lunes, 5 de diciembre de 2011

Capítulo10: Compras



Nada más entrar por uno de los pórticos laterales, nos detuvimos a contemplar el espectáculo. La plaza estaba preciosa nevada. Un gigantesco árbol de Navidad se alzaba imponente en el centro de la plaza, adornado con lucecitas de colores y con bolas doradas y plateadas. Sujeta a la punta del árbol había una estrella brillante. La vista era realmente bonita. La nieve que reposaba sobre cada una de las ramas no hacía sino embellecer aún más el gran árbol.
– Bueno, y ahora, manos a la obra – dijo Vic –. A lo que hemos venido.
– Y...¿a qué hemos venido exactamente? – pregunté un tanto confusa.
– Bueno...verás – comenzó Vic –. Es costumbre en este pueblo celebrar a lo grande la Nochevieja, y como habrás podido comprobar, lo único grande de este pueblo es nuestra casa, por lo que la fiesta se celebra allí – hizo una pausa –. Apenas quedan un par de semanas para fin de a año, así que nuestra misión de hoy es comprarnos un vestido para estar impresionantes en la fiesta...
– Bueno – intervino Cristhian –, si puede ser, me gustaría no tener que ir con un vestido.
– Cierto – dijo Vic, sonriendo –. Pero me has entendido. Así que ahora vete a buscar un atuendo apropiado para ti, que Kira y yo tenemos mucho que hacer.
Cuando se hubo ido, miré fijamente a Vic.
– No dirás en serio lo del vestido ¿no?
– Por supuesto que sí – dijo con una expresión un tanto confundida.
– Ay madre – suspiré, escondiendo la cabeza – ¿Y hay que bailar...? – era más bien una afirmación que la pregunta que quería ser.
Aún así, Vic me contestó.
– Pues claro que hay que bailar. ¡Vaya pregunta! – exclamó –. Es el baile de Nochevieja.
– Ay madre – repetí en voz baja.
– ¿Algún problema?
– Principalmente dos: el primero, que no se bailar, y el segundo...¡Vic, odio los vestidos!
– Tengo la solución a tus grandísimos problemas – dijo con ironía –. A lo de bailar, no te preocupes porque nadie sabe bailar demasiado bien, ya lo comprobarás por ti misma. A lo otro... me importa un carajo que no te gusten los vestidos. Vas a ir a esa fiesta y vas a deslumbrar a todo el que se te cruce. Además, no te queda otra opción... vives allí.
– Sí que hay otra opción... ¡Ponerme unos vaqueros y pasar desapercibida!
“Eee”. Opción denegada. Lo siento mucho, de veras, pero tendrás que estar impresionante, al fin y al cabo... eres una de las anfitrionas.
– Dudo que pueda estar impresionante.
– Bueno, eso habrá que verlo.
Nada más decir esto, se dio la vuelta y a los pocos minuto ya vagábamos de tienda en tienda buscando vestidos. Cuando había perdido la cuenta de las que llevábamos, reparamos en un rinconcito de la plaza en el que no habíamos entrado.
“Será el único”, pensé.
Allí escondida había una tienda, pequeña, sin escaparates. Tan sólo un cartel sobre la puerta que señalaba el nombre del lugar: VESTIDOS.
Desgraciadamente, parecía el lugar idóneo.
Al entrar y comenzar a mirar, lo comprobamos. Los vestidos eran bonitos. Informales, pero a la vez con un toque de elegancia. Además a un precio razonable. Eran perfectos. Vic se apoderó de unos cuantos antes de dirigirnos a los probadores. Incluso yo, que no me había probado una sola prenda en toda la mañana, encontré un par de vestidos que no estaban del todo mal.
Primero se los probó ella. Se puede decir que montó una pasarela de moda en los probadores. Uno por uno, se fue probando los vestidos que había elegido (seis o siete al menos). Al final optó por uno azul eléctrico. Tenía una especie de corpiño que se le ceñía al torso, y luego caía abultado como con una especie de volantes. Le quedaba muy bien. Acentuaba sus pálidos rasgos con los destellos azulados, haciéndola parecer aún más guapa de lo que era. Había elegido además unos zapatos altos azules, que iban perfectos con el resto del conjunto.
– Es genial.
– ¿En serio? – me preguntó, mirándose al espejo.
– Claro que sí. Estás guapísima. Con ese vestido no va a haber quien se te resista – le dije sonriendo – Hasta yo estoy pensando en pedirte salir.
Se rió de mi comentario.
– Gracias, no te ofendas, te diría que sí si fueras un chico.
Las dos nos reímos juntas.
– Bueno, y ahora es tu turno.
– Sí – dije, sonriendo con una mueca –. ¡Chupi!
Me metí en uno de los probadores.
El primero de los dos vestidos no me gustó una vez puesto. Era de color rojo, demasiado llamativo, y además, demasiado pomposo. Ni siquiera salí del probador para que Vic me diera el visto bueno. Directamente me lo quité y me puse el otro.
La cosa cambió notablemente cuando me miré al espejo con el nuevo atuendo. Era de color negro, no muy largo. Llevaba una cinta roja que lo ceñía bajo el pecho, y después caía hasta la mitad del muslo, dejando al descubierto parte de mis pálidas piernas. Era de tirantes, y éstos estaban trenzados y cruzados por la espalda. Además, me gustaba el contraste del vestido negro con mi piel blanquecina.
Cuando salí del probador, vi a Vic con la boca abierta, literalmente.
– Guau... – dijo – ¿Quién dijo que no podías estar impresionante?
Hice caso omiso de su pregunta.
– ¿Te gusta?
– ¿Qué si me gusta?¿Estás de broma? – exclamó – ¡Es absolutamente perfecto!
– Gracias.
– Pero le falta algo...
Entonces sacó de detrás de la espalda unos zapatos negros de tacón.
– Oh no, no, no – dije, haciendo aspavientos con los brazos – ya me has convencido con lo del vestido, pero no pienses que me voy a subir a eso. Ya has visto lo patosa que soy con deportivas...¡Ponerme eso sería como una sentencia de muerte!
Vic no pudo contener la risa.
– Tus razones son bastante convincentes, pero no lo suficiente. Vas a ir esa fiesta con tacones, lo quieras o no, y no voy a parar hasta que aprendas a andar con ellos, así que ya puedes poner de tu parte porque apenas quedan dos semanas.
Suspiré, derrotada...era imposible discutir con Vic.
– Espera aquí un segundo – dijo mientras se levantaba del taburete en el que estaba sentada y se dirigía hacia el mostrador.
Al cabo de unos segundos estaba de vuelta, con una gargantilla negra de terciopelo con un rubí incrustado en el centro.
Se acercó a mí y me la puso alrededor del cuello. Luego dio un paso hacia atrás, y me miró de arriba abajo.
– Ahora sí que no falta nada.
Me giré para mirarme en el espejo. Era realmente precioso, más que eso, incluso. Pero...
– Si, Vic, es genial, pero tanto tú como yo sabemos que no me lo puedo permitir.
Pero Vic ya no me miraba a mí.

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