martes, 22 de noviembre de 2011

Capítulo 9: El Pueblo

El resto de la semana se me hizo lento y pesaroso. Una de las razones, sin duda la principal, eran las ganas que tenía de que llegara el sábado. La espera se me antojaba eterna.
Tenía miedo por lo que pudiera pasar. En realidad, era una bobada, porque les conocía desde hacía ya seis meses. Sabía que con Vic no iba a haber problemas, pero en cambio con Cristhian... Sabía que problemas no iba a haber, pero...qué iba a decirle si me preguntaba sobre lo que había ocurrido hacía seis meses. Yo esperaba que fuera ya un tema olvidado, pero...¿y si él le había estado dando vueltas como yo durante todo este tiempo?
Estaba muy muy nerviosa. Y Vic lo notó, pero cuando me lo preguntó, le resté importancia diciendo que eran cosas mías, tan solo tonterías sin ninguna importancia, y aunque no quedó del todo convencida con mi respuesta, no insistió.
Desde que le había contado todo a Vic había más confianza entre nosotras. Era un gran alivio que ella hubiera reaccionado así de bien. Por suerte, todo había salido perfecto.
Mis nervios iban en aumento a medida que la semana avanzaba, alcanzando su máximo estado la noche del viernes, víspera de la salida. Hasta Cristhian me preguntó por ello un par de veces. Coraline también se interesó.
– ¿Te encuentras bien querida? Te veo un poco agitada esta tarde.
– Sí, sí, estoy bien.
Tampoco se quedaba muy satisfecha con mi respuesta, pero era en verdad la única que tenía. Además, era cierta: estaba perfectamente.
Apenas cené nada, ya que estaba segura de que en cuanto llegara a mi estómago lo echaría de nuevo. Hasta me salté el paseo sagrado que Vic y yo nos dábamos cada noche tras la cena. Le dije que necesitaba descansar, algo que era muy cierto. Así que subí a mi cuarto y sin pensármelo dos veces, me tumbé en la cama y el cansancio me venció.

La odiosa melodía de la alarma del móvil me despertó a la mañana siguiente...bip–bip, bip–bip, bip–bip...
No quería levantarme, tenía tanto sueño... No recordaba la razón por la que debía levantarme, ¿para qué había puesto el despertador a esas horas de la mañana?
Apagué el despertador, que continuaba sonando, y me escondí bajo las mantas. Fue entonces cuando me acordé de todo, y salté de la cama sin pensarlo.
¡Había llegado el día!
Estaba un poco empanada, así que me di una ducha rápida para despejarme un poco. Luego me recogí el pelo hacia atrás con unas horquillas, y salí del baño.
Al salir del baño miré por la ventana, y pude comprobar que aún nevaba. A la hora de vestirme, opté por mis pantalones vaqueros favoritos, unos de lo más simple y sencillo, un poco gastados por el uso a lo largo de los años, y con el bajo un poco roto ya. Luego una camiseta, una chaqueta fina y encima una más gorda de lana para no pasar frío. Saqué mis viejas Converse negras. Comodidad ante todo.
Cogí por fin el abrigo y guardé en uno de los bolsillos el móvil y algo de dinero que guardaba cuidadosamente.
Luego, antes de salir, me puse alrededor del cuello una bufanda y unos guantes. Cerré la puerta con llave tras de mí.
En el pasillo me esperaba Vic, apoyada contra la puerta de su cuarto.
– Buenos días dormilona.
– Hola Vic.
– ¿Qué tal has dormido? – me preguntó, con un gesto que no supe interpretar.
– Pues...bien.
– ¿Seguro? – enarcó una ceja.
– Sí, precisamente hoy he dormido bastante bien – no sabía a qué se refería.
– Pues no me quiero imaginar cuando tengas pesadillas...
– ¿Por qué?
– Porque no has parado de hablar y gritar en toda la noche. Incluso entré en tu habitación para ver que pasaba y te despertaste, pero me dijiste que estabas bien y volviste a dormirte.
– ¿En serio? – dije sorprendida –. No me acuerdo de nada.
Vic asintió.
– Puede que seas sonámbula y nunca lo hayas sabido.
– Sí, puede... – de hecho, lo era cuando era más pequeña, pero no dije nada –. Bueno, ¿y que era lo que decía?
– Pues no se te entendía muy bien, la verdad. Mencionaste a tu madre y luego algo de una fuente y unos colgantes.
Lo de siempre, vamos. Había vuelto a tener mis pesadillas. Por suerte, no recordaba nada.
– No sé Vic, sueño con mis padres muchas noches.
– Lógico.
Hubo un segundo de silencio.
– ¿A qué hora hemos quedado con tu hermano? – le pregunté.
Miró el reloj mientras contestaba.
– A las nueve, y son...¡Las nueve y cuarto! ¡Vamos! ¡Hemos quedado con él hace ya diez minutos!
Acto seguido comenzamos a correr por los pasillos, a los que aún no había logrado habituarme. Descendimos a toda prisa las escaleras y nos dirigimos a la puerta del vestíbulo. Corrimos a toda prisa por el jardín en dirección a la verja de entrada..
Cuando llegamos a la puerta del jardín, comprobamos que Cristhian nos  estaba esperando allí. A juzgar por la capa de nieve que cubría sus hombros, debía de llevar allí esperándonos un buen rato.
Cuando llegamos, giró la cabeza y nos miró. Una sonrisilla traviesa se le escapó por las comisuras de los labios.
– Mmm...la puntualidad no es lo vuestro ¿no?
– Sabes que no hermanito. Pero esta vez no he sido yo. A Kira se le han pegado las sábanas esta mañana.
Yo me encogí de hombros sonriendo un poco.
– Ah, bueno, en ese caso... Estás perdonada. Pero por favor, vámonos ya, que en cuestión de segundos me voy a convertir en un cubito de hielo.
– Pues ya sabes lo que dicen. Nada mejor para combatir el frío que una taza de chocolate caliente – dijo Vic.
– ¿Ah sí? ¿Y quién lo dice?
– Yo, claro.
Cristhian se rió.
– Pues estoy de acuerdo – dijo, asintiendo –. ¿Tú que dices, Kira?
– Me apetece mucho.
– Pues entonces no se hable más – dijo Vic –, y vámonos de una vez.
Cristhian abrió la verja y después salimos.
A la hora de montarnos en el coche, tuvimos un pequeño dilema, ya que Vic insistía en que yo me sentara en el asiento del copiloto , junto a Cristhian, mientras que yo la contradecía. Al final, acabamos yo delante y ella atrás. No se dio cuenta de lo incómoda que me sentía.
Durante el trayecto, Vic me contó que Cristhian acababa de sacarse el carné un par de meses o tres antes de que yo llegara. También que le gustaba mucho dibujar, y que lo hacía muy bien. Él me dijo que algún día me regalaría un dibujo.
Yo no podía evitar echarle una mirada de vez en cuando. Me fascinaban sus ojos verdes y sus carnosos labios...no podía evitar pensar que era hermoso.
Vic no dejó de parlotear durante todo el trayecto, evitando que se produjera esa incómoda situación de silencio y vacío que aparece cuando no hay nada que decir. Y no sé exactamente cómo, pero al final acabamos hablando de mi. Vic me preguntó sobre mi pasión por la lectura, y yo contesté que era algo que me gustaba desde muy pequeñita. Que los libros me ayudaban a evadirme de la realidad, transportándome a otro mundo  en el que no existían problemas que no tuvieran una solución.
Continuó preguntándome cosas, como qué era lo que más me gustaba hacer, aparte de leer, a lo que contesté que escribir, el cine y la música; mi grupo favorito, mi autor favorito...
Siguió así hasta que al final llegamos al pueblo.
Aún nevaba con fuerza cuando aparcamos el coche en una pequeña callejuela repleta de tiendas antiguas y locales abandonados. Todavía era pronto, y no había casi nadie en la calle. Tan solo un hombre que barría la nieve de las aceras y las dejaba limpias para evitar resbalones. Pero eso no fue suficiente para anular mi torpeza, pues al salir del coche me escurrí con la nieve y me caí al suelo, dándome un culetazo de película.
Desde allí abajo pude contemplar las caras de Vic y Cristhian, en un intento por contener la risa. Yo, que no podía hacer otra cosa, me reí, y ellos se unieron de buena gana.
Intenté levantarme, pero volví a resbalar y a caer, lo que provocó aún más risas.
Al final, fue Cristhian quien me dio la mano para ayudarme a ponerme en pie. En cuanto su mano tocó la mía, un escalofrío me recorrió de arriba abajo, dejándome sin aliento. Esa fue la primera vez que toqué su piel y sus manos, y fue...¿cómo explicarlo? Estaba hasta el gorro de esa palabra, pero he de admitir que fue algo mágico. Su tacto era suave, y sus manos grandes, cálidas y acogedoras. Tras levantarme del suelo, no me soltó inmediatamente la mano, sino que fue como si el tiempo se congelara. Me miró fijamente durante lo que parecieron horas. Luego, me soltó.
– ¿Estás bien? – me preguntó Vic, aún riéndose. No parecía haber notado la chispa que acababa de saltar entre nosotros dos.
– Sí, sí, estoy bien – dije, forzando una sonrisa.
– ¡Chica! ¡Vaya culetazo!
– Ya... – suspiré –. Me pasa a menudo. No se puede ser más patoso...
– ¡Ah!, no te preocupes – dijo entonces Cristhian –. Vic tiene el premio a la chica más patosa de la historia, por méritos propios. Es un peligro para la humanidad...deberíamos llevarla atada, no vaya a ser que por su culpa se monte una catástrofe mundial.
– Tampoco te pases ¿no? – contraatacó Vic – , que tú tampoco te quedas corto...¿recuerdas aquella vez en el centro comercial...?
Comenzaron a hablar de antiguos recuerdos de la infancia y yo desconecté.
Aún estaba en estado de shock, asombrada e intimidada por la chispa que había saltado hacía apenas unos minutos. Cuando sus ojos verdes se habían encontrado con los míos, mi corazón se  había detenido durante unos segundos, para después alzar un vuelo alocado...
– ¿Kira?
La voz de Vic me sacó de mi ensoñación, cortando el hilo de mis pensamientos.
– ¿Sí?
– Ya hemos llegado.
Entramos en un local viejo con muebles de madera vieja y oscurecida por el paso del tiempo. Olía a una mezcla de antiguo con chocolate. Hacía calor, así que me quité el abrigo.
El local estaba iluminado por una espléndida lámpara de cristales en forma de lágrimas que colgaba del techo. Emitía una luz cálida, como amarillenta, que proporcionaba al pequeño lugar un aspecto hogareño.
En el fondo se encontraba la barra, también de madera, que estaba prácticamente vacía, excepto por el camarero y por un hombre ya entrado en años que daba pequeños sorbos a una taza de chocolate.
Había diez o doce mesas dispuestas por todo el local, pero tan solo una estaba ocupada. Eran un chico y una chica que se habían instalado en una mesa apartada y que disfrutaban ya de su chocolate mientras hablaban en voz baja.
Vic me tomó del brazo y me guió hasta la barra. Nos atendió un hombre de mediana edad, con una camisa blanca.
Cristhian pidió por los tres un chocolate con unos churros.
Cuando los chocolates estuvieron listos, los cogimos y nos fuimos a una mesa cercana a un radiador. De nuevo. V se las apañó para que Cristhian y yo nos sentáramos codo con codo, lo que no me hizo ni pizca de gracia. En cambio a él, parecía divertirle mi visible incomodidad, pues mientras tomaba su chocolate, se dibujaba en las comisuras de sus labios un amago de sonrisa que no hacía sino que me enfuruñara aún más.
Me centré en la taza de chocolate que tenía entre las manos, pero al llevármela a la boca...
– ¡Ay!
– ¿Qué ocurre? – preguntó Vic.
– ¡Esto está abrasando!
Mi mala suerte y mi falta de cuidado causaron risas de nuevo.
– ¿Pero qué os hace tanta gracia a vosotros dos? Ya os he dicho lo patosa que soy.
– Lo siento Vic pero Kira acaba de copar el puesto de mala suerte – me miró divertido.
– Jaja – dije yo –. Qué chispa.
Cuando el chocolate se enfrió un poco, resultó ser una delicia para el paladar, y acabé que me salía chocolate por las orejas. Hacía mucho que no tomaba algo tan extremadamente delicioso.
– Estaba buenísimo – les dije –. Creo que voy a desayunar aquí cada mañana.
– Ya, qué más quisieras – me contestó Vic –, aunque...un día podemos probar a hacerlo nosotras...puede se divertido.
– ¡No! – exclamó Cristhian –. Puede ser una catástrofe. ¡Yo no quiero verme implicado!
– Pues tú te lo pierdes – contestó su hermana.
Durante un rato disfrutamos del calorcito de la calefacción, encendida al máximo para poder calentar el local.
Tras decir que no nos acostumbráramos a que nos invitara, Vic se levantó y se dirigió con sus graciosos andares a la barra a pagar. La observé mientras se dirigía hacia al camarero.
Durante unos instantes, decidí no romper el silencio, pero al final lo hice.
– Sois iguales.
– ¿Iguales dices?
– Sí, físicamente sobretodo: pelo oscuro, tez clara, ojos verdes... Pero también en la forma de ser – hice una pausa –. No sé, os parecéis mucho – sonreí y le miré –. Vamos, como si fuerais hermanos.
Se rió, y luego me miró durante unos segundos a los ojos, hasta que desvié mi mirada hacia la taza de chocolate vacía.
– ¿Qué fue lo que pasó? – me preguntó entonces.
– ¿A qué te refieres? – sabía perfectamente a lo que se refería, porque llevaba meses deseando que esa pregunta no fuera formulada nunca. Aún así, ahora tenía que enfrentarme a ella cara a cara y no se me ocurría una excusa convincente, así que mi primera defensa fue hacer que no sabía a lo que se refería.
– Pues a lo que pasó aquel día en el jardín, cuando casi te pierdes.
Vale, bien. Primer intento fallido. Ahora tocaba decir que no lo recordaba demasiado bien.
– No sé, fue hace ya seis meses y no me acuerdo muy bien...
Enarcó una ceja y sonrió con ironía.
– Esas cosas no se olvidan.
No me quedaban más excusas.
– Bueno...es una larga historia.
– Tengo tiempo.
– Ahora no – le dije mirándole a los ojos.
– De acuerdo. Pero me debes una explicación.
– Trato hecho – sonrió mientras yo forzaba una sonrisa.
Justo en ese momento llegó Vic, sonriendo también.
– ¿A que no sabéis lo que he visto?
– ¿El qué? – preguntó Cristhian.
– Van a representar en el teatro del pueblo...¡Romeo y Julieta!
– ¡Me encanta “Romeo y Julieta”! – dije yo –. En verdad, soy una fan de Shakespeare.
– Mmm...¿de qué me suena eso? – dijo Cristhian –. Creo que a Vic también le gusta un poco...
– ¡Lo adoro! – exclamó ella –. Tenemos que ir un día a verla.
– Bueno, chicas, deberíamos irnos ya. Aun tenemos que hacer un montón de cosas.
En la calle seguía haciendo un frío de muerte. No había parado de nevar. Me ceñí bien al cuello la bufanda de lana, un regalo de mi padre, y metí las manos en los bolsillos para calentármelas. Las tenía heladas incluso con los guantes puestos y con el reciente calor del chocolate.
Cristhian se acercó a mí por detrás y caminó a mi lado. Nuestros brazos se tocaban a cada paso que dábamos, y cada vez saltaba de nuevo esa chispa...mágica.
De repente, un buen trozo de nieve calló del tejado de una casa y fue a parar, cómo no, sobre mi cabeza. Me detuve en seco, empapada, y giré la cabeza lentamente para mirar a los dos hermanos.
Mi aspecto debía de ser muy cómico en aquellos momentos, pues comenzaron de nuevo a reírse de mí.
Miré hacia arriba para comprobar de dónde había caído aquella porción de nieve suicida, pero resultó no ser una buena idea. En el momento en que alzaba la cabeza, se desprendía otro trozo de nieve, ahora sobre mi cara, provocando aún mas risas.
Sólo había una forma de acallarlas...
Sin perder un instante me agaché y comencé a tirarles bolas de nieve, a las que correspondieron de buena gana, comenzando así una batalla campal en plena calle.
A medida que la batalla se desarrollaba, sin tregua, llegamos a la plaza central.

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