Los días
volaron. Hicimos alguna excursión más al pueblo para concretar los últimos
detalles de la fiesta, que no se había suspendido y para la que tan solo
quedaban ya un par de días.
Íbamos y
veníamos. Me contaban nuevas historias sobre el pasado, sobre la gente que
había pertenecido a la orden. No podía evitar odiar a la maldita Hassia y a
todo su ejército de cobardes ladrones. No sólo por lo que eran y lo que hacían,
sino también por todo lo que podían haberle hecho a mi madre, y a mi abuela, y
a mi bisabuela, y a mi tatarabuela, ...
Por el
contrario, no podía evitar que cada día me gustara un poco más Cristhian. Cada
vez pasábamos más tiempo juntos. Hablábamos de todo un poco. De cosas serias y
de tonterías, y pasábamos juntos un buen rato riéndonos de todo y de todos.
Yo hacía
muchas preguntas, lo sé, aunque algunas eran incontestables, como por ejemplo,
el misterioso intruso de mi habitación, aún no había sido identificado, ni sus
medios para lograr entrar en la casa.
Eran
dudas que flotaban libres en mi mente, esperando desesperadas ser resueltas.
Y así,
flotando, pasaron los dos días restantes para
la fiesta.
La
nochebuena llegó y pasó. Cenamos un gran banquete aquella noche, y luego, tras
un buen rato de charla en la sobremesa, Vic, Cristhian y yo nos fuimos al
pueblo a ver la representación de Romeo y Julieta. Vic había sacado las
entradas por su cuenta, para darnos una sorpresa. La obra me gustó mucho, y
cómo no, no pude contener las lágrimas al final, lo que dio a Cristhian una
razón para tomarme el pelo durante el resto de la noche, y durante el resto de
los días que faltaban para la fiesta...
...la
fiesta...
Coraline
me explicó que al ser una situación tan crítica e importante, el núcleo de la
orden al que ellos pertenecían, vendría a la fiesta, como era habitual, pero se
instalaría en la casa durante una temporada. La mansión era en realidad el
punto de encuentro de los integrantes de este núcleo, cuya parte de su cabeza
estaba formada por Coraline.
Me
adelantaron también que debería aprender el manejo de la espada, pues contra
los seres a los que nos enfrentábamos no les afectaban de modo alguno pistolas
ni metrallas. De hecho, a algunos tan solo era posible derrotarlos mediante la
magia. Era esa una de las razones por las que yo jugaba un papel tan
importante.
Decidí
no pensar en ello hasta después de la fiesta. Pero el temido y esperado día,
como todo, también tuvo que llegar.
Yo
estaba de los nervios.
Faltaban
apenas un par de horas para que comenzara a llegar gente, y yo, sentada en el
borde de la cama con mi chándal gris, me miraba en el espejo.
Decidí
sacar el vestido y comenzar a vestirme, y con tan solo pensarlo, el armario se
abrió y el vestido voló hasta mis manos. La verdad era que había mejorado
bastante mi habilidad, ahora los objetos “me hacían más caso”
Me
levanté y me lo puse. Luego fui al baño y me solté el pelo. Me lo cepillé bien
para que se me quedara liso y me lo sujeté hacia atrás con una fina diadema
roja.
Me pinté
la raya de los ojos de negro, y me puse sombra. Un poco de coloretes, y los
labios con brillo. Suficiente.
Después,
llegó la peor parte: los tacones.
La
verdad es que la había dicho que sí a Vic cada vez que me había preguntado,
pero no me los había vuelto a poner desde que aquel día salimos pitando de la
tienda. No había tenido tiempo suficiente.
Me senté
de nuevo en la cama y me los puse. Traté de no caerme al levantarme. Madre,
aquello era más difícil de lo que había esperado.
Avancé
unos pasos, sin tropezar. Vale. Sólo había que cogerle el tranquillo.
Justo
cuando llegaba frente al espejo, llamaron a la puerta.
–
¡Adelante! – grité.
La
puerta se abrió y tras ella apareció Vic.
– Creo
que antes de que acabe esta noche, yo habré acabado contigo...¡No me puedo
creer que me convencieras para vestirme así!
Vic se
rió y se acercó a mí.
– Estás
guapísima, Kira.
–
Gracias, tú también – ya se había vestido con su traje azul –, pero no sé si me
va a merecer la pena...
– ¡Claro
que sí! – exclamó –. Te lo vas a pasar bomba. Por cierto, hoy vas a conocer a
mi novio.
– ¿Tu
novio?
– ¿No te
he hablado nunca de él?
– Parece
que no – dije con cara enfuruñada.
Sonrió
mientras se recostaba en la cama y ponía una cara soñadora.
– Mmm...
pues es alto, guapo, un año mayor...es un cielo, en definitiva. Además – añadió
–, también pertenece a la orden.
– Sí, se
te ve enamorada – dije mientras me sentaba en el borde de la cama.
– Le
quiero mucho – me confesó.
Sonreí.
– Se te
nota...pero, ¿por qué no me lo contaste antes?
Se
encogió ligeramente de hombros mientras se incorporaba y se sentaba a mi lado.
–
Simplemente, no surgió.
– ¿Qué
no surgió? Esas cosas no tienen que surgir. Se cuentan y punto.
– Lo tendré
en cuenta la próxima vez.
– Más te
vale.
Nos
quedamos un rato en silencio.
– Bueno,
¿y como se llama el príncipe?
– Se
llama Jack.
Vic me
estuvo hablando sobre Jack hasta que el reloj marcó las nueve, y nos dirigimos
al comedor.
Mientras
bajábamos las escaleras, pude comprobar que ya había comenzado a venir gente.
Vic me tomó de la mano y comenzó a saludar a todo el mundo, presentándome
también, mientras yo no hacía más que sentirme ridícula dentro de aquel traje
de fiesta y subida a esos tacones.
De repente, Vic me dio un
tirón y, con mi mano cogida, me dirigió hacia la puerta, por la que en ese
momento entraba un chico bastante alto, con los ojos grandes y azules, pelo
castaño con mechones más bien tirando a rubios, un poco alborotado, y que vestía
un traje gris oscuro con el cuello desabrochado.
Nos
acercamos a él y nada más llegar, Vic y él se fundieron en un abrazo. Luego se
besuquearon de tal forma que me sentí como una mirona, por lo que aparté
disimuladamente la vista de ellos.
Cuando
se separaron, Vic se acercó a mí.
– Este
es Jack – me dijo –. Jack, esta es Kira.
Era
exactamente como Vic me lo había descrito. Y a Vic le gustaba mucho, eso se
notaba a simple vista.
Jack me
tendió la mano.
–
Encantado de conocerte al fin.
Le
estreché la mano.
– Yo
también – contesté tímidamente.
– Vic me
ha hablado mucho de ti.
– No
puedo decir lo mismo – dije en un tono apenas audible, aunque Vic lo oyó y
dibujó en su cara una sonrisa pícara.
– Bueno,
parece que a partir de ahora vamos a vernos bastante por aquí.
—
Sí, eso parece.
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