Abrí los ojos sobresaltada y me
incorporé rápidamente en la cama. Todo estaba en una completa penumbra y yo
estaba sudando la gota gorda.
Aún recordaba la cara de ese
chico, aún estaba perdida en la luz de esos bonitos ojos verdes.
Sin pensarlo, me llevé la mano
al lugar donde sus dedos me habían sujetado. Estaba caliente y sentía esa zona
dolorida. “Me habré dado un golpe mientras dormía”, me dije, “después de todo,
ha sido una pesadilla bastante vívida”
Me recosté de nuevo en la cama,
y fue entonces cuando me di cuenta de que ni siquiera había abierto las
sábanas. De hecho, aún tenía puesta la ropa del día anterior. Me escocían los
ojos. Traté de dormirme otra vez, pero tenía demasiado miedo de que las
pesadillas regresaran también.
Miré la hora en el móvil. Ya
eran las siete y media de la mañana, por lo que decidí levantarme.
Saqué del armario unos vaqueros
cortos, una camiseta y unas deportivas, y sin moverme de la cama, estuvieron en
mis manos.
Luego me
levanté y abrí las cortinas. El sol comenzaba ya a asomar por el horizonte,
aunque aún se podía distinguir el contorno de la luna en el cielo.
Me metí
en el baño y me lavé la cara. No me extrañaba que me escocieran los ojos. Los
tenía rojos de tanto llorar. Dejé mi pelo suelto, no tenía ganas de peinarme.
Salí de
la habitación cerrando la puerta detrás de mí.
La
puerta de la habitación de Vic estaba cerrada, por lo que supuse que aún estaba
durmiendo. Era temprano todavía.
Recorrí
el pasillo casi a oscuras, lo que hizo que me costara orientarme aún más por la
casa, y bajé las escaleras hasta el piso de abajo. Pero cuando bajé, tuve que
detenerme unos segundos para tratar de adivinar cuál sería la puerta de la
cocina. Había seis posibilidades, entre ellas la puerta de la calle, que la
descarté. Cinco puertas. Abrí la que estaba más cerca de mí por la derecha. Un
baño, la siguiente, una despensa, la siguiente, la cocina.
La
tercera por la derecha. Trataría de recordarlo.
Como
todas las puertas que había abierto de aquella casa, aquella también chirrió.
Al otro
lado se levantaba una cocina inmensa. Era bastante moderna, contrastando con el
resto de la casa. Me recordó a una de esas típicas cocinas de las películas
americanas, las que tienen una especie de isla en el centro donde se encuentra
la vitrocerámica y una larga encimera. Me gustaba. Nada que ver con la cocina
que tenía en mi casa. A mi padre le hubiera encantado tener una cocina
así...con lo que a él le encantaba cocinar...le relajaba mucho, y sobre todo,
le distraía. Además, se le daba bastante bien, excepto cuando trataba de hacer
sus tartas de manzana..., aquello era un horror. Sonreí con nostalgia, pero
dejé de pensar en eso y desvié mis pensamientos hacia el presente, aunque no
era menos doloroso. No quería volver a perder el control de mis sentimientos
otra vez.
Me
acerqué a la nevera, que estaba un poco más apartada de la encimera central.
Abrí la puerta y cogí un tetrabrick de leche. Luego, rebuscando en los armarios
di con un tazón y con una caja de cereales. Abrí unos cuantos cajones, justo en
el momento en el que se abrió la puerta y entró Vic.
Llevaba
el pelo recogido con un lazo negro, y se había puesto un poco de maquillaje en
los ojos, tratando así de disimular la evidente falta de sueño, pero eso no era
suficiente para encubrir que estaba más dormida que despierta.
Cuando
alzó la cabeza y me vio, casi pega un grito del susto.
– ¡Hola!
– dijo, aún tratando de recuperarse – ¿Qué haces aquí tan temprano?
La miré
divertida
–
Desayunar, claro.
– No, si
eso ya lo veo. Lo que quería decir es... ¿Tú has visto qué hora es? – me señaló
el reloj.
– Me he
despertado temprano. Soy bastante madrugadora.
– Vaya,
y yo que pensaba darte una sorpresa y subirte el desayuno a la cama...
La
puerta de la cocina se abrió y entró Coraline.
– No te
creas eso, querida. Sólo intenta quedarse contigo.
– Buenos
días – dijimos Vic y yo al unísono.
Coraline
asintió. Después se preparó una taza de café y cogió un par de galletas.
– ¿Qué
pensáis hacer hoy?
–
Estaría bien que le enseñara el jardín ¿no? – contestó Vic
– Me
parece una fantástica idea – me miró un instante –. Te gustará – tras coger una buena ristra de pastillas,
salió por la puerta por la que había entrado.
Cuando
se cerró la puerta, volví a comenzar la búsqueda de la cuchara.
– ¿Se
puede saber qué buscas? Vas a desmantelar la cocina entera – me dijo Vic, riéndose.
– Ah,
trataba de encontrar una cuchara para tomarme la leche.
Vic se
levantó de un salto y se dirigió a la otra punta de la cocina, donde no se me
había ocurrido mirar. Sacó una cuchara de un cajón y me la dio.
–
Gracias
– Ya te
acostumbrarás. En menos de nada conocerás esta casa como la palma de tu mano –
me dijo mientras volvía a sentarse.
– Eso
espero – bajé la vista al tazón de cereales y removí la leche con la cuchara.
– Al
principio cuesta hacerse, es verdad, pero luego te acostumbras.
– Ya.
Nos
tomamos la leche en silencio. Cuando se hizo incómodo, decidí sacar un tema a
conversación.
– ¿Desde
cuándo vives aquí?
– Nos
mudamos aquí hace catorce años, cuando teníamos tan solo cinco.
Calculé
mentalmente... Tenía diecinueve años, dos más que yo. Qué suerte, ya era mayor
de edad.
– ¿Nos?
– Mi
hermano Cristhian y yo – hizo una pausa – somos mellizos.
– Y,
¿Por qué vinisteis aquí?
–
Nuestros padres murieron cuando nosotros acabábamos de cumplir los cinco años,
y nos acogieron aquí.
–
¿También es vuestra tía abuela? ¿Somos primos segundos o algo así?
– ¡No! –
dijo riéndose.
–
¿Entonces?
– Verás,
por aquel entonces no teníamos ningún familiar vivo o con medios suficientes
para poder mantenernos, así que tu tía se ofreció a cuidar de nosotros hasta
que algún familiar nos reclamara... Pero aquella reaclamación nunca llegó –
hizo una pausa para beber un poco de leche. Después se encogió de hombros –.
Por una parte me alegro de veras. Estos años aquí han sido los mejores de mi
vida, y quiero a Coraline como a una madre, ella nos lo ha dado todo – bajó la
vista –. Pero por otra parte me entristece pensar que no nos quede nadie en el
mundo más que nosotros mismos.
– Al
menos os tenéis el uno al otro – le dije.
– Cierto
– suspiró.
Estuvimos
un rato en silencio escuchando a los pajarillos levantando la mañana.
Vic me
caía muy bien. Bueno, en realidad, apenas la conocía, pero era una de esas
personas que estaban hechas para caer bien por naturaleza.
– ¿Te
apetece conocerle? – me preguntó entonces.
– ¿A
quién?
– A mi
hermano, claro.
–
¿También vive aquí?
– Aja,
los dos.
– ¿Y de
qué vivís?
–
Coraline nos lo da todo. Como habrás podido comprobar, no hay problemas por el
dinero – se le escapó una sonrisilla traviesa –. Aún así, buscamos de vez en
cuando pequeños trabajos en el pueblo. Así nos sacamos algo de dinero para
nuestras cosillas.
>También
tenemos los fondos de nuestros padres, y de vez en cuando, tiramos de ahí. Lo
mismo que podrás hacer tú.
Asentí,
y después de terminar de desayunar dejamos en la pila los tazones y salimos al
jardín por una puerta trasera que lo comunicaba por la cocina.
Mientras
caminábamos por el jardín, me di cuenta de que el corazón me latía a mil por hora. Tenía ganas de
conocer a su hermano, sí, pero aquello no era razón suficiente para justificar
el ritmo frenético de mis latidos.
Me
pregunté si aquel era un buen momento para conocer a más gente. No era
precisamente lo que se dice muy comunicativa. No era la típica chica de la que
todo el mundo quiere ser amiga. Siempre había vivido conmigo misma en mi propio
mundo. Hablaba con la gente, claro, les saludaba e incluso de vez en cuando
llegábamos a mantener conversaciones interesantes. Pero nada más, nunca había
sentido la necesidad de tener a alguien al lado con quien hablar o a quien contarle
mis problemas. Ni siquiera me había sentido así con mis padres. Se podía decir
que era de esa clase de personas que sufren en silencio.
Dejé a
un lado mis reflexiones cuando llegamos a una pequeña explanada en el interior
del jardín. Olía a césped recién cortado y a sol. Estaba rodeada de matorrales
y arbolillos. Se movió algo entre ellos. Yo me asusté, pero Vic me miró
tranquilizadora.
Al poco
tiempo salió de allí un chico con el pelo moreno. No pude verle la cara, ya que
salía de espaldas, arrastrando una carretilla llena de ramas y hojas.
Vestía
un peto vaquero y una camisa de cuadros de manga corta. Llevaba los tirantes
bajados. Así parecía de un anuncio de Levis.
Vic se
acercó por detrás sin hacer ruido y con cuidado de que el chico no le viera. Entonces
cogió carrerilla y subió a sus hombros dando un pequeño saltito. Le tapó los
ojos con ambas manos.
–
Adivina quien soy o no te soltaré – dijo sonriendo y poniendo una voz muy
grave.
– Mmm...
No sé, no sé... – dijo riéndose.
Se dio
la vuelta y abrazó cariñosamente a su hermana. Ella le devolvió el abrazo de
buena gana.
Yo no
conseguía verle la cara.
– ¿Qué
tal ha dormido hoy mi hermana pequeña?
– Sólo
eres mayor que yo por dos minutos y quince segundos – le dijo, fingiendo
enfuruñarse – y no hace falta que me lo recuerdes todo el rato.
La risa
del chico inundó de nuevo la explanada.
Cuando
al fin se separaron y vi su cara por primera vez, se me heló la sangre y me
quedé de piedra.
En
realidad, no era la primera vez que veía esos ojos verdes, ni esos labios...
Instintivamente me llevé la mano al brazo izquierdo, que todavía se resentía.
Me quedé
embobada mirándole durante una milésima de segundo. Después reaccioné.
– Kira,
te presento a Cristh...
Pero yo
ya había comenzado a correr.
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