domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo 7: Amuletos


Me di la vuelta haciendo como si me sobresaltara. Bien, al menos no venía con su hermano, algo es algo. No sabría cómo habría reaccionado si hubiera estado allí con ella. Lo que tenía claro era que no volvería a irme corriendo al jardín.
– ¡Vic!¿Qué pasa?
– ¿Qué qué pasa? – se había acercado a donde yo estaba, y la tenía ahora justo delante de mi – ¿Me preguntas qué qué pasa después de desaparecer durante casi doce horas?
– Ah, eso.
– ¡¿Eso?!Cristhian ha tenido que encubrirnos a las dos diciendo que te había llevado  a comer al pueblo...¡¿pero tú sabes lo mal que lo he pasado?! Te estoy viendo y , de repente, echas a correr como una posesa, sin dar explicaciones.
– Verás, es que me he perdido en el jardín...o en el bosque...
– Pero, ¿qué te pasó en el claro? – parecía que al fin se había tranquilizado un poco.
Mi cabeza comenzó a funcionar a toda velocidad. En pocos segundos debía de inventar una historia convincente y vagamente realista.
– Pues... Verás... – piensa, piensa, piensa – ...es que... – vamos, invéntate una excusa algo creíble – ...pues... Es que... – por fin – Es que...verás... Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero... Tenía envidia. Vosotros dos os tenéis el uno al otro, y al veros abrazados me di cuenta de que yo ya no tengo a nadie. Pensar en mis padres me entristece mucho, y no me gusta que nadie me vea así. Simplemente quería estar sola – me daba mucha rabia mentirla, y encima utilizando a mis padres como pretexto, pero no podía contarle nada de lo que en realidad había pasado, eso implicaría contarle un millón de cosas más. Al menos lo que le había dicho tenía bastante de verdad. Aunque no fuera precisamente la respuesta que correspondía a su pregunta, por ahora valía – .No pretendía irme muy lejos, ¿sabes? – continué – pero cuando quise darme cuenta, ya no tenía ni la más mínima idea de dónde estaba – hice una pausa – . Siento haberte asustado. No me di cuenta.
No sabía si todo aquello había resultado demasiado creíble, pero a Vic la había convencido. Sabía mentir, estaba comprobado. Siempre había sabido. Necesitaba saber esconderme tras una máscara de indiferencia para poder protegerme del resto de la gente.
Vic me miró a los ojos con una mezcla de tristeza y compasión en sus suaves fracciones.
– Siento que te sientas así – me dijo –. Yo no puedo hacer mucho por cambiar eso. Son heridas que el tiempo cierra poco a poco. Pero quiero que sepas que puedes contar con nosotros dos para todo lo que quieras. Sé que a lo mejor es un poco pronto, nos conocimos ayer, pero espero que algún día podamos ser para ti como de la familia.
>Te digo por experiencia que a veces hablar de ello te sirve para desahogarte. Así que si me necesitas, acuérdate que estamos puerta con puerta.
– Gracias – no me merecía que me dijera aquello. Ella estaba siendo totalmente sincera mientras que yo... Traté de sonreír.
– Bueno, no sé tu, pero yo no he comido nada en todo el día – su voz sonaba ahora más relajada.
– No – le contesté –. Normalmente no suelo comer piñas.
Se rió ante mi comentario.
– Pues entonces cámbiate de ropa y en un rato bajamos a cenar, si quieres.
– Claro, pero dame tiempo. No me vendría mal una ducha.
Miró su reloj.
 – Está bien ¿A las ocho y media?
Miré yo la hora. Eran las siete y veinticinco.
– Vale. A las ocho y media.
Vic asintió, se dio la vuelta y se metió en su habitación. Yo hice lo mismo.
Al entrar en la habitación lo primero que hice fue tumbarme en la cama. Estaba totalmente agotada.
Mis tripas sonaron de nuevo.
Pero al apoyar la cabeza en la almohada, algo se me clavó en nuca.
Me di la vuelta y vi que sobre la almohada había un sobre de color blanco con mi nombre en negro, como con una letra antigua.
Me extrañó bastante. Tenía una especie de borde dorado, y no tenía sello.
El sobre estaba abultado.
Cuando lo abrí, vi en su interior una nota. Era de un papel como de un color amarillento, con aspecto de quebrarse con tan solo mirarlo. Así que con suma delicadeza, lo abrí y leí lo que ponía:

Kira:
Guarda lo que hay en el interior del sobre en lugar seguro, lejos de puertas y ventanas.
Si fuera necesario, pide ayuda para protegerlo por encima de todo, por encima de cualquier vida, excepto de la tuya.
Es muy importante.
Algún día el mundo te lo agradecerá.
Te quiero y lo siento mucho.
Alice.

Durante unos segundos, no me moví. Tenía entre mis manos una carta escrita por mi propia madre. Era sin duda su letra y su firma. Aquello era demasiado.
Después de releer la nota un millón de veces, cogí lo que había dentro del sobre.
Dos colgantes.
Dos colgantes con los símbolos de un sol y una luna, independientes, pero que a la vez encajaban.
Un sol y una luna, y en el centro de ambos una estrella de ocho puntas de color rojo. El corazón comenzó a latirme con fuerza. ¿No era igual que...?
Sin pensarlo, me levanté de la cama y me dirigí a un espejo. Luego me di la vuelta y me levanté la camiseta. Allí sobre mi hombro derecho, estaba el tatuaje. Mi padre me decía que nací con ello cuando le preguntaba, pero no daba más explicaciones. No parecía querer implicarse mucho en el tema, sino que más bien se desentendía. En cambio ahora recibía una carta de mi madre, supuestamente, que contenía unos colgantes con el mismo símbolo que mi tatuaje.
Era el mismo dibujo que el de los amuletos. Un sol y una luna.
Cuando los sostuve entre mis manos, sentí una sensación extraña, como un cosquilleo en las puntas de los dedos. No era precisamente muy agradable, sino más bien extraño, incluso molesto. No era molesto el cosquilleo, sino todas las cosas que pasaban en aquella maldita casa. ¿Qué había hecho yo? ¡Estaba hasta las narices de magia y de cosas raras! No era justo que todo me pasara a mí. No entendía nada, no sabía porqué ahora recibía una carta de mi madre. No era normal. Sólo una cosa se me pasaba por la cabeza en aquellos momentos: que mi madre siempre lo había sabido todo... ¿Es que no podía estar la atracción por los problemas y los sucesos sobrenaturales mejor repartida por el mundo?
¿Y si todo aquello no era más que una broma de mal gusto? Sin duda, era una opción. Pero después de haber sido devuelta a casa por una criatura fantástica que sólo sale en los cuentos, podía creerme casi cualquier cosa. Tal vez fuera sólo una broma, pero, ¿y si iba en serio? Quizá fuera esa la razón, junto con que la nota estaba escrita por mi propia madre, lo que me llevó a seguir los pasos que ponía en aquel trozo de papel viejo.
Lejos de puertas y ventanas.
No sabía por qué, ni qué era aquello, ni lo que se suponía que significaba. Ponía que era importante. Más que eso: muy importante. Que lo protegiera con cualquier vida menos con la mía... Un tanto egoísta, ¿no? Al fin y al cabo, seguía tratándose de una madre.
Saqué uno de los cajones del armario en el que había guardado toda mi ropa, y metí en el hueco los dos colgantes en su sobre. Entonces recordé que el día anterior había visto una caja...¿dónde era? Ah, sí, allí estaba.
Era una pequeña caja de madera que seguramente cupiera en el hueco del cajón,  con una llavecita puesta en la cerradura.
Metí allí dentro los colgantes y eché la llave, que coloqué en mi llavero junto a la de la habitación.
Después introduje la caja en el hueco del cajón, a buen recaudo, metí el cajón y, aunque no sería fácil, me propuse olvidarme del tema. No tenía ganas de más fenómenos sobrenaturales.
Ya empezaba a tener miedo, o si no, una sensación muy parecida a la que se tiene cuando tienes miedo. Cada vez tenía más claro que la casa estaba encantada o algo así.
Me miré una vez más la espalda. Sí, no cabía duda de que era el mismo símbolo el de los colgantes que el que estaba grabado en mi espalda, tras el hombro derecho.
Me senté en la cama y enterré la cara entre mis manos. Nada de eso podía estar ocurriendo. Yo era una chica medianamente sencilla, sin contar con mi extraño don. En “mi mundo” no existían las hadas, ni las fuentes encantadas, ni los colgantes misteriosos, y mucho menos los tíos buenos con los que soñaba y luego me los encontraba en el jardín. Lo que me pasaba a mi no le pasaba a la gente corriente, con una casa corriente, y una familia corriente, y con un trabajo corriente...aunque pensándolo bien, ¿cuándo había sido yo en realidad una chica normal? ¿cuántas veces había quedado con mis amigas? ¿cuándo había ido yo con mis padres al parque de paseo? ¿quién me había leído un cuento antes de irme a dormir cuando era pequeñita?
Desde que mi madre nos había dejado, mi padre se había convertido casi en un ermitaño. Apenas salía de casa, y hablábamos muy poco, sólo de lo estrictamente necesario. No le culpo. Era como si le hubieran arrancado el corazón y se lo hubieran devuelto completamente roto y sólo con la capacidad de sentir el abrumante dolor de la pérdida. Sé que él quería a mamá más que a nada en el mundo, y eso en parte, no había sido bueno para mí. Se podía decir que me había quedado sin padre hace mucho tiempo, a los cuatro años, cuando mi madre murió. Yo era una superviviente. Había aprendido a ser independiente, a cuidarme por mí misma.
Era lo único que me consolaba de sus muertes, que ahora por lo menos ellos estarían juntos y felices, uno al lado del otro para siempre.
Pero el problema era que ahora yo era la que tenía el corazón hecho pedazos. Y un corazón roto es casi imposible de reconstruir.
No sabía si podría aguantar más de un año en aquella casa.
Todos eran como extraños para mí. La casa era rara, mi tía abuela Coraline era rara, el conserje era raro, Vic, aunque muy simpática, era rara,...y encima estaba su hermano, y todas las cosas raras que pasaban en los jardines. ¡Hasta yo era una chica rara! Viéndolo así, aquel era el lugar perfecto para alguien como yo. Qué ironía que yo me sintiera como una extraña si estaba completamente en mi entorno.
¡Qué vida tan triste!
Suspiré. Cogí el iPod de la maleta y me puse los cascos. Procuré buscar canciones que me distrajeran un poco, que me impidieran darle vueltas a todo, canciones con ruido. Y lo conseguí, al menos durante un rato.
Quince minutos antes de la hora a la que había quedado con Vic para cenar me levanté, me di una ducha, me vestí, y esperé a que llegara la hora para ir a cenar.
Aquella noche, cuando todos dormían, cogí unas cuantas mantas y me abrigué bien, y con cuidado de que nadie me oyera, volví por el mismo camino que había recorrido aquella misma tarde para llegar a mi habitación, y subí a la bohardilla.
La noche estaba despejada, por lo que en la oscuridad de la noche millones y millones de puntitos brillantes alumbraban el cielo. Me tumbé en el suelo y, pensando en todo y en nada, en mis padres, en Vic, en Cristhian...y contemplando la eternidad de un universo infinito, me dormí.

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