Una enorme mansión se alzaba
imponente ante mis ojos. Parecía un caserón encantado, rodeado de un bosque
profundo e impenetrable.
Las paredes eran grises y lisas.
Puede que en su día fueran blancas, pero los años habían hecho mella al menos
en el color. Por algunos lados se erguían fuertes enredaderas, que daban a la
casa un aspecto aún más siniestro, si es que eso era posible. La puerta de
entrada era grande y de madera, lo que hacía que pareciera una fortaleza en vez
de la casa de una pobre anciana.
Pese a todo esto, la casa no
dejaba de ser bonita. No bonita de encantadora y acogedora, pero bonita.
Para llegar allí habíamos
atravesado un jardín, que a mí me pareció más denso aún que el bosque que lo
rodeaba, custodiado por una alta verja que no daba lo que se podía llamar una
“calurosa bienvenida”.
Norton empujó la puerta, y las
bisagras chirriaron estrepitosamente, y se oyó un ruido de madera vieja.
– Siempre está abierta, excepto
por las noches – me dijo –. Aquí no hay peligro con los visitantes indeseados.
La verdad que no era difícil
adivinar porqué.
– Además, la llave que abre la
puerta tiene un tamaño y un peso considerables – hizo un gesto con la mano para
indicarme que pasara primero.
Traspasé el umbral con cuidado
de no tropezar con el pequeño escalón que había en el suelo.
La casa por dentro era bastante
oscura. La luz que entraba provenía de dos ventanas situadas en las paredes
laterales. Una lámpara de araña caía del techo, situado a unos cinco metros de
altura.
El hall era gigantesco casi como
mi anterior casa entera, tenía forma heptagonal, y se abrían varias puertas a
los lados. Al fondo, una escalera
bastante grande daba paso a un segundo piso. Era como una escalera de
película: escalones de mármol pulido, una alfombra por el centro, tapizando el
suelo, barandillas doradas... Era preciosa.
Más o menos en el centro de la
sala me esperaba una mujer bastante entrada en años. Tenía un aspecto extraño.
Tenía el pelo rubio canoso recogido en una trenza, que le caía por el hombro
hacia delante, hasta casi la cintura. No tenía apenas maquillaje, tan sólo un
poco en los alrededores de los ojos, para resaltar ese azul zafiro, el mismo
que el de mis ojos y que el de los de mi padre. Su figura parecía frágil a la
vista, excesivamente delgada, y estaba envuelta en una bata marrón oscura,
sencilla pero elegante.
– Bienvenida, Kira.
Su voz también era frágil. Sonaba
dulce y delicada.
– Gracias Norton, puedes irte
ya.
Salió de la sala por una de las
puertas laterales, y nos dejó solas a mi tía y a mí. Se acercó a mí y me puso
una mano en el hombro.
– Vamos, te enseñaré tu
habitación.
Cogí una maleta, y cuando me
preparaba para coger la otra, una mano la tomó por mí. Alcé la vista y descubrí
a una chica más o menos de mi edad, un poco mayor, quizá. Tez morena y pelo corto recogido en una cola de
caballo.
– Ésta es Victoria – me dijo
Coraline.
La chica me dedicó una sonrisa
– Puedes llamarme Vic
– Kira – le dije estrechándole
la mano que ella me había ofrecido.
– Encantada de conocerte al fin.
– Lo mismo digo – contesté
dedicándole una sonrisa también.
– Bueno – intervino Coraline –,
¿subimos?
Nos pusimos en marcha, y subimos
las escaleras que antes me habían gustado tanto. Después giramos a la derecha,
a la izquierda, otra vez a la derecha y de nuevo a la izquierda, para llegar a
otra puerta. No podía imaginarme una casa tan grande. Dudaba que fuera capaz de
orientarme alguna vez. De hecho, no creía que fuera capaz de bajar a desayunar
la mañana siguiente.
– Pues ya hemos llegado – dijo
mi tía –. Esta es tu habitación.
Puso un gesto más serio y de
nuevo colocó su mano en mi hombro.
– Sé por lo que estás pasando –
no, no lo sabía –, así que no quiero agobiarte demasiado. Sólo que sepas que
haré todo lo posible para que te sientas como en casa, aunque sé que eso es muy
difícil – sí, sí que lo era –. Yo estaré por aquí si necesitas algo, al igual
que Vic y Norton. Si necesitas algo, por favor, sólo dilo.
– Gracias.
– Ah, y esta es tu llave.
Me la dio y acto seguido se dio
media vuelta y se fue pasillo abajo. Vic se quedó allí.
– Me han dicho que hoy es tu
cumpleaños. Felicidades.
– Ah, esto... Gracias.
– Creo que a partir de ahora nos
veremos bastante por aquí.
– Sí, eso creo.
– Esta de aquí es mi habitación
– me señaló la puerta de enfrente – .Si necesitas algo, alguien con quien
hablar, unos pantalones o lo que sea, dímelo.
– Lo haré, gracias.
– De acuerdo. Entonces nos veremos
por aquí.
Y tras dedicarme una sonrisa
fugaz se dio la vuelta y siguió a mi tía, que ya había girado para meterse en
otro pasillo.
Yo me quedé delante de la
puerta, con las maletas en la mano, siguiéndola con la mirada hasta que
desapareció doblando la esquina.
Empujé la puerta con el hombro
para abrirla. Lo que me esperaba al otro lado, jamás lo hubiera imaginado. Me
detuve unos segundos en el umbral antes de atreverme a entrar en lo que a
partir de ahora sería mi habitación y mi casa.
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