martes, 18 de octubre de 2011

Capítulo 4: Sueño


   ¡Era la habitación más grande que había visto nunca!
Un gran ventanal que ocupaba toda la pared frontal de la habitación dejaba pasar una tenue luz, ya estaba anocheciendo, que alcanzaba para iluminar la cama, que quedaba a mano derecha.
Menuda cama. Tenía hasta dosel y todo, y unos cuantos cojines en la cabecera.
Armarios, espejos, más armarios,... El suelo estaba totalmente tapizado por alfombras bordadas que le daban a la habitación un aire antiguo que ponía los pelos de punta.
En la parte izquierda, junto al armario más grande un escritorio de madera precioso.
Estuve allí plantada contemplando la habitación un tiempo que no podría describir, tal vez unos segundos, quizá fueron unos minutos o incluso pudieron ser horas.
Al final tomé la maleta en la que llevaba la ropa y la subí a un sofá situado cerca de la cama. Luego me hice un hueco entre los cojines y me acomodé allí en la cama.
Me dije que antes de nada debería deshacer la maleta, así que me levanté y me aseguré de que la puerta estaba bien cerrada dando un par de vueltas a la llave, y volví a sentarme en la cama.
Desde allí abrí la maleta y la vacié, metiendo todo en cajones y armarios. No me costó ningún esfuerzo físico, pues no me levanté de la cama para nada, no moví ni un solo dedo. En cambio mi mente si que lo notó.
Toda mi ropa y el resto de mis cosas volaban de un lado a otro de la habitación, metiéndose cada una donde correspondía.
Mover cosas con la mente era algo que hacía desde pequeñita, desde que tuve uso de razón. Lo aprendí casi a la par que a andar o a hablar. Nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a mis padres. Incluso cuando tenía cuatro o cinco añitos había tomado la decisión de mantenerlo en secreto, por mi propio bien. No quería que pensaran que yo era una especie de bicho raro y me rechazaran por eso. Hubo una época en la que temía que pensaran que era una bruja y me quemaran en una hoguera, la época en la que me dio por los libros de caballería. Se me escapó una sonrisita al recordarlo.
En fin, que nadie más que yo sabía mi secreto, y por el momento no tenía intención de cambiar esta situación.
Ya había terminado de vaciar las dos maletas, tan solo quedaba en una de ellas el marco que me había traído de casa, con mi foto favorita.
En ella estaba mi verdadera familia: mis padres y yo.
Yo apenas tenía cuatro añitos. Mi madre me sostenía entre sus brazos, apretándome cariñosamente contra su pecho. Yo miraba al frente, enfuruñada. Nunca me habían gustado las fotos, y además aquella era mi etapa de los berrinches y los enfados. Mi madre se reía, al igual que mi padre, que le pasaba los brazos por la cintura. En el fondo se veía nuestra antigua casa, de la que nos mudamos tras la muerte de mi madre.
Podía escuchar las risas de mis padres repiqueteando como cascabeles por toda la habitación. Ya nunca sería lo mismo. Deseé poder haberme despedido de ellos, poderles haber dicho todo aquello que quería decirles. Me invadió una oleada de nostalgia que hizo que se me saltaran de nuevo las lágrimas.
Y lloré. Lloré por mi padre, lloré por mi madre, lloré por todos aquellos momentos felices que nunca volverían. Pero también lloré por mí, por la desgraciada vida que me había tocado vivir. Lloré y lloré. Mares de lágrimas luchaban por salir de mis ojos. Lloré y lloré, hasta que me venció el cansancio y me dormí.

¿Dónde estoy? No lo sé. Me encuentro totalmente perdida. Abro los ojos despacio, con cuidado. Ah, pesan toneladas. Cuando por fin recobro el conocimiento y puedo mirar a  mi alrededor, descubro que mi cama se encuentra en la espesura de un oscuro bosque. ¿Cómo ha ido a parar allí?¿Es que tiene patas, o qué?. Me levanto y planto mis pies descalzos sobre el suelo. Está mojado. Un desagradable escalofrío me recorre la espalda.
Comienzo a caminar. Hace viento y mi pelo ondea y cae por mi espalda. Tan solo llevo puesto un camisón blanco. Mi cuerpo se estremece ante el frío.
Camino y camino hasta que no puedo más e me siento en el suelo, cerca de un roble milenario.
Entonces la veo, y siento su magia fluyendo por mis venas. Me pongo en pie de nuevo y me acerco a esa cascada de agua pura y limpia. El agua sale de un agujero abierto en la roca del monte que se levanta ante mis ojos. Cae formando una cola de apenas cinco metros, y al llegar al suelo, forma una pequeña fuente de agua cristalina, en la que se puede ver el fondo con total claridad.
Siento un impulso casi sobrehumano de despojarme de las ropas y bañarme, pero a duras penas, consigo resistirme.
Aun así, no puedo resistir la tentación de asomarme al pequeño charco. De repente las aguas comienzan a removerse, y poco a poco se forma una cara que me resulta familiar.
Pelo castaño claro, ojos dorados, sonrisa radiante... Casi al mismo tiempo comienza a dibujarse otra a su lado. Es un hombre robusto de pelo oscuro y ojos azules. Entonces les reconozco, los dos extraños de la fuente son mis padres. Sonrío con tristeza y ellos me devuelven la sonrisa. Y cuando me agacho, ellos sonríen. Y cuando me remango la manga del camisón, ellos sonríen. Pero cuando la punta de mis dedos roza la superficie del agua, sus sonrisas empiezan a desvanecerse, después, también sus ojos, sus mejillas, sus cabellos... Desaparecen y me dejan sola de nuevo. Hago intención de tirarme a la poza, pero una mano me toma el brazo, impidiéndomelo. Intento luchar y zafarme de la presa que me agarra, pero todo es en vano. Pero es en vano. Grito el nombre de mis padres todo lo fuerte que puedo, pero es inútil, sus reflejos ya se han desvanecido por completo.
Cierro los ojos y noto algo mojado por mi mejilla ¿Y ahora llueve? Cuando la gota llega a mis labios, está salada. No llueve, estoy llorando. Me limpio las lágrimas con la mano, y me doy la vuelta para mirar a la cara a la persona que me ha impedido ir con mis padres.
Esa es la primera vez que le veo, que veo sus  cabellos oscuros y sus ojos verde esmeralda. Me mira con una expresión que no soy capaz de descifrar.¿Siente lástima? ¿Está asustado?. No lo sé. Pero su rostro es hermoso.
Estoy un rato sin moverme, mirándole. Estaba embobada con sus carnosos labios, tan perfectos como una rosa. Entonces comienzan a moverse, y de entre ellos sale una música tan dulce que me deja desarmada.
– Despierta Kira.
Después una densa oscuridad se lo traga todo.

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