Sostenía
un par de galletas con una mano y la mano de Cristhian con la otra mientras nos
encaminábamos a una parte del jardín que no había visto hasta entonces en los
casi seis meses que llevaba viviendo allí. Cada vez que salía me quedaba
alucinada de lo grande que podía llegar a ser un jardín.
Estaba
muy nerviosa, y Cristhian lo notó, seguramente porque no paraba de apretar su
cálida mano.
–
Shh, tranquila. Nadie te va a comer.
–
Que me coman no es mi mayor problema ahora.
–
¿Ah, no? ¿Qué hay peor que eso? – preguntó, enarcando una ceja.
Yo
me encogí de hombros.
–
Tener que salvar al mundo y no tener ni idea de cómo hacerlo.
Cristhian
se rió.
–
Bueno, sinceramente, yo prefiero eso a que me coman.
Suspiré.
–
Pues qué suerte – dije, tan bajito que ni siquiera yo pude oírme.
Después
de caminar durante unos minutos, llegamos a una especie de explanada,
considerablemente grande para encontrarse en medio de un jardín.
Allí
nos esperaban todos.
No
parecía haber un orden entre ellos, sino que estaban formando pequeños
corrillos, hablando tranquilamente.
La
primera que reparó en nuestra presencia fue, cómo no, Vic.
–
Hola chicos – gritó en voz alta para que pudiéramos oírla por encima del
gentío. Demasiado alto, diría yo, y la odié por eso en aquel momento, pues
treinta pares de ojos se volvieron simultáneamente en nuestra dirección.
Se
hizo un silencio en el claro, mientras la gente nos observaba con curiosidad.
Bueno, lo cierto es que estoy casi segura de que me miraban a mí, pero prefería
pensar que no.
Traté
de no fijar la vista en ninguno de esos ojos curiosos, pero no me pasó
desapercibida la mirada penetrante de una chica rubia, April.
Desvié
rápidamente la dirección de mi mirada, que fue a buscar a Vic mientras se
acercaba a nosotros.
–
Hola Vic – dijo c cuando llegó a nuestro lado.
–
Hola – dije yo, con un leve gesto de cabeza.
–
¿Qué tal has dormido? – le preguntó Vic a su hermano, con un gesto risueño.
Gracias
a Dios, la gente había vuelto a sus asuntos, y ya no éramos el centro de
atención, al menos de sus miradas. Lo más seguro era que el noventa por ciento
de los allí presentes estuviera hablando ahora de nosotros.
–
Pues bastante bien, la verdad – dijo Cristhian, en respuesta a la pregunta de
Vic.
–
Sí, ¿eh? – le dio un leve codazo en el costado –. Ya sabía yo que sí.
Cristhian
puso lo ojos en blanco y resopló, mientras su hermana se reía y a mí se me
escapaba una sonrisilla. Estar con ellos me hacía sentirme segura, me hacía
sentirme en casa.
–
Buenos días a todos – la voz de una mujer resonó por encima del leve bullicio
de la explanada.
Todos
nos dimos la vuelta instantáneamente y nos acercamos donde se encontraba
Rebecca, la mujer que se había presentado la noche anterior.
–
Ahora que ya estamos al completo – dijo con voz clara – es la hora de comenzar.
Al
lado de Rebecca, vestido con unos vaqueros muy oscuros y con un jersey de lana
de cuello vuelto, se encontraba su marido, del que no recordaba su nombre.
Como
si me hubiera leído la mente, dijo:
–
Me llamo Liam, para los que aún no me conozcáis – hizo una leve pausa para
mirarnos a todos y cada uno de nosotros,
y luego prosiguió hablando –. Lo primero de todo, daros la bienvenida a la Orden de la Luna. Desde que
decidisteis consagrar vuestra vida a luchar sobre el mal inminente que habita
en el mundo, ya se os considera miembros indiscutibles de este grupo sagrado.
He de suponer que todos los que estáis aquí tenéis conciencia plena del mal que
se cierne sobre nuestras almas. Habéis de saber que es más que posible que en
esta guerra se pierdan vidas, pues es la vida lo que precisamente el enemigo
quiere eliminar. Por eso, yo ahora os pregunto: ¿estáis dispuestos a asumir
este riesgo? ¿Lucharéis hasta que vuestro corazón deje de latir por erradicar
este mal? Si no lo hacéis, será una decisión totalmente comprensible, pero
debéis abandonar ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Se
hizo un silencio casi espectral en el claro. Nadie se atrevía casi ni a
respirar, pero nadie alzó su voz para retirarse de la orden ahora que podía.
–
¿Nadie? – la voz de Liam resonó por todo el claro.
Pero
no se oyó nada más que el eco de su pregunta.
–
De acuerdo – dijo al fin –. Si nadie quiere abandonar, que comiencen las
clases.
Se
oyeron ligeros murmullos, que fueron acallados cuando habló de nuevo Liam.
–
Para nuestra suerte, esta vez contamos con una persona muy especial – de
repente, se me hizo un nudo en el estómago –. Que los amuletos hayan sido
robados por Hassia es sólo una de las dos razones por las que nos hemos reunido
aquí – hizo una larga pausa, y me buscó fervientemente con la mirada – Kira,
por favor, ¿podrías acercarte?
Yo
alcé la vista y miré a Cristhian. Tenía una expresión extraña mientras miraba a
Liam, como de recelo. Bajó la vista para mirarme, y asintió levemente a la
pregunta que hacían mis ojos.
Le
solté la mano a regañadientes tras darle un último apretón, y me abrí paso
entre la gente. al final, pude llegar a mi destino sin tropezarme ni caerme por
culpa de algún pie puesto adrede en mi camino.
Cuando
llegué al lado de Liam, no fui capaz de alzar la cabeza.
–
Está bien – dijo, dirigiéndose a la gente –. Esta es la chica que se hace
llamar Kira, la que dice ser hija de la anterior heredera y la que, según los
mellizos y ella, es la Elegida
– había un tono burlón en su voz que no me inspiró ninguna confianza.
Pero
lo que dijo a continuación, me pilló totalmente desprevenida.
–
Si de verdad es quien dice ser, que lo demuestre.
¿Pretendía
ponerme a prueba? Yo ni siquiera había afirmado ser la Elegida a nadie. Si ni yo
misma me lo creía, ¿cómo iba a demostrarlo?
–
¿Cómo? – pregunté, secamente. Ya no sentía vergüenza, sino rabia.
–
Haciendo magia, claro – dijo, mofándose, como si lo que acabara de decir fuera
algo totalmente estúpido y fuera de contexto – ¿No es eso lo que hacen los
elegidos? Se supone que poseen el don de la magia.
Se
oyeron muchas risas, y, pese a haber oído su voz tan sólo un par de veces y a
lo lejos, no me cupo duda a la hora de identificar la de April.
Alcé
la vista y busqué a los mellizos, con una pregunta escrita en la frente: ¿Nadie
le había contado a la Orden que en realidad sí que
podía hacer magia?
Me
tranquilizó mucho la sonrisa que curvaba los labios de Cristhian mientras
asentía, como diciéndome que les dejara a todos con la boca abierta.
–
De acuerdo – dije encogiéndome de hombros en dirección a Liam. Éste sonrió con
suficiencia al ver que aceptaba un reto que parecía imposible, dejando muy
claro que lo único que quería era dejarme en evidencia delante de todos.
Las
risas aumentaron cuando cerré los ojos para concentrarme mejor, y resonaron aún
más fuerte cuando alcé las manos. Pero cuando la hojas que había en el suelo
comenzaron a gira y a elevarse como un remolino, todo amago de risa o de burla
desapareció repentinamente.
Abrí
los ojos y miré desafiante a Liam, que me observaba con los ojos como platos
por el asombro.
–
No suelo equivocarme Liam – Coraline salió de entre los árboles que estaban
detrás nuestra –. Y menos afirmar que he encontrado a la Elegida si no estoy
absolutamente segura de ello.
Parecía
muy segura de sí misma, de que lo que decía era cierto, algo que es más fácil
si realmente juegas con la verdad como tu baza más importante.
–
Lo...lo siento – dijo Liam, visiblemente arrepentido –. No resulta fácil de
creer. Por favor, ¿podrás perdonarme, princesa Kira?
¿Qué?
¿Yo? ¿Princesa? ¿En la misma frase? Guau, aquello era nuevo, y un gran shock.
Es decir, ya lo sabía, pero… bueno, sonaba raro.
Se
hizo una vez más el silencio, y pensé que era un buen momento para decir algo,
aunque sabía que me iba a morir de la vergüenza.
–
Yo no he elegido esto. Apenas sé qué es lo que está pasando realmente aquí. ¿Yo
una princesa? Ni siquiera soy capaz de creer que mis padres estuvieran metidos
en esta locura– esperaba que April captara el mensaje –. Sólo sé que no es nada
bueno. También que luchar con la magia es una ventaja inimaginable para un
ejército. Quiero vengar la muerte de mi madre, así que estoy dispuesta a asumir
mi papel en esto, sea cual sea. Quisiera ayudar, pero no sé cómo. No tengo ni
la menor idea. En mi vida he usado la magia para nada que no fuera coger un
libro de la estantería sin tener que levantarme de la cama. Y no digamos lo de
manejar una espada...sé muy bien que no soy del agrado de muchos, y lo
entiendo, ¿quién es una adolescente de diecisiete años que pretende salvar al
mundo? Nadie – hice una pausa –. Pero si por una vez pudiera ser útil,
realmente me encantaría aprender cómo.
Nadie
habló durante los segundos que prosiguieron a mi “discurso de iniciación”.
Fue
al final Rebecca la que se dirigió a mí.
–
Yo estoy dispuesta a enseñarte todo lo que sé – dijo, para mi sorpresa –. Creo
que eres la Elegida ,
pero no por lo que acabas de hacer. No creo en ti por la magia, sino por tus
palabras. No quieres destacar sobre el resto, ni tienes afán por nada que no
sea aprender a ser útil. Eres sincera, y eso es algo básico: la verdad abre
puertas. No sé si ahora mismo podemos considerarte ya la Elegida , pero si no es
ahora, estoy totalmente segura de que algún día llegarás a serlo.
No
sabía qué decir exactamente. Así que dije lo que me pareció lo más conveniente.
–
Gracias.
Rebecca
asintió.
–
Está bien – dijo Coraline –. Creo que ya es hora de que empecemos, pero de
verdad.
Liam,
que se había apartado un poco del grupo, dio un paso al frente.
–
De acuerdo. Como ya hemos hecho otras veces, os vamos a dividir en grupos para
que los entrenamientos sean más fructíferos. Los grupos serán reducidos, y los
compañeros con los que estéis serán también vuestro equipo a la hora de la
verdad, es decir, si por desgracia no se
pudiera evitar una lucha.
Se
nos dividió en grupos tal y como habían dicho.
No
sé si lo hicieron aposta, pero Cristhian, Vic, Jack y yo estábamos en el mismo,
junto con otra chica que no conocía y tres chicos más, que Cristhian si parecía
conocer, y por lo visto congeniar con ellos. Supuse que era favorable que los
miembros de cada equipo se llevaran bien entre ellos y se entendieran para
resultar así más fácil la comunicación a la hora de la lucha.
Uno
de los chicos era alto y moreno, con los ojos oscuros, y daba la impresión de
ir un poco a su bola.
Otro
llevaba unas gafas de pasta negras y blancas. Era alto también, pero no tanto
como el primero, y parecía simpático, aunque tímido.
El
último chico era de color. Llevaba el pelo corto, casi al cero, y era bastante
guapo. No le conocía, pero ya me caía bien.
La
chica tenía el pelo castaño y muy rizado y abultado. Tenía unas pocas pecas
salpicándole las mejillas, que se encendieron ligeramente cuando reparó en que
la estaba mirando. Le dediqué una tímida sonrisa y ella me correspondió.
Justo
cuando me daba la vuelta para preguntarle a Cristhian qué se suponía que íbamos
a hacer ahora, vi a Rebecca acercarse a nosotros.
–
Bueno chicos – dijo una vez a nuestro lado –, de ahora en adelante seré vuestra
tutora.