Estaba
como en estado de shock y esa era la única reacción que ahora mi cuerpo podía
tener.
¿Cómo
podía ser el hermano de Vic el chico que aparecía en mi sueño?
No lo
sabía. Lo único que tenía claro era que necesitaba salir corriendo de allí cuanto
antes. Y eso hice. Corrí hasta que mis piernas no me respondieron, hasta que
estuve tan exhausta que no me quedó otro remedio que sentarme en el suelo a
recobrar fuerzas.
Fue
entonces cuando caí en la cuenta de que no tenía ni la menor idea de dónde me
encontraba. Debía de haber salido del jardín en algún momento, porque el lugar
en el que yo me encontraba no podía formar parte del jardín. Sólo había árboles
y más árboles. Me levanté con mucho cuidado de no clavarme ninguna de las
ramitas puntiagudas que había descansando en el suelo, y me puse a caminar sin
rumbo, tratando de encontrar respuestas, y también una salida que me llevara de
vuelta a la gran mansión...
Ojos
verdes, al igual que ella, sonrisa radiante, como ella, pelo oscuro, como ella,
fracciones dulces , igual que ella, piel morena, como ella...¿Cómo no me di
cuenta cuando vi a Vic aquella mañana? Ahora el hecho de que fueran hermanos
resultaba bastante obvio.
Lo que
seguía sin encajar en toda aquella historia, y que no resultaba obvio en absoluto
era que...¿qué pintaba él en mi sueño? Era imposible que fuera por algo que
ocurrió en el pasado, por lo que no podía ser un recuerdo. Era imposible que
fuera producto de mi imaginación, porque era real, le había visto, por lo que
no podía ser una fantasía. La única opción lógica, dentro de la evidente
ilógica de la situación, era que mi sueño fuera algo con vistas al futuro. Sí,
era la única opción para “medio–entender” aquel embrollo en el que se mezclaba
lo real con lo imaginario, los vivos con los muertos y absolutamente todo.
Pero aún así, todo continuaba sin tener sentido.
Suspiré y, abatida en todos los sentidos, me senté de
nuevo en el suelo apoyando la espalda en el grueso tronco se un árbol.
Era incapaz de salir de allí. Era imposible encontrar una
salida en aquel bosque impenetrable y profundo.
Llevaba horas andando sin conseguir nada. Tenía mucha
hambre, y pese a estar en verano, comenzaba a hacer frío. Era como si el tiempo
hubiera volado, literalmente. No podía creer que tan solo quedaran un par de
horas para que el sol comenzara a ponerse.
¿Doce horas? No era posible.
Bueno, pensándolo bien, y atendiendo al dolor de estómago que tenía provocado
por la creciente hambre, si, podía ser.
Me acordé de Hanssel y Gretel.
“La próxima vez me traeré migas de pan, o al menos cogeré el móvil”
Suspiré, y para entretenerme,
comencé a remover con mi mente las hojas del suelo, formando remolinos. Al cabo
de un rato conseguí formar figuritas de animales: una ardilla, un pajarillo,...
Puf, lo que hace el aburrimiento.
– ¿Qué voy a hacer? – me
pregunté a mi misma en voz alta.
Cerré los ojos desesperada, pues
no había respuesta posible para esa pregunta.
La verdad, es que tampoco me
hizo falta.
De repente, noté un cosquilleo
en la cabeza, y un tintineo como de cascabeles. Miré a mi alrededor buscando a
la persona, animal o cosa que lo emitía. Nada. Allí no había nada ni nadie.
Cerré de nuevo los ojos, pero a
los pocos segundos, lo volví a oír. Esta vez cuando miré para arriba, no pude
creer lo que vi.
Sobre mi cabeza había flotando
algo parecido a una luciérnaga voladora. Esa cosa emitía una luz blanca y
clara. Era precioso.
Me puse de rodillas, me di la
vuelta y me acerqué para poder verlo mejor. Tenía brazos y piernas, y cabeza, y
un diminuto cuerpecito. De la espalda le salían dos esbeltas alas, el doble de
grandes que su cuerpo, es decir, de dos palmos. Cuando las agitaba, producía
aquel mágico y maravilloso tintineo.
Me costaba creer lo que veían
mis ojos, ¿estaba tan cansada como para delirar de aquella forma?
Lo que tenía ante mí, era
claramente un...¿hada? Era absurdo e imposible, y sin embargo, lo estaba
viendo, tenía la prueba de que era verdad literalmente delante de mis narices.
Acerqué mi mano despacio para
poder tocarla, pero justo cuando la punta de mis dedos estaban a punto de
rozarla, echó a volar a toda prisa.
La seguí casi corriendo a través del bosque. Se movía
rápido, agitando sus pequeñas alitas a una velocidad de vértigo, puede que
incluso más rápido que un colibrí.
Parecía llevar un rumbo fijo, ya
que en ningún momento se detuvo o bajó el ritmo de su vuelo. No me fijé por
dónde íbamos, sólo miraba a la pequeña hada.
De repente sin cruzar verjas ni
muros, me encontré de nuevo en el jardín de mi tía. Miré a mi alrededor y
descubrí setos cuidadosamente cortados, césped cuidado, bonitas flores...
Cuando me giré para agradecerle a la pequeña criatura que me hubiera llevado de
vuelta, ya no estaba allí.
Caminé hacia la casa, y entré
por una puerta trasera que encontré. Estaba llena de plantas, pero al empujarla
un poco descubrí que estaba abierta.
Tras ella se alzaban unas
escaleras oscuras de madera, que parecían bastante antiguas. En cuanto comencé
a subirlas, sonaron como si se estuviera produciendo un terremoto. Era
preferible aquello que tener que cruzarme en el camino a Cristhian. Sí,
bastante preferible. Las escaleras me condujeron a otra puerta. Cuando la abrí,
descubrí por la forma del techo que me encontraba en el tejado de la casa. Me
acerqué a una de las ventanas y miré a través de ella.
El sol, con un color anaranjado,
alumbraba todo el jardín. Desde allí arriba pude ver que no había delimitación
alguna entre bosque y jardín, sólo se distinguía la parte que estaba cuidada y
la que era más salvaje.
Era lógico que me hubiera
perdido. ¿Hasta dónde habría llegado? Pensé que alguna noche podría subir allí
arriba y observar las estrellas a través del ventanal. Adoraba las estrellas.
Algo rugió en mis tripas. Bueno,
mejor dicho, mis tripas rugieron a causa del hambre. No había comido nada desde
la hora del desayuno, y lo notaba.
Me di la vuelta en busca de una
salida, otra vez. Pero lo que me encontré aparte de otra puerta, fue un gran
piano de cola en una recóndita esquina de la bohardilla. Era precioso. De un
color negro azabache y con la tapa medio abierta... Sentí un leve cosquilleo en
las puntas de los dedos. Durante un tiempo que no sería capaz de describir, me
quedé allí parada mirándolo. No me moví, no por que no supiera que hacer o por
que estuviera bloqueada, no. Simplemente la idea de moverme no se me pasó por
la cabeza. Dios, tenía unas ganas increíbles de tocar...pero aun así no podía.
Al final, desvié la mirada del piano y volví a buscar la salida.
Había una única puerta en el
otro extremo del desván, así que me dirigí a ella sin dudarlo. Cuando la abrí,
de nuevo escaleras, aunque esta vez mucho más cortas que las anteriores, y de
bajada. También eran viejas y sonaban como una traca de petardos. Conducían a
otra puerta. Esta vez cuando la abrí aparecí en uno de los infinitos pasillos
que tenía aquella casa. El problema era que no tenía ni la menor idea de cuál
podía ser. Juraría que no lo había visto nunca antes.
Decidí que sin moverme no
solucionaría nada, así que me puse a andar de un sitio a otro, pasando por
puertas, espejos, lámparas y otras muchas cosas que no me sonaban de nada. Me
consolaba saber que al menos estaba dentro de la casa.
Por fin, no se cómo ni cómo no,
pero logré reconocer el pasillo en el que se encontraba mi habitación. Me
dirigí hacia allí, y justo cuando estaba introduciendo la llave en la cerradura
para abrir la puerta, oí una voz a mis espaldas que me llamaba.
– ¡Kira! ¡Kira!
Era Vic.
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