Estaba
sentada en el salón de la casa, arropada por un jersey de lana y por el brazo
de Cristhian. Vic me sujetaba una mano, mientras con la otra tomaba la taza de
te que me ofrecía Coraline.
–
Tranquilízate – me dijo Coraline –. No te va a pasar nada mientras estés en
esta casa.
Eso era
fácil decirlo. Muy fácil. Pero no temía en absoluto por mí, sino por lo que le
pudo pasar a mi madre. Esos malditos...
– No sé
lo que tengo que hacer – dije –. No tengo ni la menor idea.
– Para
eso estamos nosotros aquí, Kira – Coraline me acarició suavemente el pelo –.
Estamos aquí para ayudarte.
– Kira,
si eres la Elegida, es por algo.
– Sí,
porque soy la única hija de mi madre.
– No. No
es por eso – Vic me apretó cariñosamente la mano –. Tú tienes un don. Puedes
hacer magia. Llevamos siglos esperando a alguien como tú. Ninguna de las
anteriores herederas desde hace años ha llevado la magia en las venas. Tú, en
cambio, sí. Seguro que habrás tenido alguna aparición de algún ser extraño, o
un sueño, o algo así.
Entonces
decidí que era el momento de contarles el resto. Les hablé de los sueños, de
cómo había visto a mis padres en la fuente del bosque y cómo me sentí. También
lo que sentí cuando apareció Cristhian y cuando a la mañana siguiente le vi en
el jardín (en esta parte me ruboricé un poco). Luego relaté lo que había
ocurrido aquel día: cómo aquel bicho con alas me había guiado de nuevo a casa
tras perderme sin remedio en el jardín, o en el bosque.
–
Debería poner señales – dijo Coraline.
Les conté
también el resto de los sueños que había tenido.
Cuando
acabé, todos me miraban con los ojos como platos.
– Os
juro que pensé que me iba a volver loca – les confesé.
Continuamos
hablando un rato más. Me contaron que ahora pertenecía a la Orden de la Luna.
Se podía decir que era miembro honorario. Luego me explicaron que ellos eran un
grupo de gente, la misma orden que fundó la propia Dalia en los comienzos,
hacía miles y miles y miles de años.
–
Nosotros somos los guerreros, los que luchamos contra los ejércitos de Hassia,
los que tratamos de mantener el orden – me explicó Coraline –. Y tú eres ahora
nuestra prioridad número uno. Puede que Hassia se haya hecho con los amuletos,
pero si no te tiene a ti, todos los esfuerzos que haga serán en vano. Tú tienes
todo el poder de crear y destruir, tú posees el don de la magia, algo tan
preciado como la vida misma. Tienes mucho que aprender, claro, pero llegarás a
ser una maga excepcional. Y recuerda que sólo hay una forma de saber cuáles son
los límites de lo imposible: traspasándolos.
– Lo que
no entiendo – dije yo – es por qué iban a matar a mi madre, si no suponía un
peligro para ellos...más o menos.
– Kira –
me dijo Coraline – Hassia no necesita una razón para matar. Ella disfruta con
el dolor y el sufrimiento ajenos. Matar y hacer daño son sus pasatiempos
favoritos. Pero aún así, ésta vez si que tenía una buena razón.
Los tres
nos giramos de golpe para mirarla.
– ¿Cuál?
– La
magia, claro.
– ¿La
magia? – pregunté, confundida.
– Tu
magia, Kira. Hassia necesita una Elegida que tenga el don de la magia para
poder llevar a cabo sus planes. Tu secreto no fue nunca un secreto para ella.
Sabía que tu poseías ese don y eso era lo que ella necesitaba, así que, quitó a
la anterior heredera de en medio para que tú ocuparas su lugar y poder así
aprovecharse de ti y de tu don.
Durante
unos segundos, no dije nada de nada. Trataba de asimilar tanta información lo
más rápido que podía. Al final llegué a una conclusión.
– La
odio.
– Y eso
es algo normal e, incluso podría decirse que beneficioso para nosotros, para la
orden. Tú eres ahora la que tiene el poder de cambiar la realidad que nos
abruma y darle la forma que es correcta.
Después
de este pequeño discurso, comimos algo, ya que pese a que eran casi las cuatro
y media, aún no habíamos probado bocado. La verdad es que yo no tenía demasiada
hambre. Más bien, no tenía ganas de comer. No tenía ganas de nada.
Tras el
almuerzo, subí a mi habitación con la esperanza de poder descansar un poco.
Pero más que descansar, me sumí en un estado de semiinconsciencia en cuanto me
tumbé en la cama, porque cuando volví a abrir los ojos, ya era de noche.
–
Despierta, dormilona – la mano de Vic me agitaba suavemente –. Es la hora de
cenar.
Me
incorporé como pude. Vic estaba sentada en el borde de la cama.
– ¿Ya es
tan tarde?
Vic
asintió.
– Has
dormido casi cinco horas seguidas. Esta noche te va a costar meterte en la
cama.
Después
de la cena, en la que comí con gusto y con bastante hambre, decidí no meterme
en la cama, sino que cuando todos se fueron a dormir, yo cogí unas cuantas
mantas y subí de nuevo a “mi guarida secreta” a contemplar las estrellas.
Y allí
me dormí, pensando en una única persona por encima del resto, pensando en lo
que sentiría si su brazo me rodeara en ese momento, pensando en lo que me
gustaría poder subir con él a contar las estrellas, pensando de nuevo en
Cristhian...
Qué cuqui el final! (L)
ResponderEliminarHe de decir que yo también odio a Hassia ;)
Ya sabes lo que quiero no? ... MÁÁÁÁÁS!
Sigue así y... No sé... Ganarás un Nobel!
Jajajaja!! Difícil lo veo.
ResponderEliminar1000 gracias por tus comentarios. Es genial escribir sabiendo que a alguien le gusta (: