miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 2: Cambios


Cuando se me pasó el berrinche, me di una ducha rápida.
Ya por fin un poco repuesta del momento terminé de hacer la maleta. No era para nada complicado. Sólo tenía que meter absolutamente todo.
Comencé por la ropa, doblándola lo más reducida posible. Me cupo toda en una sola maleta.
Después cogí todos los libros que tenía y les hice hueco en la maleta. Los que no me cupieron los guardé en una bolsa de mano, donde metí también algunos bolsos que tenía por ahí. Por último fui al salón donde había pasado tanto tiempo, y guardé algunas cosas más, fotos y pequeñas tonterías.
Cuando hube terminado con las maletas, cogí la cartera, el móvil, el iPod y otras cosas para meterlas en una mochila que había dejado fuera, para llevarla en el avión. Al guardarlo todo, se me calló la cartera, y algunas tarjetas se desparramaron por el suelo. Entre ellas estaba mi DNI.
Lo miré.
Nombre, Kira Parker Jones.
Lugar de nacimiento, Londres, Inglaterra.
Hija de Jim y Alice
Fecha de nacimiento, 18 de Julio de 1992
En ese momento, odié la fecha con todas mis fuerzas, que no eran muchas, la verdad. Aquel mismo día, 18 de julio, cumplía yo 17 años. Es decir, que aún era menor de edad, y como la ley lo indica, necesitaba un tutor legal.
Un tutor legal. Era lo peor, sobre todo si a la persona que va a ejercer ese papel no la has visto nunca en tu vida.
Y ese era exactamente mi caso.
Se trataba de una tal Coraline, que parecía ser mi tía abuela o algo así, y por lo visto, la única familia que me quedaba. Mi padre me había hablado alguna vez de ella, pero como algo ocasional, sin importancia. Lo único que sabía de ella era que era una mujer bastante mayor y solitaria, soltera y con dinero. Nada más. Bueno, que vivía en lo que se podía llamar el culo del mundo, en algún pueblucho de alguna parte de Inglaterra.
Ay, lo que hubiera dado por haber nacido un par de años antes, y no tener que vivir con aquella mujer. En el fondo debería de estarle agradecida por acogerme en su casa, a mí, una tal Kira a la que ni siquiera había visto y que sería una adolescente con las hormonas revolucionadas... Si, en el fondo debería de estarle agradecida, pero en aquel momento no había en mi interior cabida para ese sentimiento.
Alguien llamó a mi puerta
- Señorita Parker, su vuelo sale en un par de horas — dijo una voz tras la puerta. Era el policía que llevaba mi caso. Joseph, creo que se llamaba.
- Enseguida salgo — fue mi respuesta.
Cerré la maleta. ¡Encima en avión! A la otra punta de lo que yo conocía. No es que tuviera demasiados amigos aquí, pero creo que a partir de aquel día no los volvería a ver. No es que ese hecho me apenara mucho, la verdad, la mayoría eran unos idiotas sin remedio.
Ni siquiera pensaba que tuviera oportunidad de hacer nuevos amigos. Ya había acabado el Bachillerato, pues comencé el colegio un año antes cuando era pequeña. Se me daba bien, y mis notas solían ser bastante regulares. Tenía bajones de vez en cuando, pero mi media era casi siempre de notable. Había conseguido mantenerla en Bachiller, y había aprobado de sobra la selectividad. Pero no había proyecto universitario, era totalmente inviable. No era algo que por el momento se encontrara en la lista de posibilidades para un futuro más o menos próximo. Además, ni siquiera sabría qué hacer. No había nada que me llamara especialmente la atención.
Suspiré y bajé las maletas de la cama. Todas mis pertenencias en dos maletas, qué cosas. Dos insignificantes maletas para transportar toda una vida. Sí, yo también lo pensaba: absolutamente deprimente.
Me puse delante del armario y me miré al espejo por última vez.
No me reconocí. Esa del reflejo no era la Kira de siempre. Mi melena negra, que caía casi hasta la cintura, parecía más triste que nunca. Me la recogí en una coleta y me miré a los ojos. Ese brillo natural había desaparecido. Lo más seguro era que se hubiera apagado para siempre. Aún estaban rojos y me escocían de tanto llorar, y bajo ellos se extendían unas ojeras violetas provocadas por la falta de sueño de las últimas horas.
Nunca me había considerado una diosa de la belleza, pero ahora mi aspecto realmente daba pena.
Cerré los ojos y desconecté momentáneamente del mundo, pero el sonido de unos nudillos aporreando la puerta me devolvieron de nuevo a la realidad.
- Señorita Parker, dese prisa o llegaremos tarde al aeropuerto.
Esta vez no contesté. Miré por última vez el que hasta entonces había sido mi cuarto, y me invadió la nostalgia, pero rápidamente la aparté y salí de la habitación.
Joseph estaba sentado en una de las sillas del salón, con gesto de aburrimiento.
- Por fin — oí que murmuraba por lo bajo, con un suspiro.
Le ignoré. Por lo visto no le hacía demasiada gracia el tener que hacerse cargo de mí. “Hay cosas peores”, pensé, “además, es su trabajo”.
Cogió una de mis maletas y salió por la puerta todo lo rápido que pudo, dejando bastante claro que tenía prisa por irse y salir de allí.
Al salir cerré la puerta con llave, dejando en aquella casa encerrados todos los tiempos pasados que nunca volverían.
Bajamos en el ascensor, demasiado estrecho, por lo que se produjo una situación bastante incómoda. Su barriga lo ocupaba casi todo. ¿Quién nos mandaría vivir en un octavo? Se hizo eterno, pero al final las puertas se abrieron y salimos.
Nos montamos en su coche patrulla. Decidí sentarme en el asiento de atrás, al lado de la ventanilla. La abrí y dejé que el viento me acariciara la cara.
No hablamos de nada durante el trayecto, y realmente agradecí el silencio. Una vez allí Joseph me dejó en la puerta, y ni siquiera me acompañó hasta dentro.
Facturé una de las dos maletas, la más grande. Esperaba que no hubiera problema en meter la otra dentro del avión. Tuve un pequeño problema para encontrar la puerta de embarque, hacía demasiado tiempo que no iba al aeropuerto, pero al final conseguí guiarme por los cartelitos de colores, como si fuera una guiri.
Di mi tarjeta de embarque y de nuevo tuve que sacar el DNI.
Gracias a Dios, no hubo trenecito hasta el avión, pues la puerta de embarque conectaba directamente mediante un tubo con la puerta del avión.
Una vez dentro, me acomodé en mi asiento y me puse los casos. Busqué música tranquila, algo de piano.
Mmm, me encantaba el piano. Junto con leer, era de las cosas que más me gustaba hacer. Leer y tocar el piano. Mi compositor favorito era, sin duda, Chopin, con sus Estudios para piano y sus Nocturnos. Era lo mejor para tranquilizarme. Pero al igual que muchas otras cosas que había dejado de hacer desde que mi madre se fue, no había vuelto a tocar el piano. Me traía demasiados recuerdos...no me atrevía a volver a experimentar de nuevo esa sensación. Tenía miedo de volver a intentarlo...
Creo que el vuelo fue bastante largo, pero no recuerdo bien. El cansancio y el sueño acumulado vencieron, y no desperté hasta que el avión estaba a punto de aterrizar.
Burrum. Tocamos tierra.
Cuando el avión se detuvo del todo, cogí mi maleta de mano y salí. Para mi sorpresa no esperé demasiado para recoger la maleta que había facturado. Con las dos maletas en mano me dirigí sin pausa a la salida.
Al traspasar las puertas que comunicaban con la terminal un gran barullo llegó a mis oídos. Montones de familiares y amigos venían a recibir a los viajeros que llegaban constantemente. La alegría era la que reinaba en aquel espacio cerrado. Abrazos estrechos, apasionados besos, grandes bienvenidas... Todo aquello sólo consiguió que me deprimiera un poco más, si cabía.
Casi rompo a llorar de nuevo, sólo casi. Me volví cuando oí una voz a mis espaldas que me llamaba.
- ¿Kira Parker? ¿Es usted Kira Parker?
Un hombre mayor miraba de un lado para otro, preguntándole a algunas chicas de más o menos mi edad si eran yo. Vestía una camisa y unos pantalones vaqueros por la rodilla. Entre su pelo, aunque ya blanco, se podían entrever algunos mechones negros que aún sobrevivían al implacable paso del tiempo.
- Soy yo — contesté, con voz lo suficientemente alta como para que me oyera y se diera la vuelta para mirarme.
- Hola, soy Norton — me tendió su mano y yo la estreché tímidamente.
- Hola
- Tengo entendido que va usted a pasar una buena temporada en casa de la señora Coraline, ¿me equivoco?
- No
- De acuerdo, pues entonces acompáñeme, por favor. La llevaré a casa.
A casa, qué raro sonaba eso. Sobretodo porque yo nunca volvería a estar  en casa.
Norton cogió una de mis maletas y se puso en camino. Me hubiera gustado echar a correr y salir cuanto antes de aquel odioso lugar, pero el paso de Norton era bastante pausado.
El aeropuerto no era demasiado grande así que no tardamos mucho en llegar al coche. Estaba aparcado en la acera de enfrente, nada más salir por la puerta principal.
Me quedé un poco alucinada cuando nos dirigimos a aquel cochazo. Eso no debería de haberme sorprendido, pero... ¿cuánta pasta tenía mi tía? La suficiente para tener un mayordomo y aquel coche. Y eso debía de sumar una cantidad importante.
Nos montamos en el coche. Yo volví a sentarme atrás.
El viaje se me hizo bastante largo. Quizá porque el paisaje no variaba apenas, bosque y más bosque, o por que la casa estaba exactamente donde yo más temía que estuviera: en el fin del mundo.

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