viernes, 14 de octubre de 2011

Capítulo 3: Nuevo hogar


Una enorme mansión se alzaba imponente ante mis ojos. Parecía un caserón encantado, rodeado de un bosque profundo e impenetrable.
Las paredes eran grises y lisas. Puede que en su día fueran blancas, pero los años habían hecho mella al menos en el color. Por algunos lados se erguían fuertes enredaderas, que daban a la casa un aspecto aún más siniestro, si es que eso era posible. La puerta de entrada era grande y de madera, lo que hacía que pareciera una fortaleza en vez de la casa de una pobre anciana.
Pese a todo esto, la casa no dejaba de ser bonita. No bonita de encantadora y acogedora, pero bonita.
Para llegar allí habíamos atravesado un jardín, que a mí me pareció más denso aún que el bosque que lo rodeaba, custodiado por una alta verja que no daba lo que se podía llamar una “calurosa bienvenida”.
Norton empujó la puerta, y las bisagras chirriaron estrepitosamente, y se oyó un ruido de madera vieja.
– Siempre está abierta, excepto por las noches – me dijo –. Aquí no hay peligro con los visitantes indeseados.
La verdad que no era difícil adivinar porqué.
– Además, la llave que abre la puerta tiene un tamaño y un peso considerables – hizo un gesto con la mano para indicarme que pasara primero.
Traspasé el umbral con cuidado de no tropezar con el pequeño escalón que había en el suelo.
La casa por dentro era bastante oscura. La luz que entraba provenía de dos ventanas situadas en las paredes laterales. Una lámpara de araña caía del techo, situado a unos cinco metros de altura.
El hall era gigantesco casi como mi anterior casa entera, tenía forma heptagonal, y se abrían varias puertas a los lados. Al fondo, una escalera  bastante grande daba paso a un segundo piso. Era como una escalera de película: escalones de mármol pulido, una alfombra por el centro, tapizando el suelo, barandillas doradas... Era preciosa.
Más o menos en el centro de la sala me esperaba una mujer bastante entrada en años. Tenía un aspecto extraño. Tenía el pelo rubio canoso recogido en una trenza, que le caía por el hombro hacia delante, hasta casi la cintura. No tenía apenas maquillaje, tan sólo un poco en los alrededores de los ojos, para resaltar ese azul zafiro, el mismo que el de mis ojos y que el de los de mi padre. Su figura parecía frágil a la vista, excesivamente delgada, y estaba envuelta en una bata marrón oscura, sencilla pero elegante.
– Bienvenida, Kira.
Su voz también era frágil. Sonaba dulce y delicada.
– Gracias Norton, puedes irte ya.
Salió de la sala por una de las puertas laterales, y nos dejó solas a mi tía y a mí. Se acercó a mí y me puso una mano en el hombro.
– Vamos, te enseñaré tu habitación.
Cogí una maleta, y cuando me preparaba para coger la otra, una mano la tomó por mí. Alcé la vista y descubrí a una chica más o menos de mi edad, un poco mayor, quizá. Tez  morena y pelo corto recogido en una cola de caballo.
– Ésta es Victoria – me dijo Coraline.
La chica me dedicó una sonrisa
– Puedes llamarme Vic
– Kira – le dije estrechándole la mano que ella me había ofrecido.
– Encantada de conocerte al fin.
– Lo mismo digo – contesté dedicándole una sonrisa también.
– Bueno – intervino Coraline –, ¿subimos?
Nos pusimos en marcha, y subimos las escaleras que antes me habían gustado tanto. Después giramos a la derecha, a la izquierda, otra vez a la derecha y de nuevo a la izquierda, para llegar a otra puerta. No podía imaginarme una casa tan grande. Dudaba que fuera capaz de orientarme alguna vez. De hecho, no creía que fuera capaz de bajar a desayunar la mañana siguiente.
– Pues ya hemos llegado – dijo mi tía –. Esta es tu habitación.
Puso un gesto más serio y de nuevo colocó su mano en mi hombro.
– Sé por lo que estás pasando – no, no lo sabía –, así que no quiero agobiarte demasiado. Sólo que sepas que haré todo lo posible para que te sientas como en casa, aunque sé que eso es muy difícil – sí, sí que lo era –. Yo estaré por aquí si necesitas algo, al igual que Vic y Norton. Si necesitas algo, por favor, sólo dilo.
– Gracias.
– Ah, y esta es tu llave.
Me la dio y acto seguido se dio media vuelta y se fue pasillo abajo. Vic se quedó allí.
– Me han dicho que hoy es tu cumpleaños. Felicidades.
– Ah, esto... Gracias.
– Creo que a partir de ahora nos veremos bastante por aquí.
– Sí, eso creo.
– Esta de aquí es mi habitación – me señaló la puerta de enfrente – .Si necesitas algo, alguien con quien hablar, unos pantalones o lo que sea, dímelo.
– Lo haré, gracias.
– De acuerdo. Entonces nos veremos por aquí.
Y tras dedicarme una sonrisa fugaz se dio la vuelta y siguió a mi tía, que ya había girado para meterse en otro pasillo.
Yo me quedé delante de la puerta, con las maletas en la mano, siguiéndola con la mirada hasta que desapareció doblando la esquina.
Empujé la puerta con el hombro para abrirla. Lo que me esperaba al otro lado, jamás lo hubiera imaginado. Me detuve unos segundos en el umbral antes de atreverme a entrar en lo que a partir de ahora sería mi habitación y mi casa.

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