jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 14: Cuento de hadas


Según avanzaban las horas en el reloj, iba llegando cada vez más gente, pero la única persona a la que realmente tenía ganas de ver, no se la veía por ninguna parte.
Me senté en la escalera cuando me cansé de saludar, y me puse a reflexionar de verdad sobre lo que tenía realmente encima. Llegué a la conclusión de que estaba en un embrollo con difícil solución, o al menos, no a un corto plazo.
Todo lo que había ocurrido hasta el momento era exactamente como un cuento de hadas, como la historia de uno de esos libros que tanto me gustaba leer: el bien, el mal, las criaturas fantásticas, la magia...sólo faltaban un par de cosas: que todo terminara bien y cómo no, el príncipe azul.
Suspiré y eché otra mirada alrededor. Vi a Vic y a Jack bailando en el centro de la sala junto con mucha otra gente. El ambiente comenzaba a cargarse y no me gustaba nada.
Y justo cuando pasé mi mirada por la puerta, vi entrar a Cristhian, y mi corazón se detuvo un momento, para luego alzar un vuelo alocado.
Se había puesto un traje negro con una camisa blanca debajo. Estaba guapísimo. Bueno, en realidad, siempre lo estaba, llevara o no llevara puesto un traje. Parecía que iba buscando a alguien, porque no paraba de mirar de un lado para otro. Por un instante, sólo por un instante, mantuve la esperanza de que me buscara a mí. Pero entonces vi como una chica rubia se le acercaba por detrás y le llamaba.
Aparté definitivamente la vista cuando comenzaron a bailar.
Puede que no fuera exactamente un cuento de hadas.
Aún faltaba tiempo para medianoche, así que cogí mi chaqueta y salí al jardín por la puerta de atrás, no sin antes subir un momento a mi habitación y cambiarme los tacones por mis viejas Converse negras. Apenas llevaba un par de horas con los zapatos y ya tenía los pies destrozados.
Cuando salí no nevaba, pero aún así hacía frío. Comencé a caminar, en dirección al pequeño claro donde había visto a Cristhian por primera vez.
Estaba enamorada del chico menos indicado, principalmente por tres razones.
La primera, y la menos importante, era que me llevaba dos años de diferencia. Pero eso en realidad no era muy significativo. Mis padres se llevaban casi cuatro y no les había importado nunca.
La segunda razón, era que era el hermano de mi mejor amiga. No sabía cómo le iba a sentar que saliéramos juntos, en el supuesto caso de que algún día lo hiciéramos. Puede que le pareciera bien y que incluso le gustara, pero...¿y si no era así? ¿y si me decía que debía elegir entre ella y su hermano? Esa opción también era posible.
Y la tercera era que le gustaba otra chica. No conseguía deshacerme de la imagen de Cristhian bailando con aquella rubia...
Suspiré. Lo mío era un caso perdido.
Cuando llegué al claro, me dirigí hacia el banco de piedra. Pero antes de sentarme no pude resistir la tentación de intentar coger una de las rosas del rosal que había al lado, pero me pinché en el dedo, haciéndome sangre.
Una de las gotas calló de mi dedo y fue a parar a la blanca nieve, tiñéndola de rojo. No tenía nada con que limpiarme, por lo que me llevé el dedo a la boca para sellar la herida con saliva. Otro de los inconvenientes de llevar vestidos: no tienen bolsillos.
Al final me senté en el banco, sin mi rosa.
Tuve que acurrucarme sobre mi misma, pues hacía frío. Nunca en la vida había echado tanto de menos mi bufanda de lana.
Pero aún así, agradecía el fresquito del exterior, estaba empezando a agobiarme en aquella fiesta.
Miré al cielo. Era una noche oscura, pues no había luna. Me gustaba mucho la luna, pero prefería las noches como aquella, en las que se podían ver bien las estrellas.
Traté de pensar en otra cosa, pero la única imagen que aparecía en mi cabeza una y otra vez era la de un chico de piel clara, cabellos negros como el azabache y ojos verdes penetrantes. El idiota de mi corazón no hacía más que latir como un loco cada vez que veía su imagen en mi mente.
Algo se movió entre las ramas. Me di la vuelta rápidamente, esperando verle, pero lo que salió de allí era mucho más pequeño.
Una ardilla pelirroja iba dejando las huellas de sus patitas por la nieve. La seguí con la mirada hasta que volvió a esconderse, ahora tras un árbol.
Volví de nuevo la cabeza hacia delante.
– Kira, ¿eres tú? – dijo una voz.
Levanté rápidamente la cabeza para toparme con sus ojos, mientras mi corazón hacía lo propio. Sonreí.
– Hola – dije en un susurro.
– Te estaba buscando – me dijo Cristhian, mientras se sentaba a mi lado.
– Bueno – le miré –, ya me has encontrado.
Su risa como de cascabeles llenó la oscuridad.
– No ha sido nada fácil. Primero te busqué por la casa, incluso subí a tu habitación. Pero como no te encontraba, comencé a preguntarle a todo el mundo, hasta que un niña me dijo que te había visto salir por la puerta de atrás.
Sí, se había tomado muchas molestias en encontrarme, pero no me hice demasiadas ilusiones, por si acaso.
– ¿Y qué querías?
Entonces se puso en pie y se colocó frente a mí.
– Quería que me concedieras este baile.
Yo no pude sino reírme, pero no dejé de tomar la mano que me ofrecía.
– Pero si no hay música.
– No es necesaria – me dijo mientras me ponía en pié y me atraía un poco hacia él.
– Ya, pero no se bailar.
– No te preocupes. Tú sólo déjate llevar.
No resultó nada difícil hacer lo que me decía. En cuanto me puso la mano en la espalda y comenzamos a dar vueltas, resultó ser, de hecho, bastante fácil.
Comenzamos a dar vueltas por el pequeño claro, riéndonos, y hablando de tonterías. Bailamos bajo la luz de las estrellas y sobre la nieve recién caída, aún sin estrenar, yo con mis converse y él con sus zapatos de gala.
Cuando ya no pudimos más, nos sentamos de nuevo en el banco.
– Creo que no he bailado tanto tiempo seguido en mi vida – comentó.
– Yo creo que no había bailado en mi vida – dije riéndome. Cristhian también se rió.
– Me lo he pasado realmente bien – me dijo.
– Yo también, Cristhian. Gracias.
– No hay por qué darlas.
Nos quedamos un rato en silencio, sin nada que decir. Estábamos muy cerca el uno del otro. Nuestros brazos se tocaban.
Fue él quien rompió el silencio.
– Kira, tengo algo para ti.
– ¿Para mí? – pregunté, realmente sorprendida.
Se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una caja de terciopelo negra.
Me la dio.
– ¿Qué es?
– Ábrelo y compruébalo tú misma – me dijo con tono misterioso.
Yo acaricié el suave terciopelo con la punta de los dedos, desaté la cinta roja que rodeaba la caja a modo de adorno, y finalmente, la abrí lentamente.
Una vez estuvo abierta sobre mi mano, no di crédito a lo que vi...¡Era la gargantilla del rubí, la que había visto aquel día en la tienda! No podía creérmelo. Ya no era sólo lo que el regalo era en sí, sino lo que representaba. Me lo había regalado Cristhian...¡a mí!
Contemplé durante unos instantes la piedra roja, con los ojos como platos.
– ¿Te gusta?
– No – contesté –, mucho más que eso...¡Es el mejor regalo que me han hecho nunca!
Cristhian me sonrió, y yo le correspondí de buena gana. Luego tomó el collar entre sus manos, y me indicó que me girara. Cuando estuve de espaldas a él, me pasó las manos por el cuello y me abrochó la gargantilla.
Después me di de nuevo la vuelta, para mirarle a la cara, y acaricié el rubí que descansaba ahora en mi cuello.
– Gracias – le dije sinceramente. Me sentía mal por no tener nada que regalarle a él.
– Gracias a ti también – me dijo entonces.
Le miré directamente a los ojos, sin comprender.
– ¿Por qué? – le pregunté, confusa.
Él sonrió  y creí distinguir en sus ojos un destello de ternura.
– Gracias por existir – contestó entonces.
Si mi corazón ya latía a un ritmo frenético, ahora alcanzó un ritmo que jamás creí posible.
Cristhian se inclinó despacio hacia mí y puso sus manos a ambos lados de mi cara. Poco a poco se fue acercando, despacio, hasta que nuestros labios al fin conectaron, y me robó mi primer beso, nuestro primer beso.
Fue como una explosión dentro de mí, como un flujo interminable de sensaciones recorriéndome de arriba a abajo.
Sentí ganas de gritar, de correr, de cantar, de bailar, de reír, de llorar.
Puede que esa fuera la mejor sensación que había experimentado durante mis diecisiete años de vida. El mundo entero se detuvo mientras nuestros labios, unidos, se movían de forma sincronizada, al compás alocado de los latidos de nuestros corazones.
Deseché de inmediato mis tres estúpidas razones, y pensé sólo en él, en sus labios, en sus manos descendiendo por mi cuello y deteniéndose en mi espalda...era mi cuento de hadas.
Luego me atrajo hacia su cuerpo , estrechándome entre sus fuertes brazos. Ya no tenía frío... aquel era el lugar más maravilloso del mundo entero, el más cómodo, acogedor y perfecto. Deseé no tener que irme nunca de allí.
Deslizó suave y delicadamente sus labios hasta mi oreja.
– Gracias – me susurró.
En ese momento, me sentí única en el mundo. Me olvidé de todo lo que había ocurrido en aquello últimos y alocados meses, de todo.
Cristhian estaba allí, conmigo. Y estaba segura de que esta vez no era un sueño. Era real y absolutamente perfecto.
Apoyé mi cabeza sobre su pecho, y le rodeé con los brazos.
Nos quedamos allí sin movernos, y sin decir nada. Sobraban las palabras. Incluso cuando comenzó de nuevo a nevar, continuamos inmóviles, contemplando la blancura del jardín, acompañados sólo del sonido de nuestras respiraciones.
– Deberíamos volver – dijo, aún sin moverse – Todos se preguntarán dónde estamos.
Aflojé un poco mis brazos, que rodeaban su espalda, para poder mirarle.
Y de nuevo me perdí en sus verdes y  cautivadores ojos.
– Me gustaría detener el tiempo y congelar este momento.
– Eso no es necesario – me dijo suavemente Cristhian –. Podemos repetirlo tantas veces como quieras.
Respiré hondo y llené mis pulmones de esa fantástica y asombrosa sensación, la de sentirte como si volaras, más bien, la de saber que vuelas.
– Hace mucho que deseaba que sucediera esto – le confesé, mientras nos dirigíamos de vuelta a la gran mansión – desde la primera vez que te vi.
– ¿En el prado?
Negué con la cabeza y sonreí.
– No, desde la primera vez que soñé contigo.
Correspondió a mi sonrisa y me atrajo hacia sí para poder besarme suavemente en la frente.
Mientras caminábamos hacia la puerta me sentí diferente. Por primera vez en muchos meses, me sentí realmente feliz, completa. Y lo mejor de todo, es que estaba totalmente despierta.
Cuando entramos por la puerta de la gran mansión, todo el mundo reía, gritaba y bailaba. No comprendí nada, hasta que Cristhian se inclinó un poco y me susurró al oído.
– Feliz año.

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