Los días pasaban lentos y
pesarosos. Pensaba siempre en mis padres, y les echaba de menos a todas horas.
Mi amistad con Vic parecía echar
raíces. La mayoría de los días salíamos a pasear por el jardín después de
comer. Así nos despejábamos y pasábamos un buen rato juntas. Charlábamos de
todo y de nada, e íbamos de un lado para otro. Me sorprendía lo grande que
podía llegar a ser un jardín. Cada vez que salía encontraba un sitio e el que
no había estado antes. Cuando le conté esto a Vic, me explicó que en realidad,
el jardín terminaba donde terminaba el bosque. No había vallas que delimitaran
el territorio perteneciente a la casa. Simplemente, todo era jardín. Aquello lo
aclaró todo, pero también me hizo preguntarme si los lugares del bosque que
aparecía en mis sueños, más bien pesadillas, existían de verdad. Aunque era
cierto que, gracias a Dios, no había vuelto a tener pesadillas, ni a perderme
en el bosque. Tampoco había recibido visitas de seres mágicos, y había
conseguido olvidarme un poco del tema de la carta y de los colgantes. Aun así
era inevitable que lo recordara cada vez que veía el símbolo grabado en mi
espalda, y tampoco podía evitar leer una y otra vez la carta de mi madre. “Te
quiero y lo siento mucho” habían sido sus últimas palabras. Pensar en
ello me ponía los pelos de punta. No dejaba de pensar que no podía haber sido
una simple coincidencia.
Por otro lado, lo de Cristhian
no había causado más alborotos. Mi sutil manera de mentir había sido suficiente
para paliar cualquier sospecha que mi comportamiento hubiera podido ocasionar.
Nuestra relación se basaba en el “hola” y el “adiós”. Ni más ni menos. Y era un
alivio.
Coraline me había enseñado la
biblioteca, dándome total libertad para entrar y salir a mi antojo y para tomar
prestados todos aquellos libros que quisiera leer. Allí pasaba mi tiempo libre,
haciendo lo que habría hecho unos meses atrás, si no viviera aquí sino en mi
casa de Londres: leer. Había encontrado en especial un libro que me gustó
mucho, un clásico: “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca.
Eran en especial unos versos los
que llamaban mi atención:
¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la
vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/que el mayor bien es
pequeño;/porque toda vida es sueño, /y los sueños, sueños son.”
Era como si me identificara con esos versos,
y en cierto modo, era así. Tanto me gustó el libro, que Coraline me dijo que me
lo regalaba. Me hizo mucha ilusión. Normalmente, me iba al claro del jardín
donde había “conocido” a Cristhian con algún libro y leía allí si hacía sol. En
cambio si el tiempo no acompañaba, me sentaba en el poyete de la ventana de mi
habitación y leía allí tranquilamente.
Algunos días Norton me acercaba
al pueblo. Si iba sola era para comprar alguna cosilla, pero otras veces me iba
con Vic y pasábamos allí la tarde. Íbamos al cine, de compras o merendábamos
juntas. Luego llamábamos de nuevo a Norton y venía a recogernos, pues Vic no
tenía aún el carné de conducir.
Cuando no tenía nada que hacer,
fiel a mis costumbres, me iba a un lugar en el que estuviera sola y practicaba
con mi magia a mover objetos. Últimamente había logrado ejercerla con mayor
precisión y rapidez. Con tan sólo pensarlo, los objetos volaban casi en el acto
a mis manos. Por supuesto, aún seguía manteniéndolo todo en secreto.
Muchas noches sin que nadie me
viera, subía a hurtadillas a la bohardilla y allí pasaba la noche, junto con
las estrellas. Después, a eso de las seis y media o siete me ponía el
despertador y me bajaba en silencio a mi habitación y, para que nadie
sospechara, volvía a dormirme como si hubiera pasado allí la noche.
Parecía que las cosas se habían normalizado
un poco tras todo lo ocurrido en los primeros días.
El verano entero pasó, y llegó
el otoño, que también pasó volando y sin contratiempos.
Para cuando cayeron los primeros
copos de nieve al jardín, yo ya me había medio adaptado, dentro de lo posible,
a mi nueva casa.
Yo lo vi desde el gran ventanal
de mi habitación, sentada en el poyete acolchado que se había convertido en mi
lugar favorito de lectura.
Llevaba puesta una gorda
chaqueta de lana blanca, porque aunque la calefacción estaba puesta, en aquella
casa hacía un frío de muerte. Además estábamos ya a mediados de diciembre.
A los pocos minutos de que
comenzara a nevar, una fina capa blanca cubría ya todo el jardín. Estaba
precioso.
Se oyeron unos golpecitos en la
puerta.
– Adelante – dije con voz lo
suficientemente alta como para que se me oyera al otro lado.
La puerta se abrió un poco y
asomó la cabeza de Vic.
– ¿Puedo pasar? – me preguntó.
– Caro – le dije, como si fuera
algo evidente. De hecho, es que era evidente.
Vic pasó cerrando la puerta tras
de sí. Se acercó a mí y se sentó a mi lado. Se acomodó cerca de la ventana y
apoyó la cabeza en el cristal, mirando también la nieve que ahora caía
incesante sobre cada árbol y arbusto.
Suspiré y apoyé también mi
cabeza en el cristal.
– Me encanta el invierno.
Vic me dedicó una mirada
sorprendida.
– ¿En serio? Pensé que eras una
chica más bien veraniega – me señaló con un gesto –. No tienes pinta de que el
frío te apasione.
Yo estaba totalmente encogida
sobre mí misma, tiritando y con las mangas arrebujadas para taparme las manos.
Sí, puede que mi aspecto fuera más veraniego, pero...
– En realidad, me encanta y lo
odio a la vez, si es que eso es posible. Cuando llega el invierno, nieva, y eso
me encanta. Me trae buenos recuerdos de cuando era chiquitita – sonreí con
nostalgia –. En las tardes frías de invierno , mis padres y yo nos poníamos
alrededor de una vieja estufa que teníamos y comíamos castaña asadas, recién
hechas. Luego mi padre nos contaba historias – me reí –. Lo hacía tan bien que
siempre me quedaba con la boca abierta – encogí los hombros –. Por eso me gusta
el invierno. Me recuerda a mi hogar. Pero a la vez lo odio por tener que
recordarlo. Es...complicado.
Vic me miraba con un brillo de
tristeza y de comprensión en los ojos. Alargó su mano para tomarme la mía.
Cuando entramos en contacto, se
sobresaltó.
– ¿Qué te pasa? – le pregunté
preocupada.
– ¡Dios mío, Kira! ¡Estás
helada! – dijo frotándome las manos para calentármelas.
– ¿Y te sorprende? ¡En esta casa
hace un frío de muerte!
Nos reímos las dos.
– Y que lo digas.
Estuvimos hablando durante un
rato sobre cosas sin importancia. Vic me dijo si me apetecía ir con ella de
compras al pueblo, pues tenía pensada una escapada el fin de semana. Me pareció
una buena idea, ¿por qué no?. La respuesta estaba clara: porque también iba su
hermano. Hice como si no me importara. No debería importarme, en realidad. Al
fin y al cabo, “Los sueños, sueños son”, y no me había vuelto a pasar
nada desde hacía tiempo. Diciéndome aquello, me convencí de que no pasaría nada
y accedí para acompañarles.
Después decidimos salir al
jardín a dar una vuelta, así que saqué del armario el abrigo, los guantes
y la bufanda.
Casi cometo un gran error, pues
pensaba vestirme sin moverme demasiado,
pero reparé justo a tiempo de que no estaba sola. Por un momento, pensé en
contárselo. Ya nos conocíamos desde hacía casi seis meses, pero aún... Decidí
esperar un poco más.
Salimos de mi habitación y esperé a que Vic entrara en la suya a
coger sus cosas. Luego bajamos y salimos por la puerta de la cocina.
Me gustó experimentar de nuevo
la sensación de la nieve bajo mis pies, blanca, recién caída...
En mi antigua casa no solía
nevar mucho. Hacía frío, sí, pero nunca nevaba. Tal vez una o dos veces al año.
No más.
Dimos un largo paseo. Apenas
llevaba nevando diez minutos y ya estaba todo cubierto por una gruesa capa
blanca... La verdad es que el jardín estaba precioso así.
De repente Vic sacó su móvil del
bolsillo del abrigo y me tiró una foto.
– ¡Déjalo, Vic! – protesté al
tiempo que me tapaba la cara.
– Es sólo una foto – y el flash
de su móvil saltó de nuevo.
– ¡Vic! – le dije riéndome y sin
dejar de taparme.
Continuó tirándome fotos hasta
que me cansé, y entonces le lancé una buena bola de nieve.
– Serás...
Guardó el móvil y acto seguido
se agachó para coger una bola. Pero yo fui más rápida, y le lancé la que ya
tenía preparada en la mano.
– ¡Eh! ¡Eso no vale!
– ¿El que no vale? – le dije
riéndome, lo que me costó un buen bolazo en el brazo.
Las dos nos reíamos sin parar,
mientras nos bombardeábamos mutuamente.
Hacía mucho tiempo que no me
sentía así de bien. Por primera vez en mucho tiempo, estaba disfrutando
plenamente de algo. Me lo estaba pasando condenadamente bien.
Nos enzarzamos en una guerra de
nieve a muerte. Disfrutamos como nunca corriendo por el jardín, como si fuera
la primera vez que veíamos nevar...y acabamos rebozadas por el suelo.
– Pido una tregua – dije,
tomando una bocanada de aire. Estaba agotada.
– Y yo la secundo – respondió,
respirando entrecortadamente –. No puedo más.
Después volvió a reírse y se dio
la vuelta, quedando así bocabajo a mi lado.
– ¿Cómo hemos ido a parar aquí?
– preguntó mirando a su alrededor.
Yo la imité y reconocí el
pequeño claro en el que había pasado leyendo la mayor parte de las tardes de
verano.
– No lo sé – contesté,
colocándome también boca abajo –. No sé cómo lo hago, que siempre que salgo al
jardín, voy a parar a esta explanada.
Vic se rió.
– Es bonita – dijo con aire
pensativo –. A mi esta explanada me trae buenos recuerdos – su tono ahora era
apenas audible.
– ¿Qué recuerdos? – le pregunté
tímidamente.
– Muchos, muchos
recuerdos...felices – sonaba melancólica. Luego me miró y sonrió sinceramente
–. Como el de hoy. Lo archivaré en mi memoria, bien clasificado.
Sí, Vic era realmente una buena
amiga. Estar con ella era como olvidarme un poco de todo lo malo que tiene la
vida, y sentirme bien, aunque fuera tan sólo por un rato. Ella hacía que me
sintiera viva otra vez. Entonces pensé que sabría guardar un secreto.
– Levanta, quiero enseñarte algo
– le dije mientras tiraba de ella hacia arriba.
La conduje al extremo del claro
donde se encontraba el banquito de piedra.
– Siéntate aquí – hizo lo que le
dije y retiró un poco la nieve antes de sentarse –. Ponte cómoda, porque lo que
vas a presenciar a continuación no es algo que se pueda ver todos los días –
sonreí de forma enigmática.
– Venga ya, no será para tanto.
– Yo sólo te pido dos cosas. La
primera, que no te pongas a gritar como una loca cuando lo veas – puso los ojos
en blanco–, y la segunda...no le puedes contárselo absolutamente a nadie – hice
una leve pausa y la miré seria a los ojos – ni siquiera a Cristhian. Júramelo.
Me miró con el ceño fruncido.
– Lo juro, pero...
– Shh. Extiende la palma de la
mano... Así. Vale. Ahora sólo mira.
Cerré los ojos y dejé que la
magia fluyera por mis venas. Me concentré en una piedra del tamaño de un puño
que descansaba sobre la nieve. No me costó trabajo alguno elevarla y colocarla
sobre su mano.
Le miré a los ojos. Los suyos
estaban abiertos como platos, con una expresión de asombro dibujada en la cara.
Yo sonreí con picardía.
– ¿C...C..cómo has hecho eso?
– Si te digo la verdad, no tengo
ni la más mínima idea – me encogí de hombros – Sale solo, tampoco es nada...
– ¿Cómo? – dijo casi gritando – ¿Me
estás diciendo que lo que acabas de
hacer “no es nada”?
Me reí.
– Si tú misma has dicho antes
que no era para tanto.
– Claramente, lo retiro.
Se hizo un silencio momentáneo,
que Vic rompió a los pocos segundos.
– ¿Desde cuándo?
– ¿Desde cuándo qué?
– ¿Cómo que desde cuándo qué?
– Ah, eso. Pues...desde que
tenía uso de razón, creo. Por cierto, puedes considerarte una privilegiada.
Eres la primera persona a la que se lo cuento en toda mi vida.
Me miró estupefacta.
– ¿Nunca se lo has contado a
nadie?¿Ni siquiera a tus padres?
Negué con la cabeza.
– Siempre ha sido mi secreto.
Desde pequeñita me dije que no era una buena idea contárselo a nadie. Podrían
tomarme por un bicho raro o algo así, que es en realidad lo que soy. A lo mejor
si hubiera tenido alguien en quien confiar, una verdadera amiga o alguien que
me conociera bien de verdad, mejor
incluso que mis padres, puede que lo hubiera contado antes. Pero esa persona ha
aparecido realmente hoy. Ahora que puedo decir que tengo una amiga de verdad,
he decidido que podría compartir mi gran secreto con ella.
De repente, los brazos de Vic me
rodeaban, fundiéndonos en un abrazo que casi me corta la respiración.
– Gracias – me susurró al oído
–. Tú también eres mi primera amiga de verdad.
Después de unos instantes de
acogedor silencio, nos reímos juntas antes de caminar de nuevo hacia la casa,
esta vez para entrar por la puerta principal.
Durante los cinco minutos
aproximados que tardamos en llegar a la puerta, Vic me bombardeó a preguntas
sobre lo que le acababa de enseñar, sobra mi “gran secreto”. No sé por que,
pero me pareció entrever entre su curiosidad algo más...que no sabría
describir. Pero le resté importancia. Me sentía muy bien al no tener secretos
para mi nueva mejor amiga. Sabía además que podía confiar plenamente en ella.
Aun así, no quise revelarle todavía el resto de la historia: las pesadillas, la
aparición de seres mágicos, lo de los colgantes,... Ya habría tiempo para eso
más adelante.
Cuando entramos, Coraline nos
esperaba al otro lado de la puerta.
– Mmm, veo que lo habéis pasado
bien... – nos miró de arriba abajo. Lo cierto era que estábamos caladas.
Las dos asentimos y nos reímos.
– Sí – dijo Vic –. Ha sido una
tarde interesante.
Coraline también sonrió. Parecía
contenta de vernos contentas, por fin.
– ¿Vais a ir al final al pueblo
el fin de semana?
– Ajá – asintió Vic –. Eso
teníamos pensado.
– Está, bien. Lo digo porque
tengo que comprar algunas cosas... – volvió a mirarnos de arriba abajo –. Pero
creo que antes de nada deberíais subir y cambiaros de ropa.
– Sí, yo también lo creo. Luego
hablamos. Vamos, Kira.
Subimos las escaleras hasta
nuestras habitaciones.
Fue un día perfecto, hasta que
llegó la noche. Después de meses sin hacer acto de presencia, las pesadillas
volvieron a visitarme.
Él volvía a aparecer.
No puedo parar de correr, y no
sé por qué. Lo único que sé es que no puedo parar de correr, algo malo me
persigue. No sé qué es exactamente, pero es peligroso y nada bueno. Además,
huele mal.
Llego de nuevo a la fuente, y
allí como por arte de magia, vuelve a aparecer él. Aunque esta vez, es la
“parte bonita” de la pesadilla (dentro de todas partes bonitas una pesadilla
pueda contener). Esta vez arroja a mi sueño un rayo de luz, porque en cuanto me
abraza, ya no tengo miedo de nada; sé que Cristhian me protege.
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