Me di la vuelta haciendo como si
me sobresaltara. Bien, al menos no venía con su hermano, algo es algo. No
sabría cómo habría reaccionado si hubiera estado allí con ella. Lo que tenía
claro era que no volvería a irme corriendo al jardín.
– ¡Vic!¿Qué pasa?
– ¿Qué qué pasa? – se había
acercado a donde yo estaba, y la tenía ahora justo delante de mi – ¿Me
preguntas qué qué pasa después de desaparecer durante casi doce horas?
– Ah, eso.
– ¡¿Eso?!Cristhian ha tenido que
encubrirnos a las dos diciendo que te había llevado a comer al pueblo...¡¿pero tú sabes lo mal que lo he pasado?! Te
estoy viendo y , de repente, echas a correr como una posesa, sin dar
explicaciones.
– Verás, es que me he perdido en
el jardín...o en el bosque...
– Pero, ¿qué te pasó en el
claro? – parecía que al fin se había tranquilizado un poco.
Mi cabeza comenzó a funcionar a
toda velocidad. En pocos segundos debía de inventar una historia convincente y
vagamente realista.
– Pues... Verás... – piensa,
piensa, piensa – ...es que... – vamos, invéntate una excusa algo creíble –
...pues... Es que... – por fin – Es que...verás... Me da un poco de vergüenza
admitirlo, pero... Tenía envidia. Vosotros dos os tenéis el uno al otro, y al
veros abrazados me di cuenta de que yo ya no tengo a nadie. Pensar en mis
padres me entristece mucho, y no me gusta que nadie me vea así. Simplemente
quería estar sola – me daba mucha rabia mentirla, y encima utilizando a mis
padres como pretexto, pero no podía contarle nada de lo que en realidad había
pasado, eso implicaría contarle un millón de cosas más. Al menos lo que le
había dicho tenía bastante de verdad. Aunque no fuera precisamente la respuesta
que correspondía a su pregunta, por ahora valía – .No pretendía irme muy lejos,
¿sabes? – continué – pero cuando quise darme cuenta, ya no tenía ni la más
mínima idea de dónde estaba – hice una pausa – . Siento haberte asustado. No me
di cuenta.
No sabía si todo aquello había
resultado demasiado creíble, pero a Vic la había convencido. Sabía mentir,
estaba comprobado. Siempre había sabido. Necesitaba saber esconderme tras una
máscara de indiferencia para poder protegerme del resto de la gente.
Vic me miró a los ojos con una
mezcla de tristeza y compasión en sus suaves fracciones.
– Siento que te sientas así – me
dijo –. Yo no puedo hacer mucho por cambiar eso. Son heridas que el tiempo
cierra poco a poco. Pero quiero que sepas que puedes contar con nosotros dos
para todo lo que quieras. Sé que a lo mejor es un poco pronto, nos conocimos
ayer, pero espero que algún día podamos ser para ti como de la familia.
>Te digo por experiencia que
a veces hablar de ello te sirve para desahogarte. Así que si me necesitas,
acuérdate que estamos puerta con puerta.
– Gracias – no me merecía que me
dijera aquello. Ella estaba siendo totalmente sincera mientras que yo... Traté
de sonreír.
– Bueno, no sé tu, pero yo no he
comido nada en todo el día – su voz sonaba ahora más relajada.
– No – le contesté –.
Normalmente no suelo comer piñas.
Se rió ante mi comentario.
– Pues entonces cámbiate de ropa
y en un rato bajamos a cenar, si quieres.
– Claro, pero dame tiempo. No me
vendría mal una ducha.
Miró su reloj.
– Está bien ¿A las ocho y media?
Miré yo la hora. Eran las siete
y veinticinco.
– Vale. A las ocho y media.
Vic asintió, se dio la vuelta y
se metió en su habitación. Yo hice lo mismo.
Al entrar en la habitación lo
primero que hice fue tumbarme en la cama. Estaba totalmente agotada.
Mis tripas sonaron de nuevo.
Pero al apoyar la cabeza en la
almohada, algo se me clavó en nuca.
Me di la vuelta y vi que sobre
la almohada había un sobre de color blanco con mi nombre en negro, como con una
letra antigua.
Me extrañó bastante. Tenía una
especie de borde dorado, y no tenía sello.
El sobre estaba abultado.
Cuando lo abrí, vi en su
interior una nota. Era de un papel como de un color amarillento, con aspecto de
quebrarse con tan solo mirarlo. Así que con suma delicadeza, lo abrí y leí lo
que ponía:
Kira:
Guarda lo que hay en el interior del sobre en lugar
seguro, lejos de puertas y ventanas.
Si fuera necesario, pide ayuda para protegerlo por encima
de todo, por encima de cualquier vida, excepto de la tuya.
Es muy importante.
Algún día el mundo te lo agradecerá.
Te quiero y lo siento mucho.
Alice.
Durante
unos segundos, no me moví. Tenía entre mis manos una carta escrita por mi
propia madre. Era sin duda su letra y su firma. Aquello era demasiado.
Después de releer la nota un
millón de veces, cogí lo que había dentro del sobre.
Dos colgantes.
Dos colgantes con los símbolos
de un sol y una luna, independientes, pero que a la vez encajaban.
Un sol y una luna, y en el
centro de ambos una estrella de ocho puntas de color rojo. El corazón comenzó a
latirme con fuerza. ¿No era igual que...?
Sin pensarlo, me levanté de la
cama y me dirigí a un espejo. Luego me di la vuelta y me levanté la camiseta.
Allí sobre mi hombro derecho, estaba el tatuaje. Mi padre me decía que nací con
ello cuando le preguntaba, pero no daba más explicaciones. No parecía querer
implicarse mucho en el tema, sino que más bien se desentendía. En cambio ahora
recibía una carta de mi madre, supuestamente, que contenía unos colgantes con
el mismo símbolo que mi tatuaje.
Era el mismo dibujo que el de
los amuletos. Un sol y una luna.
Cuando los sostuve entre mis
manos, sentí una sensación extraña, como un cosquilleo en las puntas de los
dedos. No era precisamente muy agradable, sino más bien extraño, incluso
molesto. No era molesto el cosquilleo, sino todas las cosas que pasaban en
aquella maldita casa. ¿Qué había hecho yo? ¡Estaba hasta las narices de magia y
de cosas raras! No era justo que todo me pasara a mí. No entendía nada, no
sabía porqué ahora recibía una carta de mi madre. No era normal. Sólo una cosa
se me pasaba por la cabeza en aquellos momentos: que mi madre siempre lo había
sabido todo... ¿Es que no podía estar la atracción por los problemas y los
sucesos sobrenaturales mejor repartida por el mundo?
¿Y si todo aquello no era más
que una broma de mal gusto? Sin duda, era una opción. Pero después de haber
sido devuelta a casa por una criatura fantástica que sólo sale en los cuentos,
podía creerme casi cualquier cosa. Tal vez fuera sólo una broma, pero, ¿y si
iba en serio? Quizá fuera esa la razón, junto con que la nota estaba escrita
por mi propia madre, lo que me llevó a seguir los pasos que ponía en aquel
trozo de papel viejo.
Lejos de puertas y ventanas.
No sabía por qué, ni qué era
aquello, ni lo que se suponía que significaba. Ponía que era importante. Más
que eso: muy importante. Que lo protegiera con cualquier vida menos con la
mía... Un tanto egoísta, ¿no? Al fin y al cabo, seguía tratándose de una madre.
Saqué uno de los cajones del
armario en el que había guardado toda mi ropa, y metí en el hueco los dos
colgantes en su sobre. Entonces recordé que el día anterior había visto una
caja...¿dónde era? Ah, sí, allí estaba.
Era una pequeña caja de madera
que seguramente cupiera en el hueco del cajón,
con una llavecita puesta en la cerradura.
Metí allí dentro los colgantes y
eché la llave, que coloqué en mi llavero junto a la de la habitación.
Después introduje la caja en el
hueco del cajón, a buen recaudo, metí el cajón y, aunque no sería fácil, me
propuse olvidarme del tema. No tenía ganas de más fenómenos sobrenaturales.
Ya empezaba a tener miedo, o si
no, una sensación muy parecida a la que se tiene cuando tienes miedo. Cada vez
tenía más claro que la casa estaba encantada o algo así.
Me miré una vez más la espalda.
Sí, no cabía duda de que era el mismo símbolo el de los colgantes que el que
estaba grabado en mi espalda, tras el hombro derecho.
Me senté en la cama y enterré la
cara entre mis manos. Nada de eso podía estar ocurriendo. Yo era una chica
medianamente sencilla, sin contar con mi extraño don. En “mi mundo” no existían
las hadas, ni las fuentes encantadas, ni los colgantes misteriosos, y mucho
menos los tíos buenos con los que soñaba y luego me los encontraba en el
jardín. Lo que me pasaba a mi no le pasaba a la gente corriente, con una casa
corriente, y una familia corriente, y con un trabajo corriente...aunque
pensándolo bien, ¿cuándo había sido yo en realidad una chica normal? ¿cuántas
veces había quedado con mis amigas? ¿cuándo había ido yo con mis padres al
parque de paseo? ¿quién me había leído un cuento antes de irme a dormir cuando
era pequeñita?
Desde que mi madre nos había
dejado, mi padre se había convertido casi en un ermitaño. Apenas salía de casa,
y hablábamos muy poco, sólo de lo estrictamente necesario. No le culpo. Era
como si le hubieran arrancado el corazón y se lo hubieran devuelto
completamente roto y sólo con la capacidad de sentir el abrumante dolor de la
pérdida. Sé que él quería a mamá más que a nada en el mundo, y eso en parte, no
había sido bueno para mí. Se podía decir que me había quedado sin padre hace
mucho tiempo, a los cuatro años, cuando mi madre murió. Yo era una
superviviente. Había aprendido a ser independiente, a cuidarme por mí misma.
Era lo único que me consolaba de
sus muertes, que ahora por lo menos ellos estarían juntos y felices, uno al
lado del otro para siempre.
Pero el problema era que ahora
yo era la que tenía el corazón hecho pedazos. Y un corazón roto es casi
imposible de reconstruir.
No sabía si podría aguantar más
de un año en aquella casa.
Todos eran como extraños para
mí. La casa era rara, mi tía abuela Coraline era rara, el conserje era raro,
Vic, aunque muy simpática, era rara,...y encima estaba su hermano, y todas las
cosas raras que pasaban en los jardines. ¡Hasta yo era una chica rara! Viéndolo
así, aquel era el lugar perfecto para alguien como yo. Qué ironía que yo me
sintiera como una extraña si estaba completamente en mi entorno.
¡Qué vida tan triste!
Suspiré. Cogí el iPod de la
maleta y me puse los cascos. Procuré buscar canciones que me distrajeran un
poco, que me impidieran darle vueltas a todo, canciones con ruido. Y lo
conseguí, al menos durante un rato.
Quince minutos antes de la hora
a la que había quedado con Vic para cenar me levanté, me di una ducha, me
vestí, y esperé a que llegara la hora para ir a cenar.
Aquella noche, cuando todos
dormían, cogí unas cuantas mantas y me abrigué bien, y con cuidado de que nadie
me oyera, volví por el mismo camino que había recorrido aquella misma tarde
para llegar a mi habitación, y subí a la bohardilla.
La noche estaba despejada, por
lo que en la oscuridad de la noche millones y millones de puntitos brillantes
alumbraban el cielo. Me tumbé en el suelo y, pensando en todo y en nada, en mis
padres, en Vic, en Cristhian...y contemplando la eternidad de un universo
infinito, me dormí.
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