Según
avanzaban las horas en el reloj, iba llegando cada vez más gente, pero la única
persona a la que realmente tenía ganas de ver, no se la veía por ninguna parte.
Me senté
en la escalera cuando me cansé de saludar, y me puse a reflexionar de verdad
sobre lo que tenía realmente encima. Llegué a la conclusión de que estaba en un
embrollo con difícil solución, o al menos, no a un corto plazo.
Todo lo
que había ocurrido hasta el momento era exactamente como un cuento de hadas,
como la historia de uno de esos libros que tanto me gustaba leer: el bien, el
mal, las criaturas fantásticas, la magia...sólo faltaban un par de cosas: que
todo terminara bien y cómo no, el príncipe azul.
Suspiré
y eché otra mirada alrededor. Vi a Vic y a Jack bailando en el centro de la
sala junto con mucha otra gente. El ambiente comenzaba a cargarse y no me
gustaba nada.
Y justo
cuando pasé mi mirada por la puerta, vi entrar a Cristhian, y mi corazón se
detuvo un momento, para luego alzar un vuelo alocado.
Se había
puesto un traje negro con una camisa blanca debajo. Estaba guapísimo. Bueno, en
realidad, siempre lo estaba, llevara o no llevara puesto un traje. Parecía que
iba buscando a alguien, porque no paraba de mirar de un lado para otro. Por un
instante, sólo por un instante, mantuve la esperanza de que me buscara a mí.
Pero entonces vi como una chica rubia se le acercaba por detrás y le llamaba.
Aparté
definitivamente la vista cuando comenzaron a bailar.
Puede
que no fuera exactamente un cuento de hadas.
Aún
faltaba tiempo para medianoche, así que cogí mi chaqueta y salí al jardín por
la puerta de atrás, no sin antes subir un momento a mi habitación y cambiarme
los tacones por mis viejas Converse negras. Apenas llevaba un par de horas con
los zapatos y ya tenía los pies destrozados.
Cuando
salí no nevaba, pero aún así hacía frío. Comencé a caminar, en dirección al
pequeño claro donde había visto a Cristhian por primera vez.
Estaba
enamorada del chico menos indicado, principalmente por tres razones.
La
primera, y la menos importante, era que me llevaba dos años de diferencia. Pero
eso en realidad no era muy significativo. Mis padres se llevaban casi cuatro y
no les había importado nunca.
La
segunda razón, era que era el hermano de mi mejor amiga. No sabía cómo le iba a
sentar que saliéramos juntos, en el supuesto caso de que algún día lo
hiciéramos. Puede que le pareciera bien y que incluso le gustara, pero...¿y si
no era así? ¿y si me decía que debía elegir entre ella y su hermano? Esa opción
también era posible.
Y la
tercera era que le gustaba otra chica. No conseguía deshacerme de la imagen de
Cristhian bailando con aquella rubia...
Suspiré.
Lo mío era un caso perdido.
Cuando
llegué al claro, me dirigí hacia el banco de piedra. Pero antes de sentarme no
pude resistir la tentación de intentar coger una de las rosas del rosal que
había al lado, pero me pinché en el dedo, haciéndome sangre.
Una de
las gotas calló de mi dedo y fue a parar a la blanca nieve, tiñéndola de rojo.
No tenía nada con que limpiarme, por lo que me llevé el dedo a la boca para
sellar la herida con saliva. Otro de los inconvenientes de llevar vestidos: no
tienen bolsillos.
Al final
me senté en el banco, sin mi rosa.
Tuve que
acurrucarme sobre mi misma, pues hacía frío. Nunca en la vida había echado
tanto de menos mi bufanda de lana.
Pero aún
así, agradecía el fresquito del exterior, estaba empezando a agobiarme en
aquella fiesta.
Miré al
cielo. Era una noche oscura, pues no había luna. Me gustaba mucho la luna, pero
prefería las noches como aquella, en las que se podían ver bien las estrellas.
Traté de
pensar en otra cosa, pero la única imagen que aparecía en mi cabeza una y otra
vez era la de un chico de piel clara, cabellos negros como el azabache y ojos
verdes penetrantes. El idiota de mi corazón no hacía más que latir como un loco
cada vez que veía su imagen en mi mente.
Algo se
movió entre las ramas. Me di la vuelta rápidamente, esperando verle, pero lo
que salió de allí era mucho más pequeño.
Una
ardilla pelirroja iba dejando las huellas de sus patitas por la nieve. La seguí
con la mirada hasta que volvió a esconderse, ahora tras un árbol.
Volví de
nuevo la cabeza hacia delante.
– Kira,
¿eres tú? – dijo una voz.
Levanté
rápidamente la cabeza para toparme con sus ojos, mientras mi corazón hacía lo
propio. Sonreí.
– Hola –
dije en un susurro.
– Te
estaba buscando – me dijo Cristhian, mientras se sentaba a mi lado.
– Bueno
– le miré –, ya me has encontrado.
Su risa
como de cascabeles llenó la oscuridad.
– No ha
sido nada fácil. Primero te busqué por la casa, incluso subí a tu habitación.
Pero como no te encontraba, comencé a preguntarle a todo el mundo, hasta que un
niña me dijo que te había visto salir por la puerta de atrás.
Sí, se
había tomado muchas molestias en encontrarme, pero no me hice demasiadas
ilusiones, por si acaso.
– ¿Y qué
querías?
Entonces
se puso en pie y se colocó frente a mí.
– Quería
que me concedieras este baile.
Yo no
pude sino reírme, pero no dejé de tomar la mano que me ofrecía.
– Pero
si no hay música.
– No es
necesaria – me dijo mientras me ponía en pié y me atraía un poco hacia él.
– Ya,
pero no se bailar.
– No te
preocupes. Tú sólo déjate llevar.
No
resultó nada difícil hacer lo que me decía. En cuanto me puso la mano en la
espalda y comenzamos a dar vueltas, resultó ser, de hecho, bastante fácil.
Comenzamos
a dar vueltas por el pequeño claro, riéndonos, y hablando de tonterías.
Bailamos bajo la luz de las estrellas y sobre la nieve recién caída, aún sin
estrenar, yo con mis converse y él con sus zapatos de gala.
Cuando
ya no pudimos más, nos sentamos de nuevo en el banco.
– Creo
que no he bailado tanto tiempo seguido en mi vida – comentó.
– Yo
creo que no había bailado en mi vida – dije riéndome. Cristhian también se rió.
– Me lo
he pasado realmente bien – me dijo.
– Yo
también, Cristhian. Gracias.
– No hay
por qué darlas.
Nos
quedamos un rato en silencio, sin nada que decir. Estábamos muy cerca el uno
del otro. Nuestros brazos se tocaban.
Fue él
quien rompió el silencio.
– Kira,
tengo algo para ti.
– ¿Para
mí? – pregunté, realmente sorprendida.
Se metió
la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una caja de terciopelo negra.
Me la
dio.
– ¿Qué
es?
– Ábrelo
y compruébalo tú misma – me dijo con tono misterioso.
Yo
acaricié el suave terciopelo con la punta de los dedos, desaté la cinta roja
que rodeaba la caja a modo de adorno, y finalmente, la abrí lentamente.
Una vez
estuvo abierta sobre mi mano, no di crédito a lo que vi...¡Era la gargantilla
del rubí, la que había visto aquel día en la tienda! No podía creérmelo. Ya no
era sólo lo que el regalo era en sí, sino lo que representaba. Me lo había
regalado Cristhian...¡a mí!
Contemplé
durante unos instantes la piedra roja, con los ojos como platos.
– ¿Te
gusta?
– No –
contesté –, mucho más que eso...¡Es el mejor regalo que me han hecho nunca!
Cristhian
me sonrió, y yo le correspondí de buena gana. Luego tomó el collar entre sus
manos, y me indicó que me girara. Cuando estuve de espaldas a él, me pasó las
manos por el cuello y me abrochó la gargantilla.
Después
me di de nuevo la vuelta, para mirarle a la cara, y acaricié el rubí que
descansaba ahora en mi cuello.
–
Gracias – le dije sinceramente. Me sentía mal por no tener nada que regalarle a
él.
–
Gracias a ti también – me dijo entonces.
Le miré
directamente a los ojos, sin comprender.
– ¿Por
qué? – le pregunté, confusa.
Él
sonrió y creí distinguir en sus ojos un
destello de ternura.
–
Gracias por existir – contestó entonces.
Si mi
corazón ya latía a un ritmo frenético, ahora alcanzó un ritmo que jamás creí
posible.
Cristhian
se inclinó despacio hacia mí y puso sus manos a ambos lados de mi cara. Poco a
poco se fue acercando, despacio, hasta que nuestros labios al fin conectaron, y
me robó mi primer beso, nuestro primer beso.
Fue como
una explosión dentro de mí, como un flujo interminable de sensaciones
recorriéndome de arriba a abajo.
Sentí
ganas de gritar, de correr, de cantar, de bailar, de reír, de llorar.
Puede
que esa fuera la mejor sensación que había experimentado durante mis diecisiete
años de vida. El mundo entero se detuvo mientras nuestros labios, unidos, se
movían de forma sincronizada, al compás alocado de los latidos de nuestros
corazones.
Deseché
de inmediato mis tres estúpidas razones, y pensé sólo en él, en sus labios, en
sus manos descendiendo por mi cuello y deteniéndose en mi espalda...era mi
cuento de hadas.
Luego me
atrajo hacia su cuerpo , estrechándome entre sus fuertes brazos. Ya no tenía
frío... aquel era el lugar más maravilloso del mundo entero, el más cómodo,
acogedor y perfecto. Deseé no tener que irme nunca de allí.
Deslizó
suave y delicadamente sus labios hasta mi oreja.
–
Gracias – me susurró.
En ese
momento, me sentí única en el mundo. Me olvidé de todo lo que había ocurrido en
aquello últimos y alocados meses, de todo.
Cristhian
estaba allí, conmigo. Y estaba segura de que esta vez no era un sueño. Era real
y absolutamente perfecto.
Apoyé mi
cabeza sobre su pecho, y le rodeé con los brazos.
Nos
quedamos allí sin movernos, y sin decir nada. Sobraban las palabras. Incluso
cuando comenzó de nuevo a nevar, continuamos inmóviles, contemplando la
blancura del jardín, acompañados sólo del sonido de nuestras respiraciones.
–
Deberíamos volver – dijo, aún sin moverse – Todos se preguntarán dónde estamos.
Aflojé
un poco mis brazos, que rodeaban su espalda, para poder mirarle.
Y de
nuevo me perdí en sus verdes y
cautivadores ojos.
– Me
gustaría detener el tiempo y congelar este momento.
– Eso no
es necesario – me dijo suavemente Cristhian –. Podemos repetirlo tantas veces
como quieras.
Respiré
hondo y llené mis pulmones de esa fantástica y asombrosa sensación, la de
sentirte como si volaras, más bien, la de saber que vuelas.
– Hace
mucho que deseaba que sucediera esto – le confesé, mientras nos dirigíamos de
vuelta a la gran mansión – desde la primera vez que te vi.
– ¿En el
prado?
Negué
con la cabeza y sonreí.
– No,
desde la primera vez que soñé contigo.
Correspondió
a mi sonrisa y me atrajo hacia sí para poder besarme suavemente en la frente.
Mientras
caminábamos hacia la puerta me sentí diferente. Por primera vez en muchos
meses, me sentí realmente feliz, completa. Y lo mejor de todo, es que estaba
totalmente despierta.
Cuando
entramos por la puerta de la gran mansión, todo el mundo reía, gritaba y
bailaba. No comprendí nada, hasta que Cristhian se inclinó un poco y me susurró
al oído.
– Feliz
año.
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