jueves, 25 de abril de 2013

Capítulo 18: Demostraciones


Sostenía un par de galletas con una mano y la mano de Cristhian con la otra mientras nos encaminábamos a una parte del jardín que no había visto hasta entonces en los casi seis meses que llevaba viviendo allí. Cada vez que salía me quedaba alucinada de lo grande que podía llegar a ser un jardín.
Estaba muy nerviosa, y Cristhian lo notó, seguramente porque no paraba de apretar su cálida mano.
– Shh, tranquila. Nadie te va a comer.
– Que me coman no es mi mayor problema ahora.
– ¿Ah, no? ¿Qué hay peor que eso? – preguntó, enarcando una ceja.
Yo me encogí de hombros.
– Tener que salvar al mundo y no tener ni idea de cómo hacerlo.
Cristhian se rió.
– Bueno, sinceramente, yo prefiero eso a que me coman.
Suspiré.
– Pues qué suerte – dije, tan bajito que ni siquiera yo pude oírme.
Después de caminar durante unos minutos, llegamos a una especie de explanada, considerablemente grande para encontrarse en medio de un jardín.
Allí nos esperaban todos.
No parecía haber un orden entre ellos, sino que estaban formando pequeños corrillos, hablando tranquilamente.
La primera que reparó en nuestra presencia fue, cómo no, Vic.
– Hola chicos – gritó en voz alta para que pudiéramos oírla por encima del gentío. Demasiado alto, diría yo, y la odié por eso en aquel momento, pues treinta pares de ojos se volvieron simultáneamente en nuestra dirección.
Se hizo un silencio en el claro, mientras la gente nos observaba con curiosidad. Bueno, lo cierto es que estoy casi segura de que me miraban a mí, pero prefería pensar que no.
Traté de no fijar la vista en ninguno de esos ojos curiosos, pero no me pasó desapercibida la mirada penetrante de una chica rubia, April.
Desvié rápidamente la dirección de mi mirada, que fue a buscar a Vic mientras se acercaba a nosotros.
– Hola Vic – dijo c cuando llegó a nuestro lado.
– Hola – dije yo, con un leve gesto de cabeza.
– ¿Qué tal has dormido? – le preguntó Vic a su hermano, con un gesto risueño.
Gracias a Dios, la gente había vuelto a sus asuntos, y ya no éramos el centro de atención, al menos de sus miradas. Lo más seguro era que el noventa por ciento de los allí presentes estuviera hablando ahora de nosotros.
– Pues bastante bien, la verdad – dijo Cristhian, en respuesta a la pregunta de Vic.
– Sí, ¿eh? – le dio un leve codazo en el costado –. Ya sabía yo que sí.
Cristhian puso lo ojos en blanco y resopló, mientras su hermana se reía y a mí se me escapaba una sonrisilla. Estar con ellos me hacía sentirme segura, me hacía sentirme en casa.
– Buenos días a todos – la voz de una mujer resonó por encima del leve bullicio de la explanada.
Todos nos dimos la vuelta instantáneamente y nos acercamos donde se encontraba Rebecca, la mujer que se había presentado la noche anterior.
– Ahora que ya estamos al completo – dijo  con voz clara – es la hora de comenzar.
Al lado de Rebecca, vestido con unos vaqueros muy oscuros y con un jersey de lana de cuello vuelto, se encontraba su marido, del que no recordaba su nombre.
Como si me hubiera leído la mente, dijo:
– Me llamo Liam, para los que aún no me conozcáis – hizo una leve pausa para mirarnos a todos y cada uno de nosotros,  y luego prosiguió hablando –. Lo primero de todo, daros la bienvenida a la Orden de la Luna. Desde que decidisteis consagrar vuestra vida a luchar sobre el mal inminente que habita en el mundo, ya se os considera miembros indiscutibles de este grupo sagrado. He de suponer que todos los que estáis aquí tenéis conciencia plena del mal que se cierne sobre nuestras almas. Habéis de saber que es más que posible que en esta guerra se pierdan vidas, pues es la vida lo que precisamente el enemigo quiere eliminar. Por eso, yo ahora os pregunto: ¿estáis dispuestos a asumir este riesgo? ¿Lucharéis hasta que vuestro corazón deje de latir por erradicar este mal? Si no lo hacéis, será una decisión totalmente comprensible, pero debéis abandonar ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Se hizo un silencio casi espectral en el claro. Nadie se atrevía casi ni a respirar, pero nadie alzó su voz para retirarse de la orden ahora que podía.
– ¿Nadie? – la voz de Liam resonó por todo el claro.
Pero no se oyó nada más que el eco de su pregunta.
– De acuerdo – dijo al fin –. Si nadie quiere abandonar, que comiencen las clases.
Se oyeron ligeros murmullos, que fueron acallados cuando habló de nuevo Liam.
– Para nuestra suerte, esta vez contamos con una persona muy especial – de repente, se me hizo un nudo en el estómago –. Que los amuletos hayan sido robados por Hassia es sólo una de las dos razones por las que nos hemos reunido aquí – hizo una larga pausa, y me buscó fervientemente con la mirada – Kira, por favor, ¿podrías acercarte?
Yo alcé la vista y miré a Cristhian. Tenía una expresión extraña mientras miraba a Liam, como de recelo. Bajó la vista para mirarme, y asintió levemente a la pregunta que hacían mis ojos.
Le solté la mano a regañadientes tras darle un último apretón, y me abrí paso entre la gente. al final, pude llegar a mi destino sin tropezarme ni caerme por culpa de algún pie puesto adrede en mi camino.
Cuando llegué al lado de Liam, no fui capaz de alzar la cabeza.
– Está bien – dijo, dirigiéndose a la gente –. Esta es la chica que se hace llamar Kira, la que dice ser hija de la anterior heredera y la que, según los mellizos y ella, es la Elegida – había un tono burlón en su voz que no me inspiró ninguna confianza.
Pero lo que dijo a continuación, me pilló totalmente desprevenida.
– Si de verdad es quien dice ser, que lo demuestre.
¿Pretendía ponerme a prueba? Yo ni siquiera había afirmado ser la Elegida a nadie. Si ni yo misma me lo creía, ¿cómo iba a demostrarlo?
– ¿Cómo? – pregunté, secamente. Ya no sentía vergüenza, sino rabia.
– Haciendo magia, claro – dijo, mofándose, como si lo que acabara de decir fuera algo totalmente estúpido y fuera de contexto – ¿No es eso lo que hacen los elegidos? Se supone que poseen el don de la magia.
Se oyeron muchas risas, y, pese a haber oído su voz tan sólo un par de veces y a lo lejos, no me cupo duda a la hora de identificar la de April.
Alcé la vista y busqué a los mellizos, con una pregunta escrita en la frente: ¿Nadie le  había contado a la Orden que en realidad sí que podía hacer magia?
Me tranquilizó mucho la sonrisa que curvaba los labios de Cristhian mientras asentía, como diciéndome que les dejara a todos con la boca abierta.
– De acuerdo – dije encogiéndome de hombros en dirección a Liam. Éste sonrió con suficiencia al ver que aceptaba un reto que parecía imposible, dejando muy claro que lo único que quería era dejarme en evidencia delante de todos.
Las risas aumentaron cuando cerré los ojos para concentrarme mejor, y resonaron aún más fuerte cuando alcé las manos. Pero cuando la hojas que había en el suelo comenzaron a gira y a elevarse como un remolino, todo amago de risa o de burla desapareció repentinamente.
Abrí los ojos y miré desafiante a Liam, que me observaba con los ojos como platos por el asombro.
– No suelo equivocarme Liam – Coraline salió de entre los árboles que estaban detrás nuestra –. Y menos afirmar que he encontrado a la Elegida si no estoy absolutamente segura de ello.
Parecía muy segura de sí misma, de que lo que decía era cierto, algo que es más fácil si realmente juegas con la verdad como tu baza más importante.
– Lo...lo siento – dijo Liam, visiblemente arrepentido –. No resulta fácil de creer. Por favor, ¿podrás perdonarme, princesa Kira?
¿Qué? ¿Yo? ¿Princesa? ¿En la misma frase? Guau, aquello era nuevo, y un gran shock. Es decir, ya lo sabía, pero… bueno, sonaba raro.
Se hizo una vez más el silencio, y pensé que era un buen momento para decir algo, aunque sabía que me iba a morir de la vergüenza.
– Yo no he elegido esto. Apenas sé qué es lo que está pasando realmente aquí. ¿Yo una princesa? Ni siquiera soy capaz de creer que mis padres estuvieran metidos en esta locura– esperaba que April captara el mensaje –. Sólo sé que no es nada bueno. También que luchar con la magia es una ventaja inimaginable para un ejército. Quiero vengar la muerte de mi madre, así que estoy dispuesta a asumir mi papel en esto, sea cual sea. Quisiera ayudar, pero no sé cómo. No tengo ni la menor idea. En mi vida he usado la magia para nada que no fuera coger un libro de la estantería sin tener que levantarme de la cama. Y no digamos lo de manejar una espada...sé muy bien que no soy del agrado de muchos, y lo entiendo, ¿quién es una adolescente de diecisiete años que pretende salvar al mundo? Nadie – hice una pausa –. Pero si por una vez pudiera ser útil, realmente me encantaría aprender cómo.
Nadie habló durante los segundos que prosiguieron a mi “discurso de iniciación”.
Fue al final Rebecca la que se dirigió a mí.
– Yo estoy dispuesta a enseñarte todo lo que sé – dijo, para mi sorpresa –. Creo que eres la Elegida, pero no por lo que acabas de hacer. No creo en ti por la magia, sino por tus palabras. No quieres destacar sobre el resto, ni tienes afán por nada que no sea aprender a ser útil. Eres sincera, y eso es algo básico: la verdad abre puertas. No sé si ahora mismo podemos considerarte ya la Elegida, pero si no es ahora, estoy totalmente segura de que algún día llegarás a serlo.
No sabía qué decir exactamente. Así que dije lo que me pareció lo más conveniente.
– Gracias.
Rebecca asintió.
– Está bien – dijo Coraline –. Creo que ya es hora de que empecemos, pero de verdad.
Liam, que se había apartado un poco del grupo, dio un paso al frente.
– De acuerdo. Como ya hemos hecho otras veces, os vamos a dividir en grupos para que los entrenamientos sean más fructíferos. Los grupos serán reducidos, y los compañeros con los que estéis serán también vuestro equipo a la hora de la verdad, es decir, si por desgracia  no se pudiera evitar una lucha.
Se nos dividió en grupos tal y como habían dicho.
No sé si lo hicieron aposta, pero Cristhian, Vic, Jack y yo estábamos en el mismo, junto con otra chica que no conocía y tres chicos más, que Cristhian si parecía conocer, y por lo visto congeniar con ellos. Supuse que era favorable que los miembros de cada equipo se llevaran bien entre ellos y se entendieran para resultar así más fácil la comunicación a la hora de la lucha.
Uno de los chicos era alto y moreno, con los ojos oscuros, y daba la impresión de ir un poco a su bola.
Otro llevaba unas gafas de pasta negras y blancas. Era alto también, pero no tanto como el primero, y parecía simpático, aunque tímido.
El último chico era de color. Llevaba el pelo corto, casi al cero, y era bastante guapo. No le conocía, pero ya me caía bien.
La chica tenía el pelo castaño y muy rizado y abultado. Tenía unas pocas pecas salpicándole las mejillas, que se encendieron ligeramente cuando reparó en que la estaba mirando. Le dediqué una tímida sonrisa y ella me correspondió.
Justo cuando me daba la vuelta para preguntarle a Cristhian qué se suponía que íbamos a hacer ahora, vi a Rebecca acercarse a nosotros.
– Bueno chicos – dijo una vez a nuestro lado –, de ahora en adelante seré vuestra tutora.

sábado, 17 de marzo de 2012

Capítulo 17: Charla


Los rayos del sol me acariciaban el rostro a la mañana siguiente, invitándome a despertar.
Abrí los ojos esperando encontrarme con mi habitación, pero lo primero que vi fue un piano de cola...¿un piano de cola?
Entonces lo recordé todo. ¡No había sido un sueño!
Un brazo me rodeaba la cintura firmemente, y noté una respiración acompasada en la nuca.
Con mucho cuidado de no despertar a Cristhian, me di la vuelta.
Él aún dormía. Su pelo negro estaba más alborotado de lo habitual, y tenía la boca ligeramente abierta, produciendo un suave ronroneo al respirar.
Sonreí y acaricié sus cabellos con cariño.
Era tan guapo que no parecía real, sino más bien algo imaginario, una simple ilusión que rozaba lo divino.
Pero no era hermoso sólo por fuera. Su interior era mucho más bello. Cristhian tenía un corazón tan puro y transparente que se podía ver a través de él.
En aquel momento todo parecía tan normal que resultaba casi imposible. Nada de magia, ni de criaturas extrañas, ni de sueños raros que no te dejan dormir.
Era una mañana normal de un día normal en una casa normal...eso sí, con un chico nada normal durmiendo conmigo.
Una tímida sonrisa apareció por las comisuras de labios de Cristhian como si pudiera leerme la mente, mientras abría los ojos despacio, tratando de acostumbrarse a la luz.
Yo también sonreía cuando los abrió por completo.
– Buenos días, dormilón.
– Hola Kira.
– ¿Qué tal has dormido? – le pregunté.
– Perfectamente – consiguió decir entre bostezos -, ¿tú?
– Mejor que nunca.
Me acogió en el círculo de sus brazos y me apretó muy fuerte contra él.
Después de un rato, decidimos al fin movernos para ponernos en marcha.
Recogimos las mantas y los restos de la pizza de la noche anterior y nos fuimos cada uno a nuestra habitación para cambiarnos de ropa y darnos  una ducha.
Los pasillos aún estaban oscuros, pese a que ya eran las diez y media de la mañana.
Nada más entrar en la habitación abrí las cortinas con tan solo pensarlo e iluminé la penumbra que reinaba en la habitación. Me quité la ropa y me metí en la ducha bajo el agua caliente, dejando que me empapara entera.
Sonreí, feliz. El príncipe azul había aparecido en el momento oportuno. Había sido la mejor noche de toda mi vida, pero lo mejor era tener la certeza de que no había terminado, de que Cristhian me estaba esperando.
Estaba tan sumamente inmersa en mis pensamientos que sólo me acordé de que estaba en la ducha cuando el agua me quemó y pegué un pequeño grito.
A la hora de vestirme, no lo dudé un instante: lo más cómodo que tenía en el armario y que no tuviera problema porque se manchara o incluso se pudiera romper. Por lo que tenía entendido, hoy comenzaría mi fase de iniciación y entrenamiento para ser miembro de la Orden de la Luna. ¿Quién diría que estaría con una espada en la mano el día de año nuevo?
¡Yo no estaba preparada para eso! En mi vida me había metido en una pelea, ni había discutido con nadie tan violentamente como para llegar a las manos... ¡y Vic me había dicho que debía aprender a manejar la espada! ¡Una espada! ¡Si ni siquiera había visto una en mis diecisiete años!
Estaba perdida. Más que eso. Estaba perdida y sin esperanzas de encontrarme, por mucho que Cristhian se empeñara en hacerme creer lo contrario. Cada vez dudaba más que yo fuera realmente la Elegida para, nada más ni nada menos, salvar el mundo.
En fin...me puse unos vaqueros y una sudadera vieja.
Como tenía el pelo bastante mojado, no me quedó otra opción que secármelo con el secador, por mucho que odiara ese aparatejo tan ruidoso.
Por suerte y para mi sorpresa, al terminar de secármelo no parecía una leona, por lo que me lo pude dejar suelto con una fina diadema negra evitando que se me viniera todo el rato a la cara.
Necesitaba un corte de pelo urgentemente, pues me llegaba ya casi hasta la cintura. Sólo de pequeña lo había llevado tan largo, cuando mi madre me lo cepillaba y tranzaba cuidadosamente cada día. Ella me decía siempre que mi pelo era similar al azabache, pero más bonito. Yo me daba la vuelta y le preguntaba qué era el azabache, y su respuesta era siempre la misma: algo hermoso y parecido a mi pelo. Por supuesto que siempre me quedaba con la duda...
¿Cuántos años tendría? ¿Tres? ¿Cuatro, quizá?
Cerré los ojos...ojalá que ella estuviera allí. Ahora la necesitaba, más que nunca. Necesitaba sus consejos, y que me dijera qué es lo que debía hacer, como si aún fuera muy chiquitita. Pero ella ya no estaba.
Al menos había descubierto un modo de comunicarme con ella, más o menos. La música era una puerta abierta entre ella y yo, aunque esa puerta no se abriera en este mundo, si no en otra dimensión, la dimensión de los sentimientos.
Alguien llamó a la puerta.
Terminé de abrocharme la zapatilla y me dirigí a abrir.
Al otro lado, con una cara de sueño increíble y aún en pijama, estaba Vic.
– Hola Kira.
No pude contener la risa al verla así, con esas ojeras y con unos pelos que parecía haber salido de una pelea de gatas.
– ¡Qué pintas tienes!
– Muchas gracias por el halago. Yo también te quiero.
Me reí un poco más mientras dejaba pasar a Vic y cerraba la puerta.
Ella se dejó caer en mi cama sin deshacer.
– ¿Qué tal anoche? – le pregunté.
– Muy bien, nos lo pasamos genial todos.
– Sí, se te nota en la cara – le dije sarcásticamente.
– Ja ja ja. Que gracia – dijo -. Al menos yo no desaparezco del mapa con el hermano de mi mejor amiga y no doy señales de vida en toda la noche.
No supe qué contestar a eso, sólo preguntar, un poco cortada:
– ¿T...te molesta?
– ¿Que si me molesta? – parecía un poco molesta, en efecto, pero de repente su cara cambió, y dibujó una radiante sonrisa sobre ella – ¡Pues claro que no, boba!
Me desinflé en un suspiro.
– Ya era hora – continuó Vic –. Lleva detrás tuya dos meses.
Sacudí la cabeza.
– ¿El qué?
– Pues eso – sonrió un poco más – que lleva detrás tuya mucho tiempo, esperando a que tú hicieras alguna señal.
No dije nada, pero sabía que estaba más roja que un tomate a causa de la vergüenza provocada por sus palabras.
– Bueno, y qué hicisteis.
– Eh...nos fuimos a la bohardilla con unas pizzas y unas mantas, y dormimos allí.
– Oooh, qué romántico...los dos tortolitos durmiendo juntos bajo la luz de las estrellas.
– ¡Vic! ¡No seas tonta!
– Espera, ¿Os habéis besado?
– ¡Vic! – protesté.
– Contesta.
Resoplé sonoramente, y contesté.
– Sí.
Vic sonrió y dio una serie de palmaditas.
– Y dime... ¿habéis...? ya sabes...eso – dijo.
– ¡No! – le dije en cuanto supe a lo que se refería – ¡Por supuesto que no!
– Ah, bueno, lo suponía – me dijo, encogiéndose de hombros – mi hermano no es de esos.
– ¡Ni yo tampoco!
– Lo sé, sois tal para cual.
Sonrió mientras yo sacudía la cabeza. A veces podía ser tan superficial...
– Bueno, y qué, ¿te gusta?
– ¿Va a ser muy largo tu interrogatorio?
– Dime, ¿te gusta? – repitió, ignorándome.
Noté como aumentaba el color de mis mejillas, y luego no pude evitar sonreír.
– Demasiado.
Vic se rió y me dio un fuerte abrazo.
– Me  alegro – me dijo –. Lleva sólo demasiado tiempo.
Entonces me vino a la cabeza la imagen de Cristhian bailando con aquella chica rubia tan mona, que luego no había dudado un instante en atravesarme con la mirada.
– Vic...una pregunta...¿Quién era aquella chica rubia?     
Vic alzó los ojos y los clavó en los míos.
Tras una pequeña pausa, al fin me contestó.
– Se llama April. Es la hija de Liam y Rebecca, los dos que, junto con Coraline están al frente de la Orden aquí en Inglaterra.
Asentí levemente.
– Me odia.
Vic suspiró.
– Lo sé, y tiene sus razones.
La miré, sorprendida.
– Creo que una las puedes deducir por ti misma – me dijo.
La verdad era que una la había dejado bien clara la noche anterior.
– Sí, es obvio que va detrás de Cristhian.
Vic asintió con la cabeza.
– Lleva años detrás de él, y, aunque Cristhian le ha dejado claro en más de una ocasión que no quiere nada más que ser amigos, April no se rinde tan fácilmente.
– Eso ya lo suponía... – dije – ayer me mató un par de veces con la mirada.
Se rió y luego adoptó de nuevo un gesto más o menos serio.
– La otra razón también es bastante obvia si la piensas un instante – me dijo –. Te tiene envidia.
– ¿Envidia? ¿De mí? – pregunté, sorprendida.
Vic asintió.
– Ha trabajado duro toda su vida para estar a la altura en la Orden, y de hecho, es una de las mejores. Maneja todo tipo de armas y conoce toda la historia de la Orden, desde sus inicios. Tiene también conocimientos bastante densos sobre magia, aunque no el don de utilizarla...en fin, que está bien entrenada, pero aún así, ella no es la Elegida.
Vic enarcó una ceja.
– ¿Que tiene envidia de mí porque yo soy la Elegida?
– En efecto.
– ¡Pero es que yo no he tomado esa decisión! ¡No es algo que a mí me guste!
– Ya, pero eso le da igual. En su cabeza no entra nadie más que ella. Está acostumbrada a conseguir todo lo que quiere, sin importar lo que le cueste o a quien tenga que herir en el intento. Pero esta vez es distinto. Se siente impotente porque no puede hacer nada al respecto. Por eso, la paga contigo.
– ¡Pero yo no tengo la culpa de ser la Elegida! – estallé –. Ojalá pudiera serlo ella en vez de yo. Le cedería mi puesto encantada.
– Lo sé, pero ella no se da cuenta de lo duro que es para ti.
Suspiré, y me tumbé en la cama.
– No sé qué es lo que tengo que hacer...estoy perdida.
– Nadie sabría qué hacer en tu lugar. De hecho nadie sabe qué es lo que hay que hacer ahora, sin estar en tu lugar. Pero por eso estamos unidos, para encontrar juntos una solución, para apoyarte en todo lo que hagas. Tú eres ahora la persona más importante, la que tiene que estar a salvo cueste lo que cueste. Y nosotros somos los que nos encargamos de que aprendas.
– ¿Qué es lo que tengo que aprender? – me incorporé y me senté en el borde de la cama..
– Tienes que aprenderlo todo – se sentó a mi lado – Tienes que aprender a ser una líder. Has de aprender a luchar y a invocar a la magia, debes aprender a conocer a tu enemiga, Hassia, y a combatir a su corte y al Ejército de los Consumidos.
– ¿El Ejército de los Consumidos?
– Sí, es el ejército de Hassia. Se llaman así porque su alma está completamente consumida y sometida a Hassia, su reina. Hacen lo que ella les dice sin rechistar ni diferir lo más mínimo de sus opiniones. No tienen miedo, pues no tienen corazón para sentirlo – hizo una pausa –. Son seres deformes y oscuros, que no tienen reparo en matar. Pero, para su desgracia, son enteramente mortales...por ahora.
– ¿Por ahora?
Vic asintió.
– Esa es una de las cosas que Hassia pretende hacer con los amuletos. Convertirse en un ser inmortal, y transformar con ella a todos sus súbditos. Pero para ello necesita una cosa más...
Vic me lanzó una significativa mirada.
– Me necesita a mí.
– Así es. Necesita tu magia. Por eso no ha intentado atraparte aún. Primero quiere que aprendas como utilizarla, para ella sería mucho más fácil. Pero es un arma de doble filo. Cuando aprendas a manejar tu magia, serás también una amenaza para ella – hizo una pausa –. De la parte de la amenaza nos encargamos nosotros.
Sonrió de forma enigmática y un tanto sádica, pero me hizo gracia.
– Pues creo que va a ser complicado. No me he metido en una pelea en mi vida, y...¿espadas?, ¿qué es eso?
– Sí, puede que sea una tarea difícil, pero no imposible.
– Eso espero.
Vic miró su reloj.
– Bueno, yo en realidad venía a despertarte. A las doce tenemos que estar todos abajo, especialmente tú, y ya son las once menos cuarto.
– Entendido.
– Vale. Entonces voy a vestirme ya.
– Ahora nos vemos.
Asintió mientras salía de mi habitación y cerraba la puerta.
Yo en realidad ya estaba lista, y aún quedaba una hora y cuarto para las doce, así que se me ocurrió hacer algo productivo.
Saqué de la maleta escondida debajo de la cama mi diario, al que había dado más bien poca importancia en los últimos meses.
Me senté cómodamente en la mesa y comencé a escribir. Escribí todo lo ocurrido desde mi llegada a mi nueva casa hasta el momento presente, todas esas cosas que al principio eran extrañas pero que fueron haciéndose habituales a medida que el tiempo avanzaba.
Me demoré especialmente en lo ocurrido la última semana, desde la salida al pueblo, y en concreto, la noche anterior, con todo lujo de detalles.
Describí detalladamente a Vic, a Coraline, a Norton, y por supuesto, a Cristhian. También plasmé en el papel todo lo que sabía acerca de la muerte de mi madre, y que no fue un accidente, todo lo relacionado con los amuletos, la magia, y por supuesto, con Hassia y su Ejército de los Consumidos.
Para cuando acabé de escribir, ya eran las once y media.
Me disponía a guardar el diario en un cajón cuando llamaron a la puerta.
Decidí meterlo en el mismo cajón en el que guardaba mi colgante, y luego fui a abrir la puerta.
Al otro lado apareció Cristhian, con el pelo aún húmedo de la ducha.
Llevaba una camiseta gris de manga larga que se ajustaba bastante a los músculos de su pecho, y unos vaqueros algo desgastados.
De repente dio un paso hacia mí y me tomó entre sus brazos, echándome sobre su hombro.
– ¡Suéltame! – le dije riéndome y golpeándole en la espalda para que me soltara.
Pero en vez de eso, me llevó en volandas hasta la cama, donde me tumbó, haciendo él lo mismo, a mi lado.
No podía parar de reír. Él también reía.
Me acerqué a él junté su frente con la mía.
– Hola – le dije.
– Te echaba de menos.
Sonreí.
Cristhian posó suavemente sus labios sobre los míos, regalándome un ligero beso.
– Yo también – murmuró contra mis labios.
Suspiré y cerré los ojos.
– Háblame de ti – me dijo entonces.
– ¿Que te hable de mí? – le pregunté, sin saber a qué se refería exactamente.
– Sí, quiero saberlo todo sobre tu vida.
– ¿Para qué? – dije, abriendo los ojos –. Mi pasado no es demasiado bonito ni alentador. La parte más interesante de mi vida han sido estos últimos meses.
Cristhian me sonrió con tristeza.
– No hay que enterrar el pasado, Kira. Está ahí. Es inútil luchar contra él. Pero por el contrario, puede hacernos más fuertes para afrontar el futuro.
Me acarició la cara con la yema de los dedos.
– Lo sé – le dije.
Puse mi mano sobre la suya.
No dijimos nada durante unos instantes, sólo nos miramos a los ojos en silencio. Al final fue él quien habló.
– ¿Siempre te ha gustado tanto leer?
Asentí.
– Sí. Desde que mi madre murió, los libros han sido una evasión eficaz de la realidad que debía vivir. Eran, por así decirlo, mi vía de escape más rápida y segura.
– Supongo que un libro es una buena forma de olvidar.
– No sólo se trataba de olvidar – le dije –, sino también de poder adentrarme en un mundo en el que me encantaría vivir. Leer te hace creer que todo es posible, porque no hay nada que te impida imaginar. Los libros son la fuerza que permite que la imaginación despliegue sus alas y vuele a los lugares más maravillosos jamás conocidos por nuestra mente.
– Me encantaría poder viajar contigo a uno de esos lugares.
Sonreí.
– De hecho, ahora mismo es como si estuviera dentro de uno de esos libros que tanto me gustan. Y encima parece que soy uno de los protagonistas. Lo único, que me lo imaginaba un poco menos complicado.
Cristhian se rió.
– Todas las cosas difíciles y que exigen trabajo, al final merecen la pena.
– Sí, lo cierto es que, aunque estoy más que muy asustada, me alegro de poder formar parte de esta historia – le miré fijamente, sonriendo –. Si no fuera así, puede que nunca te hubiera conocido.
Pasé una mano por sus cabellos oscuros, y luego me acurruqué cómodamente en su pecho.
Cristhian pasó sus brazos alrededor de mi espalda.
– Dime qué más cosas te gustan, qué es lo que te hace más feliz.
– Bueno, se podría decir que en estos momentos soy bastante feliz. Sólo necesito que estés a mi lado.
Me acarició el pelo.
– ¿Qué más?
– Bueno...me encantan las estrellas y el piano.
– Algo que ya no sepa, por favor.
Sonreí.
– Bien, pues...me gusta desayunar la pizza que ha sobrado de la noche anterior, y...me encanta la gente que siempre sonríe. Te alegran el día.
– Eso es cierto.
– Y también me gusta mucho escribir, así en vez de meterme en otros mundos ajenos, puedo crear los míos propios.
– Estoy seguro de que algún día serás una excelente escritora.
– Demasiado optimista – alcé la cabeza y le miré a la cara –. Y a ti, ¿qué es lo que más te gusta?
Se encogió de hombros.
– Me gustan las puestas de sol y los sándwiches de nocilla.
Me reí.
– ¿En serio? ¿Los sándwiches de nocilla?
– En serio. La nocilla es algo por lo que mataría – dijo muy serio, tanto que al final no pudo evitar reírse también.
– Bueno...¿y a quién no le gusta la nocilla? – pregunté, encogiéndome de hombros.
– A nadie más que a mí, eso seguro.
– Ya, me ha quedado claro – volví a reírme.
Se separó un poco y se incorporó, poniéndose boca arriba y apoyándose en los codos.
– Y...¿cuáles son las cosas que más te gustarían en el mundo? – me preguntó.
“Millones de cosas”, pensé para mis adentros. Pero dije la que me parecía más importante para mí.
– Lo que más me gustaría en el mundo es que todo esto en lo que estamos metidos hasta el cuello tenga un final feliz y podamos así vivir una feliz vida todos juntos.
Cristhian suspiró.
– Sí, a mí también me encantaría que todo esto acabara de nuestro lado. Pero va a haber que trabajar duro para conseguirlo.
Asentí.
– Pero es que vamos a trabajar duro.
– Lo sé – dijo, con el semblante serio. Luego, esa sonrisa que hacía que mi corazón se detuviera durante unos instantes, apareció de nuevo en su rostro angelical –. Bueno, qué más cosas te gustaría hacer.
– Mmm...no sé, no sé... – me rasqué la barbilla, como si me estuviera devanando los sesos para encontrar una respuesta –. Ir a Nueva York – dije al fin.
– ¿A Nueva York?
– Sí – contesté –. Ver los rascacielos de Nueva York siempre ha estado en uno de los primeros lugares de mi “lista de cosas que hacer antes de morir”
– ¿En serio tienes una lista así?
– Ajá. Siempre la he tenido.
– ¿Y qué más cosas hay en esa lista tuya? – preguntó, curioso.
Yo sonreí. Siempre había tenido esa lista en mi cabeza. Allí guardaba todas esas cosas que merecía la pena hacerse.
– La primera era enamorarme.
¿Era?
– Claro – dije, moviendo la cabeza afirmativamente –. Ahora que se ha convertido en algo que se ha hecho realidad, desaparece de la lista.
– Buen razonamiento.
– Otro de los lugares de honor de mi lista es escuchar las canciones más conocidas de los grupos de música que han marcado todo el panorama musical en la historia.
– Buen propósito. A nadie le viene mal nunca un poco de cultura musical.
– Estoy de acuerdo – convine –. Y bien, ¿es que tú no tienes tu propia lista?
– La verdad es que no – dijo.
– Vamos, ¡todo el mundo tiene esa lista, aunque no todos le den un nombre concreto!
– Bueno, yo siempre he querido aprender cosas sobre coches.
– Típico.
– Sí, la verdad es que suena bastante convencional.
Le di la razón.
– Lo cierto es que sí. Pero, al fin y al cabo, eres un tío, aunque seas mucho más guapo, simpático, inteligente y cariñoso que la media – meneé la cabeza de forma teatral –. Tienes instintos básicos contra los que no puedes luchar.
– ¿Así que, a fin de cuentas, estoy dentro del estereotipo? – preguntó, sonriendo abiertamente.
– Para nada – contesté yo, sonriendo también.


martes, 28 de febrero de 2012

Capítulo 16: Velada de estrellas


Cristhian me guió fuera de la habitación, y subimos las escaleras. 
Cuando al fin estuvimos prácticamente en silencio, me preguntó:
– ¿Estás mejor?
– Bastante mejor – le sonreí –. Gracias.
Nos miramos a los ojos en silencio, y supe que los besos no sólo se dan con los labios.
– ¿Podemos ir a la bohardilla?
– ¿A la bohardilla? – preguntó extrañado.
– ¿Qué pasa?
– Nunca he subido allí.
– ¿En serio? No me puedo creer que hayas vivido aquí durante catorce años y todavía no conozcas el mejor lugar de la casa.
– ¿Tú has estado allí?
– ¡Claro! ¡He pasado allí decenas de noches!
– ¿Tú sola?
– No, he estado con Norton.
Me miró un poco asombrado. Yo me reí.
– ¡Es broma, tonto! ¡Claro que subí sola! ¿Con quién si no?
Se rió, ahora más tranquilo.
– Está bien, subamos.
– Tenemos que coger mantas y velas, a no ser que tengas una linterna.
– Vale, tu coge las mantas y las velas. Voy a quitarme este traje agobiante y a por algo de comida y ahora voy para tu habitación.
Asentí y me dirigí hacia ella.
Me quité el vestido y me puse un pantalón de chándal y una camiseta más o menos pasable. Guardé mi preciado regalo a buen recaudo, en un cajón de la mesilla, y cogiendo uno de los candados de la maleta, lo puse en él para cerrarlo bien, y dejé allí metido mi pequeño tesoro. Luego tomé unas cuantas mantas del armario y busqué por los cajones algunas de las velas que había usado otras veces para subir.
Después me senté en la cama, y suspiré profundamente...Puede que todo fuera en realidad como en un cuento de hadas. Por primera vez desde que había comenzado esta aventura me alegraba de poder formar parte de ella, me alegraba de ser un personaje tan importante de la historia que alguien narraba. Me alegraba de poder volver a ser feliz.
Alguien llamó a la puerta y me levanté de un salto, con las mantas y las velas en la mano.
La abrí y vi al otro lado con un pantalón de chándal y una sudadera gris clarito a Cristhian. ¡Hasta con ropa de estar por casa estaba irresistible!
Llevaba en una de las manos una pizza recién hecha y en la otra una botella de Coca-Cola.
– ¿Vamos? – me preguntó, haciendo un gesto hacia arriba con la cabeza.
Yo asentí y salí de la habitación tras apagar la luz, cerrando la puerta detrás de mí.
Me siguió a través de los pasillos, que yo recorría de forma decidida, sin dudar ni un instante hacia donde me dirigía. Seguramente era el lugar de la casa al que mejor sabía ir.
Abrí la puerta y comenzamos a subir las escaleras que conducían a otra puerta, la que daba paso a la bohardilla.
Al entrar,  todo estaba oscuro, por lo que encendí una vela, que iluminó toda la bohardilla de un modo misterioso.
Suspiré y me acerqué al piano de forma involuntaria, guiada por una atracción superior a mis propias fuerzas. Deslicé suavemente los dedos por la tapa del precioso piano de cola negro.
– ¡Madre mía! ¡Pero si hay hasta un piano de cola! ¿Cómo es que nunca se me había ocurrido subir?
Sonreí mientras me sentaba frente al teclado.
– ¿Sabes tocar? – me preguntó Cristhian mientras se acercaba a donde yo me encontraba.
Levanté la tapa del teclado y paseé la mano por cada una de las teclas, impregnándome de su magia.
– Mi madre me enseñó de pequeña. Me encantaba. Pasaba horas y horas frente al piano, inventando melodías. Seguí tocando cuando murió, pero la música me recordaba constantemente a ella, era demasiado doloroso – me detuve un instante y le miré –. Así que acabé por dejarlo del todo. Desde entonces, llevo años sin tocar. Si lo retomara, no creo que fuera capaz de controlar mis emociones.
Se quedó mirándome en silencio durante unos instantes, como si estuviera reflexionando sobre lo que le acababa de contar.
– Toca para mí – dijo entonces.
– Lo siento Cristhian, no creo que pueda...
– Claro que puedes – se sentó a mi lado y me tomó de la mano –. Nadie más que yo te puede  oír aquí...
– Pero es que...me da miedo.
Me miró sorprendido.
– ¿Qué es lo que te da miedo?
– Temo recordar. Me da miedo no poder controlarlo.
– Pues no recuerdes. Simplemente concéntrate en la música.
– No es tan fácil, Cristhian.
– Por favor, sólo te pido que lo intentes, nada más. Si ves que no puedes lo dejas. Pero si no lo intentas, jamás sabrás si eres o no capaz de ello. Por favor...
Suspiré profundamente y despacio, muy despacio, me giré y me puse frente al piano.
Volví a posar las manos sobre las teclas, acariciándolas, mimándolas, conociéndolas...cerré los ojos y el resto de mis sentidos al mundo exterior, y dejé que mi corazón dominara mi cuerpo, dejé que la magia hiciera su parte y entonces...
Entonces comencé a tocar. Mis dedos revolotearon suavemente pero de forma decidida sobre las teclas del piano. Me dejé llevar por el sonido de las notas flotando en el aire, me inundé de música y de recuerdos. En mi mente apareció la imagen de mi madre, pero no fue en absoluto un recuerdo doloroso. Por el contrario, me hacía sentirme más viva, me inspiraba.
No seguía ninguna partitura, sino que improvisaba. Iba rescatando trozos de obras de aquí y allá, e introducía también buena parte de lo que me iba pasando por la mente en ese momento.
Era una sensación maravillosa el poder tocar de nuevo. Puede que debiera haberlo intentado antes, porque era una forma de recordar a mi madre sin que doliera en absoluto. Mi madre era la música, mi madre era la que hacía a mis dedos desplazarse hasta la tecla adecuada para emitir el sonido perfecto para la melodía, el sonido concordante con la estructura de la partitura imaginaria, con las notas que se desarrollaban en mi cabeza de forma simultánea.
Perdí la noción del tiempo mientras tocaba. No me di cuenta de nada de lo que pasaba a mi alrededor, todo se había vuelto de un tono grisáceo y borroso. Lo único nítido en mi mente eran las notas y las teclas del piano...viajé a otra dimensión.
Al cabo de un rato, al fin me detuve.
Cerré los ojos y suspiré profundamente, mientras notaba el latido acelerado de mi corazón.
Entonces me di cuenta de que él seguía allí, por lo que me di rápidamente la vuelta para mirarle. No se había movido, aún estaba sentado a mi lado, ligeramente girado en mi dirección, observándome con los ojos muy abiertos.
– ¿Y bien? – le pregunté.
– Es lo más bonito que he  oído en mi vida.
Me puse un poco roja y bajé la vista a mis manos.
– Gracias.
Me tomó de las manos y me las pasó por detrás de su espalda. Luego el me rodeó con sus fuertes brazos y me apretó contra él, acogiéndome el lugar más cómodo del mundo. No nos movimos durante unos instantes, en los que su mano acariciaba mi pelo liso una y otra vez.
Al final, fui yo la que me separé un poco.
– Aún te falta por ver lo mejor
– No creo que haya en esta habitación ni en el mundo nada mejor que lo que acabo de escuchar.
– Ahora lo verás – discrepé, con un tono de misticismo en mi voz.
Encendí una vela, pues la anterior estaba a punto de consumirse por completo, y con la luz que desprendía busqué a tientas el mecanismo para abrir el gran ventanal que ocupaba el techo.
Cuando lo abrí, la luz de las estrellas iluminó el pequeño habitáculo de forma mágica. Era una noche perfecta ya que, al no haber luna, las estrellas brillaban en el cielo más que nunca.
– Vaya – susurró Cristhian.
– Lo sé – sonreí –, “vaya” es quedarse corto.
Nos sentamos en el suelo sobre algunas de las mantas, tapándonos con el resto, envueltos en la luz de las velas, y bajo el flujo de las estrellas.
– Bueno, ¿tienes hambre? – me preguntó.
– La verdad es que bastante.
Tomó una porción de pizza y me la pasó. Yo le pegué un buen mordisco...estaba deliciosa.
Él también se comió un trozo, y tras beber un trago, me pasó la Coca–Cola.
– ¿Cuántos años llevabas sin tocar el piano? – me preguntó.
Me detuve un segundo a contar.
– Casi doce años.
– ¿Doce años? – estaba asombrado – ¿Y cómo es que no lo has olvidado?
– Hay cosas que no se olvidan – contesté –. Es como andar o como escribir. Simplemente lo sabes porque lo aprendiste una vez. Luego tú puedes perfeccionarlo, pero si tienes la base, con eso es suficiente.
– No me creo que lo que tú has tocado sea “lo básico”.
Me reí.
– No, no lo es.
– Pero, ¿cómo lo recuerdas, si haber tocado durante tanto tiempo?
– Es cierto que llevo muchos años si tocar, pero eso no quita que haya continuado escuchándolo.
El silencio se apoderó del lugar por un instante. Yo sabía que una pregunta rondaba por la mente de aquel chico.
– ¿Ha...ha sido... muy duro? – me preguntó.
– No – contesté yo, ahora consciente de su temor por no haber formulado la pregunta correcta  –, de hecho, ha sido bastante reconfortante. Puede que tuviera que haberlo intentado antes. Supongo que no quería saber lo que ocurriría si las cosas no hubieran ido así de bien – hice una pausa –. Debería de haberlo intentado antes, no haber sido tan cobarde, no haberme intentado alejar aún más de mi madre.
Miré de nuevo a las estrellas, y noté cómo una lágrima se deslizaba tímidamente por mi mejilla. No me la sequé...¿qué más daba?
– Eh, eh, eh – dejó la pizza sobre el cartón y me tomó la cara entre sus manos, obligándome a mirarle a los ojos –. Tú no eres ninguna cobarde, Kira. ¿Cuántas personas pierden a su madre a los cuatro años? Es lógico que tuvieras miedo de que recordar te hiciera más daño.
– Ya, pero una cosa no quita la otra. Sigo siendo una cobarde por anteponer mis egoístas sentimientos a lo que me queda de mi madre, lo que ella me dejó – se me quebró la voz.
– ¡Kira! ¡No eres una cobarde! ¡Cualquier cosa menos eso! ¿Es que no te das cuenta? Eres la sucesora de la corona, la heredera de la anterior reina, de tu madre. Has decidido aceptar tu destino, vas a luchar, vas a arriesgar tú vida por que otros vivan...¡Eso no es ser cobarde, sino todo lo contrario!
Cerré los ojos y acaricié su mano, que seguía sobre mi cara.
Lo cierto es que tenía razón, en parte al menos. No era una cobarde, estaba dispuesta a luchar contra Hassia, pues ella había matado a mi madre. Estaba dispuesta a enfrentarme a mi enemiga, pese a no poseer ni la habilidad, ni la fuerza,  ni la magia suficientes para vencerla...pero sin embargo, no era capaz de enfrentarme a un recuerdo.
Lo dejé estar, pero aun así no pude evitar que más lágrimas se derramaran por mis pómulos. Otra vez, había dejado que mis sentimientos se apoderaran de mí, y cuando eso ocurría, tardaba tiempo en volver a la normalidad.
– Shhh, venga no llores – me dijo Cristhian mientras me atraía hacia él, colocando mi rostro sobre su camiseta.
No dije nada, tan sólo traté de ocultarle mi cara. Odiaba llorar delante de alguien, y más si ese alguien era Cristhian.
– No pasa nada, Kira. Tranquilízate, venga – me repetía una y otra vez –. Olvídalo todo.
Como si eso fuera tan fácil.
Durante un rato, no pude conseguir que las lágrimas dejaran de salir a borbotones de mis ojos. Cuando al final me calmé un poco, alcé tímidamente la cabeza, con la vista aún un poco borrosa.
– Lo siento – dije con un tono apenas audible.
– Eh, no pasa nada. No es culpa tuya. Todo el mundo llora alguna vez. Simplemente necesitamos desahogarnos – me sonrió de tal forma que por un segundo conseguí hacer lo que él me había pedido hacía unos instantes, casi logré olvidarlo todo.
Se tumbó en el suelo sobre las mantas, y tiró de mí para que me tumbara a su lado. Me pasó el brazo por debajo de mis hombros y apoyé la cabeza en el suyo. Luego miré hacia el cielo, hacia las estrellas.
– Son preciosas – susurré.
– Lo son.
Levanté una mano y señalé a un punto determinado del cielo.
– ¿Ves aquellas siete estrellas en forma de semicircunferencia?
– ¿Aquellas de allí?
– Sí. Es la constelación de la Corona Boreal. Los indios norteamericanos creen que las siete estrellas representan a los siete jefes de sus tribus reunidos para hablar del futuro de su gente. Y, ¿ves aquellas que parecen formar una uve doble?
Asintió.
– Esa es Casiopea, una diosa orgullosa y que presumía de su belleza alegando ser más bella incluso que las ninfas del mar, las Nereidas, las criaturas más bellas de la tierra. Por su arrogancia fue condenada a girar alrededor del polo celestial para siempre, la mitad del tiempo cabeza abajo – hice una pausa para buscar otra – Y fíjate allí – alcé un dedo señalándole la constelación del Cisne –¿Ves aquellas cinco estrellas formando una cruz, en la vía láctea?
Tras unos instantes, asintió.
– Esa es la constelación del Cisne, mi favorita.
– ¿Qué tiene esa de especial?
– Me gusta la historia – me encogí de hombros.
– Cuéntamela.
– Está bien – me puse cómoda entre sus brazos –. Cuenta la leyenda que Faetón, hijo de Clímene, una mujer mortal, y de Helios, el dios del Sol, era amigo íntimo del Cisne. Un día, Faetón le suplicó a su padre que le ayudara a convencer a los humanos que era hijo de un dios. Helios accedió a ayudarle y para ello le dijo a su hijo que le concedería cualquier deseo. Faetón inmediatamente pidió permiso para conducir los cuatro caballos alados que tiraban del carro del Sol. Su padre le  rogó que no le pidiera como favor la tarea casi imposible de controlar los caballos alados, pero Faetón insistió en que cumpliera su promesa.
>Al acercarse el amanecer, montó en el carro con gran emoción y empezó a conducirlo por el cielo. Los grandes caballos alados notaron el inexperto control y galoparon tan rápido que Faetón perdió el control. El carro se tambaleaba tanto que el Sol estuvo a punto de caerse de él y quemar la Tierra.
>El dios Zeus vio lo que estaba ocurriendo, y para salvar la tierra de ser destruída bajo las llamas del sol, lanzó un rayo al carro. Faetón perdió el equilibrio y se cayó del carro al cruzar el rugiente río Erídano. El Cisne vio a su amigo desaparecer en el río e inmediatamente, a pesar del peligro, buceó en sus peligrosas aguas para salvarle.
>Helios se sobrecogió tanto por ese acto de amor y amistad hacia su hijo, que colocó al cisne en el cielo volando a lo largo de la línea de la Vía Láctea, como símbolo de la grandeza e importancia del amor y de la amistad.

Se hizo el silencio cuando terminé de contar la historia.
– ¿Te ha gustado? – pregunté al cabo de un rato.
– Es una historia preciosa – me contestó él –. Claro que me gusta.
– Me alegro.
– Pero...¿cómo es que sabes tanto de astronomía? – me preguntó.
Suspiré.
– Siempre me han fascinado las estrellas, el pensar que somos tan sumamente pequeños e insignificantes que si por un casual desapareciéramos, el universo no lo notaría. Además, adoro las estrellas porque hagas lo que hagas, pase lo que pase, vayas donde vayas, son las únicas que no te van a abandonar nunca.
Suspiré de nuevo.
– Yo tampoco me iré a ningún sitio sin ti – me susurró al oído.
– Lo sé.
Alcé la cabeza y besé su barbilla. Él buscó mis labios para juntarlos dulcemente con los suyos. Y me dio el segundo beso. Puede que incluso mejor que el primero. Este fue más profundo, más tranquilo, pero también mucho más intenso.
No me imaginaba un lugar mejor en el que pudiera encontrarme en aquel momento. Estaba en mi propio paraíso, y me gustaba.
Cristhian deslizó sus labios por mi mandíbula  y me besuqueó la oreja, haciéndome unas deliciosas cosquillas y provocando que me riera tontamente mientras buscaba de nuevo unir nuestros labios.
Al cabo de un rato, nos separamos. Apoyó su frente en mi frente y me miró, sonriendo con los ojos.
Yo le devolví la sonrisa. Luego cerré los ojos para inhalar su fragancia envolvente.
Suspiré mientras volvía a abrirlos y apoyaba una mano sobre su mejilla.
– Antes te mentí – le dije suavemente.
– Ah, ¿sí?
Asentí.
– Sí, cuando te dije que el colgante era el mejor regalo que me habían hecho en toda mi vida.
– Bien, ¿cuál es el mejor regalo que te han hecho? Pienso superarlo.
Sonreí.
– No creo que puedas – hice una pausa –. Tú eres el mejor regalo que nadie me ha hecho nunca.
Durante unos instantes nadie dijo nada, el silencio era más que suficiente para que aquel momento fuera perfecto.
Fue él el que habló al fin.
– Te quiero.
Cerré los ojos y sonreí, feliz.
– Te quiero – le contesté.
Cristhian acercó una vez más su boca a la mía.
 Luego el cansancio me venció, y al fin me dormí con un dulce sabor en los labios, bajo la luz de las estrellas.