Me demoré especialmente
en lo ocurrido la última semana, desde la salida al pueblo, y en concreto, la
noche anterior, con todo lujo de detalles.
Describí detalladamente
a Vic, a Coraline, a Norton, y por supuesto, a Cristhian. También plasmé en el
papel todo lo que sabía acerca de la muerte de mi madre, y que no fue un
accidente, todo lo relacionado con los amuletos, la magia, y por supuesto, con
Hassia y su Ejército de los Consumidos.
Para cuando acabé de
escribir, ya eran las once y media.
Me disponía a guardar el
diario en un cajón cuando llamaron a la puerta.
Decidí meterlo en el
mismo cajón en el que guardaba mi colgante, y luego fui a abrir la puerta.
Al otro lado apareció
Cristhian, con el pelo aún húmedo de la ducha.
Llevaba una camiseta
gris de manga larga que se ajustaba bastante a los músculos de su pecho, y unos
vaqueros algo desgastados.
De repente dio un paso
hacia mí y me tomó entre sus brazos, echándome sobre su hombro.
– ¡Suéltame! – le dije
riéndome y golpeándole en la espalda para que me soltara.
Pero en vez de eso, me
llevó en volandas hasta la cama, donde me tumbó, haciendo él lo mismo, a mi
lado.
No podía parar de reír.
Él también reía.
Me acerqué a él junté su frente
con la mía.
– Hola – le dije.
– Te echaba de menos.
Sonreí.
Cristhian posó suavemente sus
labios sobre los míos, regalándome un ligero beso.
– Yo también – murmuró contra
mis labios.
Suspiré y cerré los ojos.
– Háblame de ti – me dijo
entonces.
– ¿Que te hable de mí? – le
pregunté, sin saber a qué se refería exactamente.
– Sí, quiero saberlo todo sobre
tu vida.
– ¿Para qué? – dije, abriendo
los ojos –. Mi pasado no es demasiado bonito ni alentador. La parte más
interesante de mi vida han sido estos últimos meses.
Cristhian me sonrió con
tristeza.
– No hay que enterrar el pasado,
Kira. Está ahí. Es inútil luchar contra él. Pero por el contrario, puede
hacernos más fuertes para afrontar el futuro.
Me acarició la cara con la yema
de los dedos.
– Lo sé – le dije.
Puse mi mano sobre la suya.
No dijimos nada durante unos
instantes, sólo nos miramos a los ojos en silencio. Al final fue él quien
habló.
– ¿Siempre te ha gustado tanto
leer?
Asentí.
– Sí. Desde que mi madre murió,
los libros han sido una evasión eficaz de la realidad que debía vivir. Eran,
por así decirlo, mi vía de escape más rápida y segura.
– Supongo que un libro es una
buena forma de olvidar.
– No sólo se trataba de olvidar
– le dije –, sino también de poder adentrarme en un mundo en el que me
encantaría vivir. Leer te hace creer que todo es posible, porque no hay nada
que te impida imaginar. Los libros son la fuerza que permite que la imaginación
despliegue sus alas y vuele a los lugares más maravillosos jamás conocidos por
nuestra mente.
– Me encantaría poder viajar
contigo a uno de esos lugares.
Sonreí.
– De hecho, ahora mismo es como
si estuviera dentro de uno de esos libros que tanto me gustan. Y encima parece
que soy uno de los protagonistas. Lo único, que me lo imaginaba un poco menos
complicado.
Cristhian se rió.
– Todas las cosas difíciles y
que exigen trabajo, al final merecen la pena.
– Sí, lo cierto es que, aunque
estoy más que muy asustada, me alegro de poder formar parte de esta historia –
le miré fijamente, sonriendo –. Si no fuera así, puede que nunca te hubiera
conocido.
Pasé una mano por sus cabellos
oscuros, y luego me acurruqué cómodamente en su pecho.
Cristhian pasó sus brazos
alrededor de mi espalda.
– Dime qué más cosas te gustan,
qué es lo que te hace más feliz.
– Bueno, se podría decir que en
estos momentos soy bastante feliz. Sólo necesito que estés a mi lado.
Me acarició el pelo.
– ¿Qué más?
– Bueno...me encantan las
estrellas y el piano.
– Algo que ya no sepa, por
favor.
Sonreí.
– Bien, pues...me gusta
desayunar la pizza que ha sobrado de la noche anterior, y...me encanta la gente
que siempre sonríe. Te alegran el día.
– Eso es cierto.
– Y también me gusta mucho
escribir, así en vez de meterme en otros mundos ajenos, puedo crear los míos
propios.
– Estoy seguro de que algún día
serás una excelente escritora.
– Demasiado optimista – alcé la
cabeza y le miré a la cara –. Y a ti, ¿qué es lo que más te gusta?
Se encogió de hombros.
– Me gustan las puestas de sol y
los sándwiches de nocilla.
Me reí.
– ¿En serio? ¿Los sándwiches de
nocilla?
– En serio. La nocilla es algo
por lo que mataría – dijo muy serio, tanto que al final no pudo evitar reírse
también.
– Bueno...¿y a quién no le gusta
la nocilla? – pregunté, encogiéndome de hombros.
– A nadie más que a mí, eso
seguro.
– Ya, me ha quedado claro –
volví a reírme.
Se separó un poco y se
incorporó, poniéndose boca arriba y apoyándose en los codos.
– Y...¿cuáles son las cosas que
más te gustarían en el mundo? – me preguntó.
“Millones de cosas”, pensé para
mis adentros. Pero dije la que me parecía más importante para mí.
– Lo que más me gustaría en el
mundo es que todo esto en lo que estamos metidos hasta el cuello tenga un final
feliz y podamos así vivir una feliz vida todos juntos.
Cristhian suspiró.
– Sí, a mí también me encantaría
que todo esto acabara de nuestro lado. Pero va a haber que trabajar duro para
conseguirlo.
Asentí.
– Pero es que vamos a trabajar
duro.
– Lo sé – dijo, con el semblante
serio. Luego, esa sonrisa que hacía que mi corazón se detuviera durante unos
instantes, apareció de nuevo en su rostro angelical –. Bueno, qué más cosas te
gustaría hacer.
– Mmm...no sé, no sé... – me
rasqué la barbilla, como si me estuviera devanando los sesos para encontrar una
respuesta –. Ir a Nueva York – dije al fin.
– ¿A Nueva York?
– Sí – contesté –. Ver los
rascacielos de Nueva York siempre ha estado en uno de los primeros lugares de
mi “lista de cosas que hacer antes de morir”
– ¿En serio tienes una lista
así?
– Ajá. Siempre la he tenido.
– ¿Y qué más cosas hay en esa
lista tuya? – preguntó, curioso.
Yo sonreí. Siempre había tenido
esa lista en mi cabeza. Allí guardaba todas esas cosas que merecía la pena
hacerse.
– La primera era enamorarme.
– ¿Era?
– Claro – dije, moviendo la
cabeza afirmativamente –. Ahora que se ha convertido en algo que se ha hecho
realidad, desaparece de la lista.
– Buen razonamiento.
– Otro de los lugares de honor
de mi lista es escuchar las canciones más conocidas de los grupos de música que
han marcado todo el panorama musical en la historia.
– Buen propósito. A nadie le
viene mal nunca un poco de cultura musical.
– Estoy de acuerdo – convine –.
Y bien, ¿es que tú no tienes tu propia lista?
– La verdad es que no – dijo.
– Vamos, ¡todo el mundo tiene
esa lista, aunque no todos le den un nombre concreto!
– Bueno, yo siempre he querido
aprender cosas sobre coches.
– Típico.
– Sí, la verdad es que suena
bastante convencional.
Le di la razón.
– Lo cierto es que sí. Pero, al
fin y al cabo, eres un tío, aunque seas mucho más guapo, simpático, inteligente
y cariñoso que la media – meneé la cabeza de forma teatral –. Tienes instintos
básicos contra los que no puedes luchar.
– ¿Así que, a fin de cuentas,
estoy dentro del estereotipo? – preguntó, sonriendo abiertamente.
– Para nada – contesté yo,
sonriendo también.
Hola he leido tu blog y me encanta! Qiero saber cuando subes el próximo, a ver que tal se le da a Kira la espada.
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