viernes, 28 de octubre de 2011

Capítulo 6: Extrañas criaturas

Estaba como en estado de shock y esa era la única reacción que ahora mi cuerpo podía tener.
¿Cómo podía ser el hermano de Vic el chico que aparecía en mi sueño?
No lo sabía. Lo único que tenía claro era que necesitaba salir corriendo de allí cuanto antes. Y eso hice. Corrí hasta que mis piernas no me respondieron, hasta que estuve tan exhausta que no me quedó otro remedio que sentarme en el suelo a recobrar fuerzas.
Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no tenía ni la menor idea de dónde me encontraba. Debía de haber salido del jardín en algún momento, porque el lugar en el que yo me encontraba no podía formar parte del jardín. Sólo había árboles y más árboles. Me levanté con mucho cuidado de no clavarme ninguna de las ramitas puntiagudas que había descansando en el suelo, y me puse a caminar sin rumbo, tratando de encontrar respuestas, y también una salida que me llevara de vuelta a la gran mansión...
Ojos verdes, al igual que ella, sonrisa radiante, como ella, pelo oscuro, como ella, fracciones dulces , igual que ella, piel morena, como ella...¿Cómo no me di cuenta cuando vi a Vic aquella mañana? Ahora el hecho de que fueran hermanos resultaba bastante obvio.
Lo que seguía sin encajar en toda aquella historia, y que no resultaba obvio en absoluto era que...¿qué pintaba él en mi sueño? Era imposible que fuera por algo que ocurrió en el pasado, por lo que no podía ser un recuerdo. Era imposible que fuera producto de mi imaginación, porque era real, le había visto, por lo que no podía ser una fantasía. La única opción lógica, dentro de la evidente ilógica de la situación, era que mi sueño fuera algo con vistas al futuro. Sí, era la única opción para “medio–entender” aquel embrollo en el que se mezclaba lo real con lo imaginario, los vivos con los muertos y absolutamente todo.
Pero aún así, todo continuaba sin tener sentido.
Suspiré y, abatida en todos los sentidos, me senté de nuevo en el suelo apoyando la espalda en el grueso tronco se un árbol.
Era incapaz de salir de allí. Era imposible encontrar una salida en aquel bosque impenetrable y profundo.
Llevaba horas andando sin conseguir nada. Tenía mucha hambre, y pese a estar en verano, comenzaba a hacer frío. Era como si el tiempo hubiera volado, literalmente. No podía creer que tan solo quedaran un par de horas para que el sol comenzara a ponerse.
¿Doce horas? No era posible. Bueno, pensándolo bien, y atendiendo al dolor de estómago que tenía provocado por la creciente hambre, si, podía ser.
Me acordé de Hanssel y Gretel. “La próxima vez me traeré migas de pan, o al menos cogeré el móvil”
Suspiré, y para entretenerme, comencé a remover con mi mente las hojas del suelo, formando remolinos. Al cabo de un rato conseguí formar figuritas de animales: una ardilla, un pajarillo,...
Puf, lo que hace el aburrimiento.
– ¿Qué voy a hacer? – me pregunté a mi misma en voz alta.
Cerré los ojos desesperada, pues no había respuesta posible para esa pregunta.
La verdad, es que tampoco me hizo falta.
De repente, noté un cosquilleo en la cabeza, y un tintineo como de cascabeles. Miré a mi alrededor buscando a la persona, animal o cosa que lo emitía. Nada. Allí no había nada ni nadie.
Cerré de nuevo los ojos, pero a los pocos segundos, lo volví a oír. Esta vez cuando miré para arriba, no pude creer lo que vi.
Sobre mi cabeza había flotando algo parecido a una luciérnaga voladora. Esa cosa emitía una luz blanca y clara. Era precioso.
Me puse de rodillas, me di la vuelta y me acerqué para poder verlo mejor. Tenía brazos y piernas, y cabeza, y un diminuto cuerpecito. De la espalda le salían dos esbeltas alas, el doble de grandes que su cuerpo, es decir, de dos palmos. Cuando las agitaba, producía aquel mágico y  maravilloso tintineo.
Me costaba creer lo que veían mis ojos, ¿estaba tan cansada como para delirar de aquella forma?
Lo que tenía ante mí, era claramente un...¿hada? Era absurdo e imposible, y sin embargo, lo estaba viendo, tenía la prueba de que era verdad literalmente delante de mis narices.
Acerqué mi mano despacio para poder tocarla, pero justo cuando la punta de mis dedos estaban a punto de rozarla, echó a volar a toda prisa.
La seguí  casi corriendo a través del bosque. Se movía rápido, agitando sus pequeñas alitas a una velocidad de vértigo, puede que incluso más rápido que un colibrí.
Parecía llevar un rumbo fijo, ya que en ningún momento se detuvo o bajó el ritmo de su vuelo. No me fijé por dónde íbamos, sólo miraba a la pequeña hada.
De repente sin cruzar verjas ni muros, me encontré de nuevo en el jardín de mi tía. Miré a mi alrededor y descubrí setos cuidadosamente cortados, césped cuidado, bonitas flores... Cuando me giré para agradecerle a la pequeña criatura que me hubiera llevado de vuelta, ya no estaba allí.
Caminé hacia la casa, y entré por una puerta trasera que encontré. Estaba llena de plantas, pero al empujarla un poco descubrí que estaba abierta.
Tras ella se alzaban unas escaleras oscuras de madera, que parecían bastante antiguas. En cuanto comencé a subirlas, sonaron como si se estuviera produciendo un terremoto. Era preferible aquello que tener que cruzarme en el camino a Cristhian. Sí, bastante preferible. Las escaleras me condujeron a otra puerta. Cuando la abrí, descubrí por la forma del techo que me encontraba en el tejado de la casa. Me acerqué a una de las ventanas y miré a través de ella.
El sol, con un color anaranjado, alumbraba todo el jardín. Desde allí arriba pude ver que no había delimitación alguna entre bosque y jardín, sólo se distinguía la parte que estaba cuidada y la que era más salvaje.
Era lógico que me hubiera perdido. ¿Hasta dónde habría llegado? Pensé que alguna noche podría subir allí arriba y observar las estrellas a través del ventanal. Adoraba las estrellas.
Algo rugió en mis tripas. Bueno, mejor dicho, mis tripas rugieron a causa del hambre. No había comido nada desde la hora del desayuno, y lo notaba.
Me di la vuelta en busca de una salida, otra vez. Pero lo que me encontré aparte de otra puerta, fue un gran piano de cola en una recóndita esquina de la bohardilla. Era precioso. De un color negro azabache y con la tapa medio abierta... Sentí un leve cosquilleo en las puntas de los dedos. Durante un tiempo que no sería capaz de describir, me quedé allí parada mirándolo. No me moví, no por que no supiera que hacer o por que estuviera bloqueada, no. Simplemente la idea de moverme no se me pasó por la cabeza. Dios, tenía unas ganas increíbles de tocar...pero aun así no podía. Al final, desvié la mirada del piano y volví a buscar la salida.
Había una única puerta en el otro extremo del desván, así que me dirigí a ella sin dudarlo. Cuando la abrí, de nuevo escaleras, aunque esta vez mucho más cortas que las anteriores, y de bajada. También eran viejas y sonaban como una traca de petardos. Conducían a otra puerta. Esta vez cuando la abrí aparecí en uno de los infinitos pasillos que tenía aquella casa. El problema era que no tenía ni la menor idea de cuál podía ser. Juraría que no lo había visto nunca antes.
Decidí que sin moverme no solucionaría nada, así que me puse a andar de un sitio a otro, pasando por puertas, espejos, lámparas y otras muchas cosas que no me sonaban de nada. Me consolaba saber que al menos estaba dentro de la casa.
Por fin, no se cómo ni cómo no, pero logré reconocer el pasillo en el que se encontraba mi habitación. Me dirigí hacia allí, y justo cuando estaba introduciendo la llave en la cerradura para abrir la puerta, oí una voz a mis espaldas que me llamaba.
– ¡Kira! ¡Kira!
Era Vic.

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