Nada más entrar por uno de los pórticos laterales,
nos detuvimos a contemplar el espectáculo. La plaza estaba preciosa nevada. Un
gigantesco árbol de Navidad se alzaba imponente en el centro de la plaza,
adornado con lucecitas de colores y con bolas doradas y plateadas. Sujeta a la
punta del árbol había una estrella brillante. La vista era realmente bonita. La
nieve que reposaba sobre cada una de las ramas no hacía sino embellecer aún más
el gran árbol.
– Bueno, y ahora, manos a la obra – dijo Vic –. A
lo que hemos venido.
– Y...¿a qué hemos venido exactamente? – pregunté
un tanto confusa.
– Bueno...verás – comenzó Vic –. Es costumbre en
este pueblo celebrar a lo grande la Nochevieja, y como habrás podido comprobar,
lo único grande de este pueblo es nuestra casa, por lo que la fiesta se celebra
allí – hizo una pausa –. Apenas quedan un par de semanas para fin de a año, así
que nuestra misión de hoy es comprarnos un vestido para estar impresionantes en
la fiesta...
– Bueno – intervino Cristhian –, si puede ser, me
gustaría no tener que ir con un vestido.
– Cierto – dijo Vic, sonriendo –. Pero me has
entendido. Así que ahora vete a buscar un atuendo apropiado para ti, que Kira y
yo tenemos mucho que hacer.
Cuando se hubo ido, miré fijamente a Vic.
– No dirás en serio lo del vestido ¿no?
– Por supuesto que sí – dijo con una expresión un
tanto confundida.
– Ay madre – suspiré, escondiendo la cabeza – ¿Y
hay que bailar...? – era más bien una afirmación que la pregunta que quería
ser.
Aún así, Vic me contestó.
– Pues claro que hay que bailar. ¡Vaya pregunta! –
exclamó –. Es el baile de Nochevieja.
– Ay madre – repetí en voz baja.
– ¿Algún problema?
– Principalmente dos: el primero, que no se bailar,
y el segundo...¡Vic, odio los vestidos!
– Tengo la solución a tus grandísimos problemas
– dijo con ironía –. A lo de bailar, no te preocupes porque nadie sabe bailar
demasiado bien, ya lo comprobarás por ti misma. A lo otro... me importa un
carajo que no te gusten los vestidos. Vas a ir a esa fiesta y vas a deslumbrar
a todo el que se te cruce. Además, no te queda otra opción... vives allí.
– Sí que hay otra opción... ¡Ponerme unos vaqueros
y pasar desapercibida!
– “Eee”. Opción denegada. Lo siento mucho,
de veras, pero tendrás que estar impresionante, al fin y al cabo... eres una de
las anfitrionas.
– Dudo que pueda estar impresionante.
– Bueno, eso habrá que verlo.
Nada más decir esto, se dio la vuelta y a los pocos
minuto ya vagábamos de tienda en tienda buscando vestidos. Cuando había perdido
la cuenta de las que llevábamos, reparamos en un rinconcito de la plaza en el
que no habíamos entrado.
“Será el único”, pensé.
Allí escondida había una tienda, pequeña, sin
escaparates. Tan sólo un cartel sobre la puerta que señalaba el nombre del
lugar: VESTIDOS.
Desgraciadamente, parecía el lugar idóneo.
Al entrar y comenzar a mirar, lo comprobamos. Los
vestidos eran bonitos. Informales, pero a la vez con un toque de elegancia.
Además a un precio razonable. Eran perfectos. Vic se apoderó de unos cuantos
antes de dirigirnos a los probadores. Incluso yo, que no me había probado una
sola prenda en toda la mañana, encontré un par de vestidos que no estaban del
todo mal.
Primero se los probó ella. Se puede decir que montó
una pasarela de moda en los probadores. Uno por uno, se fue probando los
vestidos que había elegido (seis o siete al menos). Al final optó por uno azul
eléctrico. Tenía una especie de corpiño que se le ceñía al torso, y luego caía
abultado como con una especie de volantes. Le quedaba muy bien. Acentuaba sus
pálidos rasgos con los destellos azulados, haciéndola parecer aún más guapa de
lo que era. Había elegido además unos zapatos altos azules, que iban perfectos
con el resto del conjunto.
– Es genial.
– ¿En serio? – me preguntó, mirándose al espejo.
– Claro que sí. Estás guapísima. Con ese vestido no
va a haber quien se te resista – le dije sonriendo – Hasta yo estoy pensando en
pedirte salir.
Se rió de mi comentario.
– Gracias, no te ofendas, te diría que sí si fueras
un chico.
Las dos nos reímos juntas.
– Bueno, y ahora es tu turno.
– Sí – dije, sonriendo con una mueca –. ¡Chupi!
Me metí en uno de los probadores.
El primero de los dos vestidos no me gustó una vez
puesto. Era de color rojo, demasiado llamativo, y además, demasiado pomposo. Ni
siquiera salí del probador para que Vic me diera el visto bueno. Directamente
me lo quité y me puse el otro.
La cosa cambió notablemente cuando me miré al
espejo con el nuevo atuendo. Era de color negro, no muy largo. Llevaba una
cinta roja que lo ceñía bajo el pecho, y después caía hasta la mitad del muslo,
dejando al descubierto parte de mis pálidas piernas. Era de tirantes, y éstos
estaban trenzados y cruzados por la espalda. Además, me gustaba el contraste
del vestido negro con mi piel blanquecina.
Cuando salí del probador, vi a Vic con la boca
abierta, literalmente.
– Guau... – dijo – ¿Quién dijo que no podías estar
impresionante?
Hice caso omiso de su pregunta.
– ¿Te gusta?
– ¿Qué si me gusta?¿Estás de broma? – exclamó – ¡Es
absolutamente perfecto!
– Gracias.
– Pero le falta algo...
Entonces sacó de detrás de la espalda unos zapatos
negros de tacón.
– Oh no, no, no – dije, haciendo aspavientos con
los brazos – ya me has convencido con lo del vestido, pero no pienses que me
voy a subir a eso. Ya has visto lo patosa que soy con deportivas...¡Ponerme eso
sería como una sentencia de muerte!
Vic no pudo contener la risa.
– Tus razones son bastante convincentes, pero no lo
suficiente. Vas a ir esa fiesta con tacones, lo quieras o no, y no voy a parar
hasta que aprendas a andar con ellos, así que ya puedes poner de tu parte
porque apenas quedan dos semanas.
Suspiré, derrotada...era imposible discutir con
Vic.
– Espera aquí un segundo – dijo mientras se
levantaba del taburete en el que estaba sentada y se dirigía hacia el
mostrador.
Al cabo de unos segundos estaba de vuelta, con una
gargantilla negra de terciopelo con un rubí incrustado en el centro.
Se acercó a mí y me la puso alrededor del cuello.
Luego dio un paso hacia atrás, y me miró de arriba abajo.
– Ahora sí que no falta nada.
Me giré para mirarme en el espejo. Era realmente
precioso, más que eso, incluso. Pero...
– Si, Vic, es genial, pero tanto tú como yo sabemos
que no me lo puedo permitir.
Pero Vic ya no me miraba a mí.
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